Dos revueltas con móviles diferentes
La población serbia busca la democracia, los búlgaros protestan contra el hambre
¿Después de Belgrado, Sofía? Nos vemos tentados a comparar lo que pasa desde hace cerca de dos meses en Serbia y los acontecimientos de los últimos días en Bulgaria. Decenas de miles de personas se echan a la calle diariamente en dos capitales de los Balcanes para expresar su cólera. Pero las reivindicaciones de los manifestantes en uno y otro país no son las mismas.La oposición serbia denuncia, junto con los estudiantes, al régimen autoritario y los excesos del presidente Slobodan Milosevic, que les "ha robado" su victoria en las elecciones del 17 de noviembre al anular los resultados, según los viejos métodos comunistas, y hacer un recuento de votos favorable. Esa oposición no quiere más que la aceptación de Serbia en el conjunto de las naciones y reclama más democracia, el fin del control del poder sobre los medios de comunicación y una prensa libre e independiente. En resumen, que el país llegue a ser un país normal.
Bulgaria se encuentra en una situación diferente. Se libró en 1989 del viejo dictador comunista, Todor Jivkov, en una revolución de palacio. Se ha esforzado, con éxito, para estar fuera de los conflictos de los Balcanes, ha regulado su problema con la minoría turca -oprimida bajo el antiguo régimen- y podría, por tanto, preparar con calma su transición.
Los antiguos comunistas se han mantenido en el poder bajo la etiqueta de socialistas, pero la oposición, reagrupada en la Unión de Fuerzas Democráticas (UFD), fue aceptada, al contrario que la oposición serbia. El pluralismo político, por tanto, ya existía. La prueba es que la alternancia se ha producido ya en Bulgaria: en octubre de 1991, la UFD ganó las elecciones legislativas, y su líder, Filip Dimitrov, formó un Gobierno minoritario que por primera vez después de cerca de cincuenta años no incluía a ningún comunista.
Y tres años más tarde, Jeliu Jelev, un antiguo disidente, fue elegido presidente. Belgrado no ha conocido esta evolución. En Bulgaria, ningún Gobierno -incluido el de la UFD entre 1991 y 1994- ha conseguido realizar las reformas económicas indispensables (privatizaciones, redistribución de tierras) y el país, de unos nueve millones de habitantes, está al borde de la bancarrota.
El producto interior bruto de Bulgaria ha caído entre un 8% y un 10% en 1996. La moneda nacional se ha depreciado alrededor del 600% con respecto al dólar, la inflación pasa del 300% y las reservas de divisas alcanzan penosamente los 300 millones de dólares, cuando Sofía debe pagar en 1997 más del doble a sus acreedores extranjeros. En este contexto, el Fondo Monetario Internacional ha exigido la puesta en marcha de un severo plan de austeridad, con el riesgo de agravar la crisis social. De hecho, Bulgaria está en la peor situación económica de los antiguos satélites de la Unión Soviética en Europa central y oriental, y el nivel de vida medio de un búlgaro es inferior al de un serbio.
Las decenas de miles de personas que se manifiestan desde hace días alrededor del Parlamento de Sofía protestan, sobre todo, contra el caos económico y social en el que está inmerso su país. Su principal reivindicación es la disolución del Parlamento, en el que los socialistas cuentan con la mayoría absoluta, y elecciones legislativas anticipadas. El problema es que ni el jefe del Estado, ni el presidente de la Asamblea, ni el presidente del Gobierno tienen poder para hacerlo. Según la Constitución, sólo los diputados pueden decidir.
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