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Reportaje:EXCURSIONES: NAVALQUEJIGO

Se vende pueblo

Una aldea abandonada aguarda al caminante tras un plácido paseo por las fresnedas de El Escorial

Cuando los madrileños oyen hablar del éxodo rural, les suena siempre como a gaita de otro planeta -de las Hurdes o del Maestrazgo turolense, por poner dos inhóspitos ejemplos-, pero nunca de Madrid y aledaños, donde más bien hay plétora demográfica y, al paso que vamos, acabaremos colonizando las regiones circunstantes. A muchos les llenará de estupefación saber que, a 40 kilómetros de la Puerta del Sol, entre El Escorial y Galapagar, se halla el pueblo abandonado Navalquejigo. Dicen que, por los años cincuenta, sus últimos habitantes pusieron pies en polvorosa porque no le veían futuro. Menudos linces: fue irse ellos y sobrevenir la oleada urbanística que convirtió el valle del Guadarrama en la jauja de las inmobiliarias.Cosa rara, el caserío de Navalquejigo permanece intacto y como ajeno a los desafueros que se cometen a diario en la ruta del adosado (la carretera de La Coruña, o sea). Las calles de tierra elemental, la plaza Mayor con la picota proyectando su sombra en el justo medio, el pilón, el Ayuntamiento decimonónico y la iglesia del siglo XIII -tipo castilluelo, como la de Alpedrete- mantienen viva la memoria de esta aldea que llegó a ser villa a mediados del XVIII y por la que pasaba, como un síntoma más de su prosperidad, la Cañada Real Segoviana, la N-I de la España trashumante.

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Mas, al margen de la historia, Navalquejigo es un espejismo, un espectro sin alma, un pueblo sin pueblo acorralado entre los altos setos geométricos de los chalés de lujo, un barco fantasma de secano varado a la vera del mar -también artificial- del embalse de Valmayor. Un paisaje de vivero, arizónica y césped ornamental ha suplantado las praderías, los encinares, los enebros y aun los quejigos que dieron nombre a esta nava. De ahí que el excursionista, para acercarse a Navalquejigo, lo haga dándose un garbeíllo por las fresnedas de El Escorial, donde el campo sigue siendo de verdad.

Junto a la iglesia escurialense de San Bernabé -de inconfundible traza herreriana, obra de Juan de Mora, siglo XVI-, el caminante emprende su andadura por el arcén de la vecina carretera (M-600) en dirección a Guadarrama, para, poco antes de llegar a la gasolinera, desviarse a la derecha por un camino de tierra señalizado con un letrero anunciador del Vivero del Pinar. A lo largo del primer kilómetro, la pista serpentea entre las últimas edificaciones de El Escorial, pero acto seguido se adentra en la dehesa de fresnos, toda paz, llanura y pastos.

Al discurrir entre fincas acotadas,el camino no presenta bifurcación ni tiene pérdida; salvo, claro está, que uno decida saltarse las cercas de piedra que lo flanquean, gesto torero pero estúpido, pues realmente hay ganado bravo triscando por estos prados. Así que respetando las lindes, el excursionista se Iimitará a ver los toros desde la barrera, y a admirar de paso este paisaje secular en el que se alternan las fresnedas, sobre aguazales y pastizales, con los encinares que arraigan en los altozanos y terrenos más des carnados.

Cerca de la pista corre la línea férrea Madrid-Ávila: una buena referencia para el caminante, que no se separará de ella hasta que, después de sortearla dos veces Por sendos puentes de hormigón, se interne en el laberinto de urbaniza ciones que tienen secuestrado a Navalquejigo. Preguntar por un pueblo abandonado a los ejecutivos que corretean en chándal por este paraíso millonario es una crueldad innecesaria. En realidad, basta seguir por la calle principal hasta un parque infantil, girar a la izquierda hacia el apeadero de Las Zorreras y, por la segunda bocacalle a la derecha, entrar en un mundo de relojes para dos... ¿Hasta cuándo? En 1993, un banquero compró Navalquejigo y lo puso a la venta por 110 millones de pesetas.

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