Un mito veinteañero
Dentro del ciclo extraordinario de Juventudes Musicales de Madrid -que a sus fines artísticos añade los de allegar fondos para la concesión de becas-, actuó el violinista Maxim Vengerov (Novosibirsk, Siberia Occidental, 1974) en unión del pianista Igor Uryasch (San Petersburgo, 1965), un dúo de categoría excepcional dada por sus dos componentes y la del trabajo en común.Pocas carreras tan meteóricas como la de Vengerov. A los diez años, ganaba premios importantes, a los 12 tocaba en el concierto inaugural del Concurso Chaikovski y a los 13 se presentaba en Alemania, junto al pianista Eugeni Kissin, en el Festival de SchIewig-Holstein. Vengerov inició su formación con la profesora Galina Turchaninova y la completó con Zakhar Bron. Desde 1994, toca con un gran Stradivarius (Reinier, de 1727) y el arco es el que perteneció a Jacha Heifetz.
Juventudes Musicales de Madrid
M. Vengerov (violinista), I. Uryasch (pianista). Obras de Elgar, Shchedrin, Mozart y Chaikovski. Auditorio Nacional, Madrid, 11 de febrero.
Estamos ante un virtuoso de altísimo vuelo que a la vez hace música con perfección, hondura, extremada afectividad y precioso sonido. La Sonata en si bemol K-454, de Mozart, quedará en nuestro recuerdo para siempre, pues Vengerov y su colaborador nos dieron una versión humanística antes que historicista de un texto que no sólo respetan sino exaltan.
En la misma línea de calidad estuvieron las interpretaciones de la Sonata en mi menor de Edward Elgar, las piezas de Chaikovski (Vals, Scherzo, Melodía, Meditación y Serenata melancólica) o el brillantísimo Echo de Rodion Shchedrin (Moscú, 1932). Eran muy diferentes las partituras, tanto la del romántico rezagado británico Elgar (1857-1934), mucho más aparencial que sustantiva, como las sentimentalistas páginas breves de Chaikovski con cierto aire "de salón" o la página de Shchedrin, de visible intencionalidad virtuosística. Este aspecto alcanzó los máximos brillos en la propina ofrecida por el violinista de Antonio Bazzini (Brescia, 18181897). Así, si en Mozart pudimos admirar a dos grandes intérpretes sirviendo la idea más elevada de la música, en el resto la música venía a convertirse en plinto sobre el que alzar la estatua viva del virtuosismo. Por sus dones, la belleza de fraseo y el apabullante poderío técnico, los pentagramas resultaban pasaderos, mas las interminables ovaciones estaban dirigidas a los solistas. Un nuevo éxito de Juventudes Musicales Madrileñas.
Babelia
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