Dos 'traidores' con sentido común
La retirada militar de la ciudad de Hebrón era probablemente condición sine qua non para que la Autoridad Nacional Palestina y Yasir Arafat pudieran seguir contando con credibilidad y apoyo populares. Y si nos atenemos al programa con el que Benjamín Netanyahu se presentó y ganó las elecciones el pasado año en Israel, podría sostenerse que la no retirada de Hebrón era requisito indispensable para mantener el tipo, la coherencia ideológica y la estabilidad gubernamental. El abandono por parte de Israel de la mayoría de Hebrón (que no de su totalidad) quebranta la ideología, el tipo y el Consejo de Ministros, pero refuerza la estabilidad parlamentaria y las perspectivas globales de paz.Y ello es así a pesar de las respectivas ofensivas -tanto de carácter político como terrorista- que desde sectores palestinos e israelíes son previsibles a partir de ahora contra lo acordado en torno a Hebrón y el repliegue militar israelí futuro de diversas zonas rurales de Cisjordania. Ofensiva a cargo de quienes consideran a Netanyahu y a Arafat traidores a las respectivas causas. "La Autoridad Nacional Palestina de Arafat ha cometido un nuevo crimen contra el pueblo palestino y la nación árabe e islámica al rendirse a las condiciones de Netanyahu para la retirada de Hebrón", dicen Hamás y Yihad Islámica en un comunicado (el subrayado en islámica es mío). La extrema derecha religiosa israelí -que goza de un, desproporcionado peso en la política nacional- también ha estigmatizado al primer ministro judío. Los fanáticos religiosos se tocan.
Se corre así un enorme riesgo adicional provocado por la mezcla de la exacerbación religiosa judía o musulmana con el nacionalismo extremo. El realismo y la mesura de la mayoría de la población palestina, canalizados a través de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), están suficientemente acreditados: ya no se persigue,la destrucción del Estado de Israel. Empero, los palestinos no tienen Estado alguno. Netanyahu dice que "la mayoría de los israelíes siente escalofríos ante la posibilidad de un Estado palestino". Sin embargo, las encuestas en el Estado hebreo indican que las tres cuartas partes de la población desean la paz segura con los palestinos. Habida cuenta de la disponibilidad demostrada por la Autoridad Nacional Palestina -un embrión de Estado- para seguir fielmente los acuerdos logrados en Madrid y Oslo en favor de la estabilidad y paz de la zona, acuerdos garantizados, apoyados e impulsados por Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, ¿no es acaso más lógico y práctico tratar de los problemas en presencia de Estado a Estado? ¿Quién mejor que una autoridad verdaderamente estatal -la palestina configurada por la OLP, no por Hamás o la Yihad Islámica para lograr, con el paraguas omnipresente de europeos, americanos y rusos, la paz segura ambicionada por la casi totalidad del pueblo de Israel?
Dos Estados representativos de dos sociedades normalizadas. Ninguna de las dos, ni la judía ni la palestina, son hoy normales. Mucho odio ha discurrido bajo los respectivos puentes. Los laboristas lo han intentado al entender, como recuerda Jean Daniel, que era preferible renunciar a una legitimidad bíblica reinventada, a cambio de conseguir seguridad nacional y armonía con el derecho y la sociedad internacionales. A esta filosofía, en suma, a la normalización de Israel como Estado y como pueblo, se han opuesto hasta hoy Netanyahu y el Likud. ¿Perseverará aquél en el sentido común que implica la retirada de Hebrón y se mostrará dispuesto a coprotagonizar la normalización? Después de todo, Teodoro HerzI, el pionero del movimiento sionista, dedicó su vida a la consecución de un hogar nacional judío, no tanto por motivos religiosos, sino para hacer posible que el pueblo judío pudiera llegar a disfrutar de una vida normal.
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