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Tribuna:DE CULTO
Tribuna
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'La vida alegre'

Fernando Colomo rodaba en 1987 La vida alegre, retrato de una época en apariencia esplendorosa, donde corrían las despreocupaciones y el dinero. La retraída y llevada movida se encontraba en su apogeo, el Gobierno socialista funcionaba, la noche era un territorio común y seguro, abundaba el trabajo en las artes. Se rendía culto a la exploración de los sentimientos, a las drogas, a los espectáculos. Se admiraba a los perdedores, rodeados de un halo de resistencia; se potenciaba el ingenio. Se hacía una escultura con una lata de cerveza y otra de bonito, y el más estrafalario lucía corona. Se bebía el presente, porque el futuro siempre significaba problemas. Era otra forma de vida, pero al menos era una vida. No se quería madurar, para qué, para comprender al fin que la existencia era un devenir de facturas y posicionamientos en una escala social dictada por los demás. No se adquirían compromisos, con nada ni nadie, y es que el arte se entendía como un acto egoísta, genial, autosuficiente. Se tiró del chicle, se amargó tras los fastos del 92.Estallaron los escándalos políticos. Se descubrió que el dinero era una entelequia y que su cantidad se debía a cosas como pelotazos y comisiones, movimientos de capitales fantasmas, empresas invisibles. Algo le dolió a España, tanto que de repente los ciudadanos se vieron sin un níquel en el bolsillo. Parte se lo habían repartido aquellos que fueron colocados en el poder por las urnas, de cualquier signo político; el restante se había evaporado, por las buenas, como suele suceder. La movida murió ahogada en su inconsistencia, y es que faltaron cabezas capaces de crear un movimiento con pies de acero. Fue lo que fue, un flujo de absoluta libertad tras el franquismo. Exceptuando algún nostálgico y a las individualidades consabidas, nada ha quedado. Acaso un librito, una conversación visceral, una tertulia nostálgica. Alguna revista subterránea. Fue una época de trovadores y no de poetas, de vitalistas y no de pensa dores. Se pasó bien, seguro. Fernando Colomo fotografió a la perfección el apogeo de la década prodigiosa de los ochenta, en una comedia deliciosa y magnífica.

Y en eso, en las grandes ciudades, triunfó la derecha, y se acabó la diversión. La cobertura a las artes realizada por los ayuntamientos socialistas fue barrida por los populares. Sí es cierto que las ciudades ganaron en limpieza y urbanidad, también lo es que perdieron en festividad. Todo se volvió gris y uniforme. Al mismo tiempo se quebraron las ideas, su representación en el decorado de la realidad. A nivel esta tal se había votado a un partido de izquierdas que había metido al país de lleno en la OTAN, por lo de estar en Europa a un precio de metralla; en un capitalismo salvaje, por no perder el peaje mundial de la economía; en leyes restrictivas, como la de la patada en la puerta, que por fortuna fue retira da. A pesar de ello los gobiernos socialistas mantuvieron un apoyo incondicional a la cultura. Con los de ahora nunca se sabe, sobre nada.

Han transcurrido 10 años, se ha cambiado poco en la fundamental, la pulsión de la vida, el empuje de las ideas, la afirmación de la persona. Han mudado, tras la experiencia, los puntos de vista. En unos casos han desorbitado su expresión, en la mayoría se han moderado, y no precisamente por la máxima que afirma: con la edad se alcanza la sabiduría. Será, sin embargo, que a cierta edad, con el alma cosida de desilusiones y derrotas, las opiniones son medidas en exceso por la razón, en detrimento del corazón. Tal vez después de estos 10 años se ejerce un mayor control sobre el individuo. Y que ese control conduce a un futuro incierto, de adocenados ya no novelados por Orwell. Acaso 1997 es un año donde la democracia se ha consolidado y la alternancia normal de los partidos es un hecho. Por tanto la indiferencia ante la libertad se convierte en ley no escrita. Y con la cultura, qué ha ocurrido. Una década es mucho tiempo. Desde 1987 hasta hoy, en vez de avanzar, se ha retrocedido. La cultura vive por y para el conservadurismo, se ha transformado en un espectáculo de masas regido por economistas. Se intenta llegar a la mayor gente posible. Pensando que la masa es ignorante, que padece meningitis. Se ha perdido el respeto por el lector y el espectador, a los que habría que suponerles inteligentes, en vez de reducirlos a un estado infantil. Se ofrecen productos, no obras; arquetipos, no personajes. Los magos de la televisión sacan del sombrero palomas disecadas, conejos de felpa; incluso La 2 está deslizándose peligrosamente hacia la telebasura.

Una década después de La vida alegre se celebra la llegada de 1997. ¿Y qué más?

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