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Reportaje:EXCURSIONES: PINARES DE NAVAFRÍA

Poesía al andar

Ecos de las serranillas del marqués de Santillana y de Enrique de Mesa resuenan en este bosque segoviano

El campo, como todo lo sano, tiene sus detractores, ciudadanos recalcitrantes que se solidarizan retroactivamente con el doctor Johnson, quien, en mitad de una excursión al parque de Greenwich, expresó enérgicamente su preferencia por Fleet Street. Creen que la civilización se acaba en los arrabales de la capital y pueden citar de memoria al marqués de Santillana sin haber hollado ningún camino de sus serranillas.El excursionista no tiene nada personal contra las gentes de la ciudad, que sólo pisan la vertiente segoviana de la sierra para zamparse un cochinillo, pero entiende que es una lástima haber estudiado al más grande poeta castellano de la antigüedad para luego reventar de colesterol en sus dominios. A estas gentes, si quisieran escucharle, el excursionista las invitaría a pasear por los pinares de Navafría y les leería, haciendo poesía al andar, la hermosa serranilla que en el siglo XV compusieron al alimón Rodrigo Manrique -el padre de Jorge, aquel que coplas hizo por su muerte- e Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana.

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De Rodrigo son los primeros versos: "De Loçoya a Navafría, / cerca de un colmenar/ topé serrana que amar/ todo hombre codicia avría". A continuación, y según era uso, la serrana da calabazas al poeta, al que informa de su compromiso con un mozo lugareño. Y el poeta sentencia, ahora por boca de Santillana: "Serrana, tal casamiento / non consiento que fagades, / car de vuestro perdimiento, / maguer no me conoscades, / muy grand desplaçer avría / en ver vos enagenar / en poder de quien mirar / nin tractar non vos sabría".

Si quisieran escucharle, el excursionista les recomendaría dos caminos, uno para los que en seguida se cansan y otro para los que no, ambos parten del parque del Chorro, en el término segoviano de Navafría. El primero es un sendero que nace en la confluencia del arroyo del Chorro con el río Cega, y que no tiene pérdida porque está señalizado con un cartelón de madera por encima del aparcamiento. En un cuarto de hora los paseantes habrán arribado a las cascadas que dan nombre al paraje, la última de unos 15 metros.

El segundo camino es una prolongación de la carretera de acceso al parque, una pista asfaltada que asciende por la margen derecha del Cega hasta el refugio del Peñón, donde se bifurca, debiendo tomar el ramal de la izquierda -de tierra- para alcanzar, tras dos horas largas de marcha, el refugio de Regajohondo. A su vera, el arroyo del Chorro, apenas recién nacido, corretea ya por entre los altos pinos silvestres como los coros que bajan a beber de gran mañana y dejan en la nieve su huella leve, emblema del pudor. Por la orilla derecha el arroyo desciende la pista que ha de devolver a los paseantes al parque del Chorro, a los merenderos, a los automóviles y a sus costumbres de gentes de la ciudad.

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Ni de oídas

Pero si, antes de marchar, las gentes de la ciudad aún pudieran prestarle un minuto de atención, el excursionista les recitaría a Enrique de Mesa, a quien es probable que no conozcan ni de oídas: "Camino de Navafría / sube alegre la serrana, / golosa fruta temprana, / gala de la serranía". Enrique de Mesa (1878-1929), que yace en el monasterio del Paular, del otro lado de estas montañas, retorna así el asunto de la serrana de Navafría, que cinco siglos atrás dejara con un palmo de narices a un Manrique y a un marqués: "Caminito del alcor, / bordea el puro regato, / que en el alcor está el hato, / y en el hato, su pastor... / Y amor huele a mejorana, / y a tomillo y a cantueso, / lo mismo que sabe un beso / de labios de una serrana". Ésta es la cultura que al excursionista le sirve.

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