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Cinco años y l7 muertos después

Miles de soldados y cientos de civiles españoles han participado en misiones en Bosnia

Miguel Ángel Villena

A principios de 1992 apenas un puñado de periodistas y un par de profesores españoles hubieran sabido situar Bosnia-Herzegovina en un mapa mudo de Europa. Cinco años después cualquier lector de prensa o espectador de televisión está familiarizado con ciudades como Sarajevo o Mostar, con ríos como el Neretva o el Drina o con los conflictos entre serbios, musulmanes y croatas. En este último lustro varios miles de soldados y centenares de civiles españoles han recorrido la escarpada geografía de esta martirizada república de la antigua Yugoslavia.1 Oficiales y tropa, primero a las órdenes de la ONU y más tarde de la OTAN; médicos y cooperantes; diplomáticos y políticos; periodistas y escritores, y hasta empresarios y comerciantes han pasado largas temporadas en los Balcanes. Bien por obligaciones profesionales, bien por motivos humanitarios. En muchos casos por ambas razones. Así, España ha afrontado en Bosnia su misión internacional más importante.

Alejados del escenario de la guerra y sin intereses históricos en la zona, nuestros compatriotas han suscitado más simpatías en la antigua Yugoslavia que británicos, alemanes o franceses, tradicionalmente alineados con unos u otros bandos durante un convulso siglo XX en Europa que algunos ensayistas abren y cierran en Sarajevo. Pero nuestra proximidad más sentimental con Bosnia se resume en los 16 militares y una cooperante de Médicos del Mundo muertos en el transcurso de sus misiones.

La naturaleza de estas tareas en un ambiente bélico y plagado de peligros ha propiciado extrañas compañías de viaje impensables en Madrid, en Andalucía o en Cataluña. De este modo, los coroneles han compartido mesa y mantel con objetores de conciencia o los periodistas han encontrado amigos de verdad entre espías o guardias civiles. Porque junto a los nombres ilustres que se han acercado a Bosnia y que van desde Juan Goytisolo y Arturo Pérez-Reverte a Pasqual Maragall y Ricard Pérez Casado, pasando por Joan Manuel Serrat o Gervasio Sánchez, muchos españoles anónimos se enamoraron tanto del país que decidieron quedarse a vivir allí. Es el caso de Javier Mier, un abogado santanderino que llegó a Bosnia como objetor de conciencia para terminar como asesor jurídico de la Unión Europea en Mostar y emparejado con una periodista local.

Pero mientras la España real ha dado la talla, la España oficial sólo ha buscado la foto en meteóricas visitas a Bosnia. Tanto Felipe González como José María Aznar suscitaron las protestas de los españoles expatriados que les reprocharon que, con sus viajes, desearan más un espacio en los telediarios que un acercamiento a la realidad bosnia. Prueba de ello es que cinco años y 17 muertos después España todavía no ha abierto una Embajada en Sarajevo.

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