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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Encantado de conocerme

Antes de ilustramos, los nuevos museos científicos han de cautivarnos. Umberto Eco describe en el sexto de sus paseos por los bosques narrativos (*) la profunda sensación que le proporcionó su visita al planetario de la Casa de las Ciencias de La Coruña, en donde afirma llegó a vivir una felicidad tal que no le hubiera importado morir entonces allí, añadiendo que, "en cualquier caso, otros momentos serán mucho más casuales e inoportunos". Esa experiencia, como bien imagina Eco, ha sido vivida también por muchas otras personas, y es cosa que casi con las mismas palabras he oído formular varias veces. Es el yo que se encuentra a solas con el universo. Sirva la anécdota de testimonio y pretexto para plantear una de las cuestiones que creo más interesantes en la nueva museología científica, como es la capacidad que existe de actuar sobre los sentimientos de los visitantes, tema que está de moda, por otra parte, tras la publicación del libro de Daniel Goleman sobre "inteligencia emocional".Me apresuraré a afirmar que tanto las exposiciones como los audiovisuales y recursos museísticos en general tienen un gran potencial para provocar sensaciones y despertar emociones. Paralelamente a -y con independencia de- cualquier aprendizaje cognoscitivo (de nombres, datos, conceptos o teorías), en los planetarios y museos se educan actitudes. Es también en este dominio afectivo donde creo puede ser más interesante resumir la experiencia de la Domus, el museo interactivo coruñés dedicado al ser humano, en sus primeros 20 meses de funcionamiento.

Desde su inauguración, la Domus (Casa del Hombre) ha estado recibiendo visitantes a una velocidad media de 180 por hora, un número alto, no sólo en relación con su superficie, sino también globalmente, si se la compara con otros museos. Las encuestas realizadas entre ese público nos dicen que el tiempo medio de duración de la visita es de unas dos horas, que se valora especialmente el carácter educativo y científico de la casa y que se la califica sobre todo como muy "moderna", "útil", "divertida" y "comprensible". Destacan que la visita sirve, sobre todo, para estimular la curiosidad y para valorar la ciencia y la cultura, y apuntan que la impresión dominante al salir se resume con palabras de implicación personal, como alegría, respeto, responsabilidad y libertad.

Resulta significativo que el elemento de exposición que los visitantes recuerdan y valoran más sea aquel en que se exhibe la detallada filmación de un parto. Con toda seguridad, los espectadores -de cualquier edad- reunidos en aquel espacio pequeño, oscuro y cálido no aprenden datos nuevos sobre cómo tiene lugar el nacimiento de un niño. Pero allí es donde les vemos manifestar: los ojos no pestañean, se producen gestos de complicidad (madre-hija, madre-padre, novio-novia), algunos ojos se humedecen en exceso o se eriza el vello de los brazos. Los niños expresan también descaradamente sus vivencias: asombro, curiosidad, miedo, sorpresa, asco o admiración.

La experiencia de Domus, que saluda a los visitantes repitiendo en 30 idiomas el "conócete a ti mismo" de Delfos, parece ratificar el interés de las personas por verse implicadas en la actividad que lleva al propio conocimiento. Los módulos que más interés despiertan son aquellos en los que los visitantes pueden medir sus dimensiones y capacidades, los que les permiten reconocerse. Es como si se tratara de establecer en el museo una relación en términos más personales que los que permite el conocimiento genérico y aséptico. Quizá es que entramos en el terreno de lo afectivo: no sólo acepto la necesidad de conocerme, sino que estoy encantado de hacerlo. Por eso, en términos generales, creo que lo más importante que hace la Domus es el contribuir a modificar las actitudes de la gente hacia elementos relacionados con la ciencia, que queda allí unida al recuerdo de haber vivido momentos de alegría y satisfacción.

Ramón Núñez es director de la Casa de las Ciencias. *Seis paseos por los bosques narrativos. Traducción de Helena Lozano. Lumen. Barcelona, 1996. Páginas 153-154.

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