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Crítica:CLÁSICA: 'LA NOVENA SINFONÍA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La potencia del gran himno

Como en otras capitales europeas, cuándo el año termina suena en Madrid la Novena sinfonía de Beethoven, esa suerte de formidable himno que, desde su estreno, asume la humanidad como voz resonante de la libertad, la alegría y el espíritu solidario. Y por supuesto, como obra singular, arriesgada, magistral y convulsiva. Cada tiempo tiene palabras propias para la Novena y hoy es difícil escuchar versiones parecidas a las de Furtwängler tan distinta, por cierto, a la de su contemporáneo Arturo Toscanini.Karajan impuso una visión hímnica de la Sinfonía Coral, concebida como un todo al tiempo que otorgaba a los tres primeros movimientos un cierto carácter preparatorio del final, en donde las voces entonan varias estrofas de la Oda a la alegría de Schiller. A ese modelo o herencia se ciñen los conceptos de Frübeck de Burgos, que ha vuelto a dirigirla por sexto año consecutivo a la Sinfónica de Madrid y al Orfeón Donostiarra.

Orquesta Sinfónica de Madrid y Orfeón Donostiarra

Solistas: Vlatka Orsanik (soprano), Joke de Vin (mezzosoprano), Christel Bladin (tenor) y Alfonso Echeverría (bajo). Director del coro: José Antonio Sainz. Director: Rafael Frübeck de Burgos. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de diciembre.

Cuando se discute sobre las posibilidades de la orquesta que fundara el maestro Arbós, una versión como la de anteayer supone un triunfo total por la presteza en la respuesta, la asimilación del estilo indicado por el maestro, la enorme brillantez y la expresividad sin toque alguno de exageración. Decía Falla que resultaba conveniente "desinfectar" las obras en su escritura luego de estrenadas y vividas; otro tanto podría afirmarse de las interpretaciones. Esto ha hecho Frübeck al paso de los años y la frecuencia de las ejecuciones.

Todo quedó claro, tanto la compleja estructuración del primer movimiento, acaso lo mejor de la gran partitura, como la lírica continuidad de las diversas secciones del tercero (adaggio), en tanto el Molto vivace, segundo movimiento, apareció coherente y vigoroso gracias a una unidad de pulso que incluye el trío del scherzo. Muy difícil es globalizar las diversas partes del tiempo final, con coros y cuarteto solista, pues en el ánimo del autor latía, sin duda, una intención dramática capaz de enfrentar la exposición del tema, de origen gregoriano, a la variación popular en aire de marcha o la elevación de las variantes en modo religioso.

Cantó un cuarteto solista de gran mérito y tan universal como la misma obra: soprano croata, mezzo holandesa, tenor sueco y bajo español. Como siempre el Orfeón de San Sebastián fue el seguro, grande y dúctil instrumento, inmenso órgano vocal que trae y lleva el clamor humanísimo del canto de Schiller. Se llenó el auditorio y hubo ovaciones interminables para todos, con matices especiales para el Orfeón, que cuando viene a Madrid parece encontrarse en su segunda casa. Lo gobierna ahora con buen tino José Antonio Sainz Alfaro, depositario y mantenedor de una larga historia. Sonó Beethoven y los días próximos cederá su puesto a los valses de la familia Strauss o a la equivalencia española de los conciertos de zarzuela. En resumen: una gran tarde por todo y para todos.

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