El miedo es vencible
HABLAR DE normalidad a propósito de la jornada de ayer en el País Vasco sería un sarcasmo. No puede haberla cuando la libertad de las personas se ve condicionada por amenazas como las que acompañaron a la convocatoria de huelga general por parte de Herri Batasuna. Amenazas verosímiles, acreditadas por una larga experiencia de lunas rotas, pintadas en la puerta, asaltos encapuchados. Por eso, no hacer huelga era ayer en el País Vasco un acto de resistencia. Pues bien, la mayoría se resistió a obedecer a ETA y HB: unos, desafiando abiertamente la orden de no acudir al trabajo; otros, abriendo los establecimientos y manteniéndolos así pese a la coacción de los piquetes. Otros más, abriendo y cerrando luego ante los piquetes para dejar claro que lo hacían a la fuerza. También hubo gente que hizo huelga por propia voluntad. Es difícil precisar cuántos, pero es seguro que no superaron el 10% o el 12% de la población adulta. Es decir, nunca por encima del porcentaje que hace un año votó a Herri Batasuna. La eficaz actuación de la Ertzaintza, que desplegó a todos los efectivos disponibles, también contribuyó al fracaso de este ensayo de imposición general por parte de HB.La huelga era en protesta por el encarcelamiento de los dirigentes de ese partido, acusados de haber difundido un vídeo de ETA y sendos comunicados justificando los asesinatos por esa banda de Fernando Múgica y Francisco Tomás y Valiente. En el vídeo se planteaban las condiciones a las que se tendría que plegar el resto de la sociedad vasca y española para que ETA se aviniera a dejar de matar. En los comunicados citados se culpaba de los asesinatos al "Gobierno y demás fuerzas, políticas" por no haber accedido a esa exigencia de ETA. Además de reiterar ese argumento -los violentos son los otros-, el llamamiento a la huelga de ayer incluía un total de 10 puntos, entre los que figuraba alguno tan extravagante como la necesidad de hacer frente al intento de dejar Euskadi "a merced del turismo".
Algunas personas han considerado un error el procesamiento de los dirigentes de HB con el argumento de que era hacerles publicidad y regalarles un pretexto para su victimismo. Esos riesgos son reales, pero la única alternativa que se ofrece es la de la impunidad: hacer como que no nos enteramos -los jueces, los partidos democráticos, los medios de comunicación- de que se está violando la ley. Es decir, atribuir a los amigos de ETA, y precisamente por serlo, una bula especial que no se reconoce al resto de los ciudadanos. En realidad, eso es lo que se ha hecho muchas veces, y los resultados están hoy a la vista: por una parte, el envalentonamiento y creciente fanatización de todo ese mundo, que se siente sinceramente con derecho a imponerse por la fuerza y que piensa que las víctimas están obligadas a dejarse matar, quemar, secuestrar; por otra, la confusión moral de una sociedad en la que algunos son ya incapaces de distinguir entre lo que está bien y lo que, aun no estándolo, no merece sanción penal: por ejemplo, matar a dos ertzainas, siempre que se haga por la causa..
El veredicto del jurado popular que ha exculpado a Mikel Otegi, pese a considerarle autor de la doble matanza de Itsasondo, constituye la manifestación más extrema, por ahora, de esa, mezcla de temor difuso y confusión moral. que atenaza. a la sociedad vasca. El 7 de diciembre de 1995, tres días antes. del crimen de Otegi, un drogadicto llamado Antonio López Perea mató en Hernani a dos personas. Juzgado no hace mucho por un jurado popular en San Sebastián, fue condenado a 20 años de cárcel. ¿Cuál puede ser la diferencia, fuera de la interiorización por parte, de un sector de la sociedad de que hay crímenes que pueden, o incluso deben, quedar impunes? En Euskadi, una cierta atmósfera de irresponsabilidad lo envuelve todo. Entre la mística de los derechos colectivos y los condicionantes sociales, nadie es personalmente culpable de nada, porque nadie es responsable de algo. Todo se explica por el contencioso famoso: si personas respetables no dejan de invocarlo, por algo será. Y, por otra parte, si de la cárcel sólo se habla como marco para la reinserción, y no también como castigo y reparación ante las víctimas, ¿cómo extrañarse de que casi nadie quiera formar parte de un jurado cuando se juzga un caso como el de Itsasondo?
Nadie podrá alegar sorpresa. En un estudio sobre Violencia y ansiedad en el País Vasco, publicado hace 12 anos, se constataba que sólo uno de cada tres ciudadanos cooperaría en un proceso judicial cuyo encausado fuera miembro de ETA. Pensar que en una sociedad tan condicionada por el miedo un jurado popular pueda impartir justicia es una fantasía. Pero la experiencia, incluso muy reciente, demuestra que tampoco los jueces están libres de esa emoción. El jurado agrava el problema, pero el problema es el miedo. Y ayer se demostró que muchos vascos son capaces de vencerlo.
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