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Tribuna
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Maquinaciones y alucinaciones

Una excavadora asilvestrada rompió el cable umbilical que comunicaba vía ordenador a los investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares con el exterior. No es un caso aislado: en el pasado mes de diciembre, otras dos excavadoras rebeldes habían causado estragos en la zona; una de ellas produjo el incendio de un oleoducto, y su compañera, ella sola, llevó al caos y al cierre al maltrecho aeropuerto de Barajas.Las excavadoras, con su anatomía de insaciables saurios jurásicos o de insectos mutados por la radiación nuclear, han iniciado la guerra por su cuenta, y ahora se encabritan y desbocan, escapan al control de sus aurigas y se constituyen en vanguardia de una imponente, brigada de demolición, una panzerdivision capaz de arrasar desde sus cimientos nuestra civilización urbana y tecnológica. Des plazadas por la informática, las bestias mecánicas toman cumplida, pero no ciega, venganza, porque sus primeros golpes parecen calculados por un experimentado estratega. En esta primera fase, las máquinas se dedican al sabotaje y cortan las comunicaciones aéreas, informáticas o energéticas utilizando tácticas guerrilleras con audaces golpes de mano de gran efecto psicológico, como el cierre del aeropuerto, que crea una incómoda sensación de estrangulamidnto, de aislamiento, entre los habitantes de la metrópoli. Las excavadoras madrileñas, entrenadas en la construcción de minas, túneles y estacionamientos, emergen por sorpresa en la noche para derribar árboles y abrir inexplicables trincheras, túneles y barricadas por su cuenta.

Las máquinas que parecen regidas por una inteligencia no humana han desarrollado un instinto especial para detectar los cables y los hilos subterráneos de las redes de comunicación. En la Universidad de Alcalá de Henares, las palas encontraron y cortaron rápidamente la fibra multimodo que conecta los ordenadores de la Facultad de Ciencias con la misma facilidad con que mañana podrían morder las líneas digitales ancladas en las plataformas audiovisuales.

Los ciudadanos viven en estado de sitio, soportan como pueden esta guerra de nervios, se sobresaltan cuando leen por la mañana en el periódico que descomunales bulldozers, han arrancado de cuajo con nocturnidad y alevosía media docena de falsas acacias de una avenida o han entrado a saco en los parterres de un bloque de viviendas sin que en las dependencias municipales nadie dé la cara y se responsabilice de haber cursado las órdenes corresvondientes.

Los madrileños comienzan a sospechar que las excavadoras rebeldes, encuadradas en el FLEX (Frente de Liberación de Excavadoras), deben de estar financiadas ilegalmente por grises cerebros humanos que actúan en las sombras guiados por oscuros intereses. El interés de estos siniestros mentores, traidores a su propia especie, consistiría en provocar, aún más, la inestabilidad psíquica de los ciudadanos abocándolos a la depresión, al autismo y a la catatonia para luego manipularles como a robots. Está claro que se trata de una gran maquinación en el sentido más estricto del término, una conjura en la que no están exentas de responsabilidad las grandes empresas constructoras, en connivencia con consorcios y contubernios municipales.

Pero ahora que lo sé, ahora que empiezo a conocer sus secretos designios, quizá sea demasiado tarde. La pantalla del ordenador sobre la que escribo estas líneas parpadea y se apaga; el fax y el teléfono se desconectan, se ha ido la luz, y cuando abro la ventana para disipar la oscuridad llega hasta mis oídos el clamor de las máquinas, el inmisericorde bramido de las palas excavadoras cortando los cables y las líneas del edificio en el que vivo con sus insaciables fauces. Me han descubierto y vienen a por mí. Garrapateo a lápiz las últimas palabras de este artículo, que trataré de hacer llegar al periódico como sea para alertar a mis conciudadanos frente a la conjura que se cierne sobre la urbe y sus contornos. Los luditas tenían razón: los maquinadores. y sus máquinas acabarán con nosotros.

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