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NUEVO FRENTE EN LOS BALCANES

"No dejaremos las armas hasta que Berisha se vaya"

Los rebeldes del sur albanés evocan estampas de la guerra civil española

ENVIADO ESPECIALNo van enmascarados y no hay niños empuñando fusiles de asalto. Tienen cara de campesinos o le gente que ha trabajado duro. Funcionan en grupos, siempre armados, y anuncian la insurrección general, precedida por la caída el sábado de Gjirokaster, la más importante ciudad del sur, si Berisha no se va. Han cortado en dos Albania, a partir de Fier, donde a última hora de ayer se libraban intensos combates, y vigilan día y noche, en condiciones heroicas, la única y tortuosa ruta por la que puede llegar su enemigo. Son gente de Tepelena o la vecina Memaliaj, localidades insurrectas. En Tepelena, 25 kilómetros al norte Gjirokaster, han llevado a la entrada del pueblo un carro de combate chino e instalado junto a él una pieza artillera, que apunta a nevadas montañas cercanas, para demostrar quien manda.

"No nos interesan ahora las elecciones ni un Gobierno provisional. El sur de Albania, y pronto el resto, no dejará las armas hasta que el presidente Berisha se vaya. Damos por perdido el dinero que habíamos ahorrado, que ha enriquecido a los que mandan". Hablan alternándose dos de los jefes de la revuelta en Tepelena, que se sumó a mediados de semana a las otras ciudades sublevadas. Ellos y los demás parroquianos presentes en el bar están armados, casi como cada hombre a la vista. Los territorios rebeldes son un enjambre de fusiles, automáticos sin estrenar o mauser de medio siglo. Y cada día hay más. No lejos de Tepelena parte un camión en cuya caja se arracima con armas recién recogidas medio centenar de hombres que parecen sacados, en su actitud e indumentaria, de la guerra civil española. "Nadie nos quitará las armas, nosotros mismos las entregaremos un minuto después de que se vaya Berisha. Pero hasta entonces no queremos ver por aquí a los observadores europeos. Sí que queremos ver a los dirigentes de sus países, para que comprueben la gran mentira que se está contando sobre nosotros", asegura un cabecilla. Tepelena es un pueblo de poco más de 15.000 habitantes, encerrado las montañas del profundo sur de Albania. Sus casas son de ladrillo sin cubrir, y las de los más afortunados, de piedra. Viento helado, a pesar del sol, sopla a través de unas calles semidesiertas, en las que algún niño juega a disparar. Desacostumbradas a las visitas, mujeres se asoman descaradamente a las ventanas. Un improvisado taxista viaja casi abrazado a Kaláshnikov. El poder de Berisha se disuelve en Fier. De aquí para abajo, en una franja de 60 kilómetros de ancho, reinan los sublevados, "terroristas rojos" para el declinante presidente albanés. Gente como nosotros, que tiene 25 y 30 años, sólo por eso no puede ser comunista. El sí fue comunista durante 25 años, aunque ahora intente negarlo".

"¡Y terroristas!, ¿usted nos ve como unos terroristas?", brama uno de los jefes civiles de Tepelena. El pueblo está como otros de la región bajo el control de un comité de vecinos, en este caso de 20 miembros. "Creemos que el Ejército vendrá a por nosotros, pero por cada uno de los nuestros muertos habrá diez de los suyos", asegura Mehmet, un contable con indumentaria militar de museo y que perdió en las "pirámides" los 1.800 dólares que había conseguido ahorrar. En Tepelena el responsable de la seguridad es un ex coronel obsesionado con la policía política del régimen. "Hemos quitado las armas a los menores de 18 años y todo el mundo va ahora a cara descubierta". No se toma alcohol, aunque el extranjero puede beber una cerveza. Después de unas escaramuzas con la guarnición sitiadora, ayer se sumó a la revuelta la vecina Permet, a oriente, "y pronto lo hará todo el país", asegura vehemente un joven líder radioteléfono en mano y pistola. Andone, que llegó hace 20 días de Italia, se quedará entre estas montañas "hasta que acabe la guerra". Perdió los ahorros de su vida, cinco millones de pesetas, en la quiebra de Gjallica, una de las sociedades fraudulentas de la región de Valona. Pero el dinero, dice, ha dejado de ser lo más importante. "Todo empezó por ahí", tercia Tritan. "Ahora es diferente, se trata de que se vaya el responsable del desastre, Berisha. En mayo, cuando falsificó las elecciones, no lo pudimos hacer, porque controlaba todo el poder". Tritan ha llegado de Grecia. Distaba de ser un pobre, en un país de pobres, cuando sus 30.000 dólares se esfumaron. "Pero después de la ruina el pueblo le ha perdido el miedo al dictador".

La ruta que lleva a los cantones rebeldes es un rosario de controles exhaustivos, decenas, el primero siempre en el lugar más insospechado y casi al asalto. Están a cargo de nutridos grupos armados que otean cada metro del paisaje. Los hombres son curtidos, toscos, y a su alrededor se agolpan niños albaneses que están estrenando una vida en aguafuerte. Sus órdenes tajantes suelen ser contradictorias. Nadie manda realmente. Para detener a los intrusos vale todo: árboles atravesados, grandes piedras, barreras improvisadas. Es difícil no sentir miedo ante este desfile in crescendo de interlocutores incontrolados, en posición de volar impunemente la cabeza al visitante. Si se supera, es todavía posible regocijarse en el sur de Albania a la vista del río Vjosa corriendo por el valle o de las mujeres que pastorean sus ovejas en una estampa sin tiempo. En una fachada ruinosa de Tepelena alguien ha pintado en grandes caracteres: "I love you, forever".

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