Desfachatez total
Acabó en desastre. La desfachatez total de los taurinos provocó un escándalo. El público estaba indignado. Este público valenciano que todo lo aplaude, que está pendiente de cualquier detalle para aclamar a los toreros, que pide orejas como si en ello le fuera la vida, se hartó de tanto abuso y rompió en una protesta generalizada.¡Ladrones!, les gritaban a los taurinos del callejón y al presidente también. ¡Lladres!, ¡Sinvergüenzas! De todo eso se oyó y más. Pero a los taurinos les resbala. Ellos ya se lo han llevado crudo. Ellos ya han celebrado la feria en las condiciones que querían.
La Generalitat Valenciana es responsable. La Generalitat Valenciana no puede eludir sus responsabilidades por el pasteleo que montó con los taurinos. Dio la feria de las Fallas, según quería, pero no fue para beneficio de los valencianos. Fue para su propia conveniencia, para que los políticos hicieran relaciones públicas y se les viera en las barreras y se llevaran allí invitados ministros, autoridades extranjeras, artistas.
Atanasio / Rincón, Ponce,
BarreraToros de AtanasioTernández (dos rechazados en el reconocimiento, 4º devuelto por inválido): 2º sin trapío, mocho, inválido y borrego; Y chico anovillado, flojo y noble; 6º impresentable e inválido total, provocó un escándalo. De Aguirre Fernández: 1º y 5º sin trapío, inválidos y aborregados. Sobrero de Joao Moura; bien presentado cornalón, inválido total. César Rincón: pinchazo, bajonazo escandaloso y rueda insistente de peones (silencio); primer aviso antes de matar, dos pinchazos -segundo aviso-, pinchazo perdiendo la muleta, rueda de peones, se sienta el toro y lo apuntillan (ovación y salida al tercio). Enrique Ponce: estocada traserísima baja (silencio); pinchazo y estocada caída; se le perdonó un aviso (minoritaria petición y silencio). Vicente Barrera: estocada trasera -aviso- y descabello (dos orejas); cuatro pinchazos y descabello (silencio). Acabada la corrida el público arrojó almohadillas en protesta por la invalidez del ganado. Plaza de Valencia, 19 de marzo. 14 a y última corrida de feria. Cerca del lleno.
La Generalitat Valenciana es culpable pues accediendo a las exigencias de los taurinos permitió que se celebrara una feria sin garantía alguna para el público, la totalidad de las corridas bajo sospecha. Y ocurrió lo que se temía: que, abierta la mano, los taurinos se aprovecharon como sólo ellos saben hacerlo; se burlaron de la autoridad y los veterinarios, soltaron por los toriles cuanto les vino en gana, saltaron al redondel unas reses impresentables, mochas, inválidas, moribundas y quién sabe si también drogadas.
El becerro último de la feria admitía todas las presunciones y daba pie a pensar en toda clase de atropellos. El becerro no es que estuviera inválido, es que se caía solo patas arriba, en el suelo se quedaba inmóvil quizá sumido en un sueño crepuscular, habían de levantarlo tirándole de los cuernos y del rabo. Al becerro aquel le daban soponcios. Y fue Vicente Barrera y aún lo quiso torear, aún lo quiso pegar pases; y pues el público no se lo consintió, y gritaba ¡Lladres!, adoptó los aires altaneros propios de-una deidad sacrílegamente ofendida.
Pero qué se habrán creído estas figuras de papel. Pero con qué derecho menosprecian a un público cuya generosidad llega a trascender hasta el sentido común. Vicente Barrera toreó bien a su anterior toro; y aunque no era como para tirar cohetes, el público armó una traca descomunal coreando cada pase, cada tanda, cada desplante. Derramó generosamente su entusiasmo el público sin reparar en lo que estaba toreando el artista: un novillejo lastimoso; un animalito inocente y débil. Lo toma cualquier maletilla, y lo corre a gorrazos.
Igual de generoso estuvo el público con César Rincón, convertido en un insoportable pega pases. Instrumentando derechazos y naturales con la suerte descargada y alivio del pico, pasó de faena a sus dos inválidos, en el segundo de poco le mandan los tres avisos, y aún con eso el público le obsequió largas ovaciones.
Todo se aplaudía, lo de Enrique Ponce también, sólo que no tenía la tarde inspirada. Ponce toreó fuera cacho y sin belleza sendos borregos ruinosos; y cuando en el quinto, para disimular la monotonía de su desangelada faena, se tiró de rodillas fingiendo bravuconadas, no se lo toleraron. A esas alturas el público ya estaba harto de inválidos y de borregos; ya estaba harto de pegapases; ya estaba harto de trucos, de fraudes y de comedias... Y salió el sexto. Y menudearon los temblores, los traspiés, los batacazos del pobre animal. Y se armó el escándalo. A almohadillazos acabó la feria. A almohadillazos y gritos de ¡Lladres! que, en lengua vernácula, quiere decir ¡Ladrones!
La Generalitat consumó el pasteleo. Y hundió en la vergüenza y el descrédito la fiesta de toros en Valencia. A ver qué afición va a volver a la plaza para que la tomen el pelo.
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