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Nuevo elogio de las bibliotecas

La competición entre la Biblioteca Nacional de Francia y la nueva Biblioteca Británica casi nunca fue en términos de contenido y difusión, sino de espectacularidad arquitectónica. Han abundado los retrasos y malentendidos, por lo general a causa de la voluntad política de convertir las bibliotecas en mausoleos. Una de las consecuencias del pugilato Londres-París habrá sido contribuir a un peculiar argumento: no hagamos más bibliotecas puesto que, no podemos pagar edificios tan costosos.La disponibilidad informática es otra de las grandes excusas para olvidarse de la vieja función de las bibliotecas: el CDROM y el peregrinaje por Internet hacen inútiles esos edificios con bibliotecarias quisquillosas, frío en las piernas y un horario a contracorriente de la vida cotidiana. Hace unos meses, un artículo del Financial Times rubricaba el requiescat in pace por las bibliotecas públicas y hacía el elogio de la biblioteca high-tech, con bases electrónicas de datos y CD-ROM que anulan el sistema tradicional de referencias y evitar los riesgos de saturación.

Se trataría de aplicarse presupuestariamente a la adecuación de las bibliotecas a los nuevos modos -vertiginosos- de obtener información. Los lectores consultarán los catálogos por línea telefónica. Un guru de la cibercultura como Nicholas Negroponte propone que los editores americanos hagan su depósito para la Biblioteca del Congreso en ejemplares digitales -y no volúmenes fisicos de sus publicaciones.

De la "miniaturización" conseguida por el ordenador se obtienen -dice Daniel Bellsaltos cuánticos en cuanto a complejidad, flexibilidad y extraordinarios nuevos poderes de control, además de espectaculares reducciones en tamaño, uso de energía y coste. El caso es que la explosión informativa sólo puede ser tratada con sistemas computerizados de información: la revolución de la tercera ola sin duda afectará a las bibliotecas, pero este proceso no es exactamente lo mismo que llegar al ordenador de textos sin pasar por la máquina de escribir o al teléfono portátil sin antes haber tenido teléfono en casa. La galaxia Gutenberg no es un adminículo tecnológico, ni el libro es algo arcaico, "equiparable al arado e incompatible con el chip.

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No es caer en la mitología romántica del genio solitario considerar todavía irremplazable el acontecimiento único de ese muchacho que por causalidad descubre a Spinoza en los estantes de una biblioteca pública. En el futuro digital no son inimaginables nuevos bucles de conexión entre el individuo y el libro impreso: del homo sapiens al homo digitalis no va a perderse uno. la lectura de El mago de Oz con ilustraciones. En su día tendremos bibliotecas cableadas y grandes redes digitales consultables en pantalla desde casa y todo lo que haga falta, pero ningún tecno-utopismo reemplaza el ejercicio de la soledad convertida en lectura, tumbados en un sofá o frente a la pantalla. No faltan argumentaciones para tranquilizar la consciencia de quienes por una parte constatan la precariedad de nuestro sistema bibliotecario y por otro lado transitan políticamente por una etapa antideficitaria que obliga a recortes crueles. La política, de todos modos, consiste en elaborar prioridades y por mucha lucha contra el déficit presupuestario que imponga el sentido común -o,en todo caso, la hipótesis teleológica de la unión monetaria europea- existe en todo momento la opción de recortar con carácter intensivo otras partidas para favorecer la financiación de bibliotecas públicas. No hace falta ser hombre de buena voluntad para sostener que el déficit bibliotecario grava en muchos sentidos la capacidad de iniciativa intelectual y altera o imposibilita el humus indispensable para que se dé el potencial de inventiva humana que es la razón de ser del capitalismo democrático. El conocimiento -nuevo sostén de la riqueza casi en sustitución del capital, según Peter Drucker- circula tanto por los viejos catálogos de una biblioteca como por el cable de fibra óptica. Sin entrar en ideales de calidad moral o intelectiva, las bibliotecas todavía contribuyen a la rentabilidad del capital humano.

No pocas veces la política bibliotecaria institucional parece que consista en dar satisfacción demagógica a la presión demográfica de las parejas de estudiantes, que usan las bibliotecas como salas de estudio para hacer manitas repasando los apuntes de química inorgánica. Mientras tanto, la fumistería del déficit o la espera de una fórmula tecnológica sustitutoria atrasan la constitución de un sistema bibliotecario ambicioso, aunque sea para un país donde casi nadie lee. Algo incluso peor es no adherimos de forma activa a la convicción de que la relación entre un individuo y un libro es, uno de los más consistentes arraigos de la libertad. Ésa debe una razón de peso para explicar que sobren espacios lúdicos y falten más paredes abarrotadas de libros.

Valentí Puig es escritor.

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