Me asusta, pero me gusta
Me asusta, pero me gusta estar viendo una película brasileña de culto, Con plumas y a lo poco, y oírle decir de pronto a un negrito fornido y sabio que anda medio perdido por la chillona selva: "Todo tiene su tiempo, guacamayo". No es azar, pues, que sean los indios brasileños los más expertos en el arte llamado plumario, que, de adorno ceremonial para los cuerpos, pasó, sin rechistar, a ser decoración, refinada e impetuosa a un tiempo (éste, sin ir más lejos), para las altas paredes colorín siena de los salones pudientes. Nosotros, mientras tanto, pasamos de oro de Moscú al loro de Kounellis, que adiós tenga en su gloria, donde repepe/pitirá (sólo la barra es guiño) como por aquí abajo "¡Qué arte!"Me asusta, pero me gusta estar contemplando la televisión noctámbula y observar cómo la sonrisa oblicua de Carrascal (no hay barra que la sostenga) se comnueve, y será por algo, cuando presenta el notición de la jornada, luego de un buen reparto de bozales para Francisco (ligero de cascos) y para Alfonso (ligero de equipaje y en pie de guerra): un granjero del extrarradio, traducido en subtítulos, ha asentado a sus vacas en mullidos colchones de agua. Y asegura el hombrón, afable en experiencia, que, una vez suprimida la paja, costosa y guarra, la calidad de la leche aumenta. (Loyola, impónselo).
Me asusta, pero me gusta estar tomándome una copa con Borja Casani (que acaba de sacar un hermoso, libro-disco de Bernardo Atxaga para El Europeo) y notar por su mirada que alguien se acerca, que, en efecto, ahí está y habla y habla, hasta el punto de incluso yo enterarme que estudiaron en el mismo colegio y que ahora, nueva edad del tebeo, acaban de nombrarlo ("el que vale, vale") director general de algo. He aquí su despedida: "Desengáñate, tío; al final, las que están buenas son las pijas". Y mira de reojo, arrastrándonos, hacia una moza rubia que ha dejado sentada en otra mesa.
Me asusta, pero me gusta que una lozana amiga de La Coruña, Irene, me explique de una vez, inmersos como andamos en plena zoofilia (loros, vacas, bozales), las razones profundas del sinsabor del pulpo en estos tiempos que vuelan. Los pulpófilos lo habrán notado: ultimadamente, tampoco el pulpo sabe a pulpo; es decir, se nos ha vuelto insípido, igual que el cava catalán o la langosta cubana. Y al par subió de precio el cabrón, pues, más allá de dicha insipidez, parece ser que anda la mar de escaso. Según me aclara Irene, el consumo masivo de nécoras por Navidades dejó sin alimento sabrosón a los pobres pulpitos, que, en seminegra consecuencia, fueron perdiendo el gusto, la consistencia y el garbo.
Me asusta, pero me gusta que un primo de Irene añada, con el asentimiento de la hermana de Marisa, que todo quisque anda en Madrid pachucho no por lo mucho que zampara, aunque bueno, hasta primeros de enero, sino porque abundan los comerciantes que guardan la mercancía, al igual que otros las acciones bursátiles, hasta que llega el subidón.
Me asusta, pero me gusta el desparpajo y la justeza de algunos comentaristas deportivos: "La cara del entrenador del Barça era un poema..." Porque, es cierto, muchos son los poemas que se van pareciendo a la cara del entrenador del Barça.
Me asusta, pero me gusta acordarme de que supuse que el nuevo periodismo iba a llegar a donde ha llegado el día en que una famosa entrevistadora, hará cosa de nueve años, tras lucha encarnizada para que hablase mal de un colega que ni me fue ni me vino ("¡pues él bien dice de tí!"), acabó por preguntarme: "¿Es cierto que vives con un legionario?"' Nunca llegó a publicar tan inocente respuesta: "Es una historia pasada, aunque trastoca usted los datos. El legionario era yo; el otro, señorita, era su padre".
Me asusta, pero me gusta reconocer que esta sarta de sustos y gustos (viga más que columna) es deudora, y hasta la saciedad, de una cantante mexicana que, asomada al balcón y con ayuda de inequívocas muecas, le pega al estribillo cosa basta: "Me gusta .../ pero me asusta". Esplendor de la realidad, orgasmo de la confesión.
Babelia
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