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La rebelión de las máquinas

Al igual que el Señor le había creado a él, diz que a su imagen y semejanza, el hombre inventó la máquina, y al principio todo marchó sobre ruedas, lógico. El hombre (bueno, algunos hombres) sintióse liberado de la bíblica maldición del trabajo, y puede que hasta se le pasase por las mientes la idea de descansar, cumplidos los primeros siete días de la Invención, pero, a medida que avanzaba la historia, cada vez le fue acuciando más la necesidad de fabricar nuevas máquinas: para explotar los recursos de la Madre Tierra, para rodearse de caprichos y comodidades; para navegar, volar, matar, no precisamente por este orden. Por fin inventó la bomba H, capaz de erradicar la vida entera en el Planeta Azul, incluida por supuesto la propia, y se sintió gozoso como un diosecillo adolescente. Había fracasado, sin embargo, en la invención de máquinas capaces de garantizar la vida eterna en carne mortal, o sea, máquinas de desmatar y así, pues.Desde aquel hito nada ha sido igual, aunque las armas más letales estén, de momento, archivadas. Fue sabia la decisión de darles carpetazo, pero el hombre se aburría, así que se encaramó a la luna, un poco a lo tonto, se creyó el rey del cosmos, y no lo era. Actualmente trata de disimular y quitarse la espina haciendo monerías circenses y más o menos seudocientíficas por la estratosfera, venga a acoplar soviéticos a americanos y viceversa, todo lo cual será muy decente, pero suena fatal, y el sueño de descansar parece alejarse más y más, porque los ingenios apocalíptícos siguen archivados por ahora, viéndolas pasar, pero proliferan otras armas más y más letales, sofisticadas, crueles, que, sin saber cómo ni en virtud de qué mecenazgo, acaban ya incluso en manos de los pobres para que maten a placer a otros pobres más pobres y milagrosamente, desarmados.

Pero todo esto es muy triste, así que hablemos ahora de máquinas "buenas", manufacturadas por el solaz de lo que llamamos, no sin arrogancia, "primer mundo". O sea, el Occidente consumista, mecanizado, próspero. Pero también allí, o aquí, suceden cosas raras y muy poco placenteras. Y no es sólo que el hombre continúe sin liberarse del trabajo a través de las "máquinas". Encima, en el afán de multiplicarlas para recuperar la vieja utopía, curra cada vez más, se obsesiona, muere como consecuencia del "burnout" (consunción... por el trabajo). En las ciudades. Sin guerras, sin minas, ni nada. Sus huérfanos navegan con rumbo desconocido por los espacios cibernéticos con creciente despego hacia la Tierra tangible, las vacas no quieren ser carnívoras ni quieren ser máquinas y se han vuelto locas, todo se desmorona.

Y en los Madriles, capital o capitales de las Españas, estas catástrofes se exacerban en la concurrencia de varias características de la raza o razas, entre ellas el complejo de inferioridad. Queremos sacudirnos éste siendo europeos, pero europeos de Maastricht, ¿eh?, y sólo se nos ocurre una manera de lograrlo: importando máquinas enormes, ruidosas, máquinas para destruir. Quizá tengan más luces de las que exteriorizan los políticos intermedios, efímeros, procedentes por lo general de terrenos profesionales ajenos al que hacer ahora encomendado, pero no tiempo para hallar caminos más sutiles de convergencia con Europa. Lo importante es complacer al jefe: "¡señorita, ya tengo máquinas capaces de arrasar la Sierra para instalar en los páramos resultantes medio millón de madrileños!", "¡señorita, ya tengo máquinas idóneas para borrar en una noche las últimas ruinas históricas de Madrid!".Lo peor de todo es que las máquinas ya no son lo que eran, parecen haberse vuelto tan locas como las vacas, campan por sus respetos. ¿Quién las controla? ¿Quién manda aquí? Una excavadora se cargó el oleoducto Rota-Torrejón-Zaragoza, originó un incendio, pudo provocar una catástrofe. Otra rompió el cable gordiano del aeropuerto de Barajas, paralizó éste, etcétera. El camión municipal regaba todas las noches a las dos de la mañana, bajo el diluvio universal, mi calle. Nadie nos explica por qué suceden estas cosas, no saben, no contestan. ¿Adónde nos conducirá la rebelión de las máquinas?

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