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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Miedo al euro en Alemania

Cuanto más sé aproxima la hora de la verdad para la Unión Económica y Monetaria, más crece en Alemania el miedo y rechazo a la futura moneda europea, que parece condenada a contar con las simpatías sólo de los políticos, la banca y la industria exportadora y la antipatía de los ciudadanos de a pie. Los políticos en Bonn repiten una sempiterna cantinela sobre la necesidad de popularizar el euro entre la población, a base de campañas explicativas sobre la bondad de la moneda única, pero esa idea no cala en la opinión públicá.Si la introducción del euro en Alemania se sometiese a referéndum, al marco le quedarían muchos años de vida. Las más recientes encuestas sobre la aceptación de la unión monetaria en Alemania ponen de manifiesto que el porcentaje de rechazo no varía: 55% en 1994; 52% en 1995; 52% el año pasado y 53% ahora.A la pregunta sobre el provecho personal con el euro, el porcentaje de alemanes que no esperan el menor beneficio se eleva a un 69%.Con este telón de fondo, bancos y empresas alemanas ya han comenzado el camino hacia el euro y han llegado ya al famoso "no hay vuelta de hoja", porque parecen haber quemado las naves. Al mismo tiempo, la arrogancia del primero de la clase ha llevado al Gobierno del canciller democristiano Helmut Kohl (CDU), y sobre todo a, su ministro de Hacienda, el socialcristiano bávaro Theo Waigel (CSU), a meterse en un callejón con difícil salida.

Para vender mejor a la opinión pública la impopular desaparición del marco, el Gobierno de Bonn emprendió una campaña de afirmación de "un euro tan fuerte como el marco", gracias a la tradicional estabilidad alemana y el ojo avizor del Bundesbank, en banco central. Alemania no permitirá la menor flexibilidad a la hora de interpretar los criterios de convergencia de Maastricht, pero en esto llegó la crisis.

Un alto funcionario del Gobierno alemán comentaba en una tertulia de periodistas las sonrisas de oreja a oreja de sus interlocutores europeos cuando, en plena reunión, recibieron hace meses por primera vez la noticia de que Alemania no cumplía los criterios de Maastricht sobre déficit y deuda. La dureza exigida por Bonn se ha convertido en un bumerán, cuando Alemania sólo cumple los criterios en las previsiones, y no en todas, del Gobierno.

Todas las restantes estimaciones concluyen que Alemania no podrá con el 3% del déficit y el 60% de deuda. Y la reacción de políticos, economistas y banqueros es de casi total perplejidad. El Gobierno dice que los criterios tienen prioridad sobre el calendario. Con ello parece abrir la puerta a un posible aplazamiento que, todo parece indicarlo, llevaría al marco a las nubes y arruinaría la capacidad exportadora de Alemania, único motor de la renqueante locomotora.

Por otra parte, en Bruselas, Waigel esboza la aplicación a la deuda de la famosa ingeniería contable, como ahora se llama a las chapuzas. Al escucharle, -"yo nunca hablé del 60% deuda"- más de uno se habrá carcajeado. El empollón de la clase trata de pasar el examen con trampas. El problema para Waigel es que el electorado alemán no está por la labor de manipular los criterios, que Waigel mismo se encargó de endurecer. Por añadidura, el Tribunal Federal Constitucional podría rechazar una interpretación flexible de Maastricht y acabar con el invento.

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