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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Terror, aquí y en Lima

¿Guerrilleros o terroristas? ¿O tanto da? La cuestión, nada unívoca y llena de matices, la han planteado varios lectores a raíz de la entrevista, publicada el pasado día 2 en EL PAÍS, con Néstor Cerpa, jefe del comando del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) que mantiene secuestradas a 72 personas desde las pasadas navidades en la Embajada de Japón en Lima (Perú). Estos lectores tienen la sensación de haber observado una cierta complacencia hacia la actuación de ese grupo armado al adjetivársele de guerrillero en la entradilla de la entrevista. "¿Por qué lo que en España sería calificado como un acto terrorista merece en Perú el calificativo de guerrillero?", pregunta Fernando Iwasaki, ciudadano peruano residente en Sevilla.Iwasaki resalta que "cuando en Europa en general, y en España en particular, algún grupo secuestra ciudadanos, dinamita coches o acribilla personas inocentes, a nadie se le ocurriría llamarles guerrilleros, porque aquí son terroristas. Tal es la discriminación semántica que creo advertir en el tratamiento que EL PAÍS da a la toma de la Embajada japonesa en Lima: en el Tercer Mundo actúan guerrilleros (idealistas, solidarios, heroicos, románticos), y en el Primer Mundo sólo terroristas (fanáticos, criminales, cobardes y mezquinos)". Este lector, que se confiesa opositor al régimen autoritario de Fujimori, no duda en calificar el asalto a la Embajada de Japón en Lima de "atentado terrorista", y pregunta si "acaso alguien toleraría en España que los activistas de ETA fuesen considerados guerrilleros". Tampoco Aparicio Aguilar Vales, de Fuenlabrada (Madrid), tiene duda en calificar de terrorista la acción del MRTA. A su entender, este grupo, al igual que Sendero Luminoso, carece de "apoyo popular, como lo demuestran las rondas campesinas y urbanas organizadas por los propios pobladores que los han expulsado de sus bastiones naturales".

Vaya por delante que ninguna complacencia se deriva de denominar guerrillero al grupo armado asaltante de la Embajada de Japón en Lima. Si la inquietud de estos lectores es terminológica, pueden estar tranquilos. La posición editorial de EL PAÍS (Imagen y secuestro, 2 de enero) es diáfana tanto respecto del grupo asaltante de la Embajada como de su acción: a ambos se les califica de terroristas. Antonio Caño, redactor jefe de Internacional, sección en la que se publicó la entrevista con Néstor Cerpa, recuerda que "no es la primera vez que nos encontramos ante la polémica guerrillero o terrorista", y admite que "los periódicos tardan a veces en actualizar la caracterización de ciertos grupos que aún se declaran defensores de determinados valores que en el pasado utilizaron para justificar sus acciones violentas. Sin embargo", concluye, "lo más importante que puede hacer un periódico no es utilizar una u otra denominación, sino facilitar al lector toda la información necesaria para que él saque sus propias conclusiones".

Los diccionarios especializados sobre temas militares y de defensa diferencian claramente los términos "guerrilla" y "terrorisino". El editado por Larousse en 1988, con prólogo del entonces ministro de Defensa francés Jean-Pierre Chevénement, otorga a la guerrilla el carácter de grupo militar irregular tanto en apoyo de las fuerzas combatientes regulares (en una guerra contra un enemigo exterior) como en rebelión contra el Gobierno del propio país, sus Fuerzas Armadas y policía, en nombre de una ideología o de una causa. El terrorismo, en cambio, es definido como la actividad de quienes tratan de conseguir la adhesión activa o pasiva de los individuos mediante la coacción del terror, de acuerdo con la máxima expresada en el proverbio chino "rnatar a uno para aterrorizar a diez mil". De ahí que la publicidad sea consustancial a la estrategia terrorista como forma de alcanzar el efecto intimidatorio que persigue y de que el terror individual se transforme en alarma social.

Es posible, pues, que técnicamente, como afirma el escritor y filósofo Fernando Savater, "el término guerrilla sea el más adecuado en el contexto de Latinoamérica, donde estos movimientos insurgentes tienen unas características (afincamiento en medios rurales, lucha contra el Ejército regular, etcétera) de que carecen en Europa". Pero para Savater ello no significa que "esos movimientos insurgentes tengan que ser considerados en términos más positivos que los terroristas, incluso en casos como el de Perú, en que se enfrentan a semidictaduras". También para Miguel Ángel Bastenier, subdirector de Relaciones Internacionales de EL PAÍS, existe una clara distinción conceptual entre los términos "guerrillero" y "terrorista": "Guerrillero nos remite a combates quizá heroicos en inferioridad de medios. Terrorista es el que emplea los medios del terror, habitualmente contra objetivos civiles, y un tipo de violencia que no busca la victoria militar directa, sino aterrorizar a la opinión para socavar su frente interno". Pero más allá de sus diferencias formales, ambos términos pueden significar en ocasiones materialmente lo mismo. Bastenier recurre a una escena de la película La batalla de Argel para constatar que llamarse guerrillero no preserva de ser terrorista, si los actos y los métodos lo son: es aquélla en la que un líder guerrillero argelino, que ha perpetrado un atentado con una bomba oculta en un capazo, causando gran mortandad de no combatientes, responde a sus interrogadores que la aviación francesa bombardea a mansalva los aduares arábes, y que él está dispuesto a cambiar de arma; que los franceses se provean de capazos bomba y que les den los aviones a los insurrectos. " No por ello era menos terrorista", infiere Bastenier.

Juan Pablo Ferro, jefe de información de El Espectador, de Bogotá, al que el Defensor del Lector, ha solicitado su opinión desde la perspectiva de Latinoamérica, analiza cómo, al margen de denominaciones y emblemas, puede degenerar un movimiento guerrillero, en este caso el de Colombia. Para Ferro, la guerrilla colombiana, la más antigua de América, ha terminado siendo, tras casi cuarenta años de lucha una amalgama de delincuencia común y de terrorismo en la que el discurso político ha dejado de existir. "¿Cómo ha podido suceder?", se pregunta. Y responde: "Al usar el secuestro, cometer homicidios o masacrar. El secuestro es, en esencia un acto inhumano, barbárico, así sus intenciones tengan un carácter político. Cortarle la cabeza a un niño delante de su familia, de su pueblo, es un acto de barbarie. Emboscar a un grupo de soldados, dejarlos indefensos y rematarlos es un acto de barbarie. Como también, por parte del Estado, lo es violar los derechos de las personas, asociarse con organizaciones ilegales (como la derecha paramilitar), fomentar el secuestro, asesinar o masacrar. Es el régimen de la barbarie", concluye Ferro. "Y la barbarie es terror. Y el terror termina por desviar el sentido político e ideológico de una guerra. Lo absurdo, entonces, no son sólo la barbarie y el terror; lo absurdo es la guerra, que particularmente en Colombia no se declara de manera formal, pero que todos los días deja una nueva víctima".

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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