Poeta
La poesía se parece al mar, como el periodismo: lo devuelve todo, pero lo bueno regresa mejorado; hay periodistas que maldicen, porque dicen mal, igual que hay poetas que no traspasan. En este último caso sucede así porque en el fondo del alma de esos poetas no reside ningún ánimo de verdad, o de pasión, sino de vanagloria. Son sujetos de premio, de parabién, de toma y daca, de autobombo o de bombo mutuo, de beneficio de antología. Del mismo modo que hay jueces estrella y periodistas estrella en la sociedad contemporánea, donde parece más pertinente el autor -el rostro del autor, el brillo del autor, el insulto del autor- que el mensaje, también hay poetas estrella, que no resisten, por otra parte, la prueba algodonosa del tiempo, porque en efecto su, trayecto acaba en el parabién o en la antología. Se dice, y es cierto, que la buena poesía no puede mentir porque en sí misma la escritura devuelve rugosos, inservibles, mostrencos, los versos mentirosos: no llegan a ningún lado, se varan, inútiles, en el fondo del mar. Ese es, pues, el porvenir de lo que no dice nada, o de lo que maldice porque dice mal. Lo que no llega a ser jamás palabra en el tiempo.En ese panorama, que es real en uno y otro sentido, en el mar del periodismo y en el mar de la poesía, por seguir con estos símiles, resulta estimulante que de vez en cuando aparezcan encima de las mesas litigantes de las librerías libros de auténtica poesía, que pueden animar por dentro el alma de los seres humanos que buscan en las palabras la sensación íntima que les reconcilie con la memoria, con el porvenir y con él tiempo presente.
España es un descuidado país: no tiene en cuenta a sus poetas, y los poetas, como legión, tienen bastante que ver con este descuido al que se les somete, porque han dejado que el sector del cuadrilátero en el que libran el combate de la literatura se parezca efectivamente a una región de bombos mutuos, de dependencia del premio o del castigo. Por eso, digo, resulta saludable que de vez en cuando regresen a esta orilla, embellecidas por la calidad del tiempo, las palabras de poetas ciertos, nobles, cuya voz en efecto reconforta y mejora la calidad de la mirada que se merece la vida. Hablo, hoy, como algunas otras veces, de Angel González, cuya antología personal, acompañada por su voz, acaba de ser puesta en las librerías por la colección Visor, que es una de esas esforzadas empresas que siguen, a pesar de los tiempos, apostando por la delgada presencia del tiempo que nos trae la poesía.La voz y la escritura de Ángel González. Alguien dijo una vez que la poesía de este académico a la fuerza -a la fuerza de su calidad de poeta, y a la fuerza de sus amigos, que se empeñaron en que fuera inmortal: Emilio Alarcos, que fue decisivo para convencerle, acaba de publicar un libro espléndido sobre él- tiene poderes curativos, y yo he visto en efecto a algún enfermo ilustre revivir después de leer algunos versos de este asturiano que, según cuenta la leyenda, llena de gozo a los camareros de Madrid cuando regresa de Alburquerque.
Acaso esa fama de buen bebedor -de bebedor bueno- le ha puesto la voz como la tiene, y eso es lo que primero se aprecia en la pausada selección de sus poemas leídos: la voz desgranada, lenta e indecisa, civil, de un asturiano que todavía no se quita de la cabeza que la poesía es ironía contra la certeza, homenaje a la niebla y a la duda, región abierta de la ternura y de la risa. Es, por eso, un reencuentro con la autenticidad del dolor y de la broma de su generación, tan perjudicada por los azares de la vida, tan perseguida también por las delgadísimas láminas del olvido español. En medio de un territorio tan espectacularmente asolado por la prisa y la vanagloria cabe decir que este es un poeta cuyos versos se parecen a las buenas maderas que regresan del mar. El eco de esa enorme soledad a la que ha conducido la vida a poetas como éste está en el aliento de los versos nebulosos que para bien de nuestro tiempo, y para la salud de tantos melancólicos, le acaba de publicar Visor, como si trajera del mar lo que ya era bello antes de que el mar lo devolviera.
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