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Las razones de Zuckerman

El profesor Zuckerman, geómetra y nigromante, judío, argentino, dipsómano y noctámbulo está siempre dispuesto a derramar su vasta, ancestral y heterodoxa sabiduría sobre cualquier discípulo que le pague un vaso de aguardiente. El profesor Zuckerman tiene muchos alumnos en el barrio porque, cuando está en vena, es un orador de muchísimo fuste, capaz de hilar en un mismo discurso -sin que se vean las costuras- temas tan variopintos como la construcción de las Pirámides, la evolución de la milonga, las guerras napoleónicas y un par de sistemas casi infalibles para ganar a la ruleta.La otra noche, Zuckerman brilló a gran altura en su cátedra del café Manuela. Zuckerman empezó su discurso aquella noche relacionando los múltiples casos de pederastia y prostitución infantil acaecidos en Bélgica con la célebre estatua del Manneken Pis, el popularísimo niño meón, icono y tótem de Bruselas. "Generaciones y generaciones de belgas se han visto obligados a admirar, por razones que se me escapan", decía Zuckerman, Ia figura rolliza de ese pibe descarado, a mirarle la colita todos los días y a enseñársela a los turistas como algo digno de admiración. No existe una relación causa-efecto propiamente dicha, la erección de la estatua, y perdonen la redundancia, no se llevó a cabo para significar las inclinaciones pedófilas de los bruselenses, ni tampoco puede decirse que los ciudadanos de Bruselas se hayan vuelto pederastas por la reiterada contemplación del monumento. Y sin embargo yo niego que todo sea fruto de la casualidad, a no ser que, como los taoístas, llamemos casualidad a todo aquello cuyas causas no conocemos, lo cual no quiere decir que no existan".

Tras el contundente preámbulo, Zuckerman apuntaló su hipótesis con ejemplos de otras ciudades, fantaseó con la sirenita de Copenhague y los daneses, de los que dijo, sin razonarlo mucho, que no son ni carne ni pescado, llamó volubles y acomodaticios a los sevillanos por poner sus ojos en una veleta, y así fue desbarrando y despotricando con más gracejo que seso, apuntando como buenamente podía su doctrina.

Y por fin, Zuckerman aterrizó en Madrid, a petición de la parroquia, que le disuadió para que acortase su periplo irrefrenable. "Madrid", dijo Zuckerman, "es una ciudad excéntrica y extravagante, una ciudad mixtificadora que no tiene un centro, sino tres por lo menos. La plaza Mayor, la Puerta del Sol y la Cibeles que es el centro nuevo y el centro neurálgico en el que confluyen el tesoro del Banco de España, el control de los Correos y las Comunicaciones y él Cuartel General de los Ejércitos. últimamente se ha añadido al emblemático conjunto la Casa de América, dando carta de naturaleza a la cultura y a los vínculos con los países de ultramar hermanados por una fecunda lengua común". Zuckerman se subió al carro de la Cibeles y desde allí hilvanó una tanda de interpretaciones y paralelismos de lo rastrero a lo sublime, éste podría ser un resumen:

"El pesado carruaje de la oronda deidad del que tiran dos leones, raza del todo inadecuada para tal menester, podría indicar la propensión irrefrenable de la urbe al colapso circulatorio y la fiera condición de los aurigas urbanos que suelen comportarse al volante como auténticos reyes de la selva. Por otro lado, la consagración de la encrucijada crucial de la ciudad a una diosa frigia de la fertilidad, a una diosa extranjera y de segunda mano, no es tan disparatada como aparece. Cibeles es una diosa mestiza y fantasiosa que tras incorporarse al panteón romano por la puerta falsa no dudó en autoproclamarse hija del Cielo y de la Tierra y hermana menor de Saturno. Tres claves que podrían definir a la ciudad y sus habitantes, porque Madrid es una ciudad mestiza y fantasiosa que se coló en la capitalidad también por la puerta de atrás y empezó a proclamarse lo mejor del mundo, a fabricarse una historia apócrifa y espúrea de falsos héroes y falsos esplendores. Lo de Saturno aún se explica mejor, recuerden, Saturno era el Cronos griego que devoró a sus hijos como su hermana Cibeles devora a los suyos, ya sean naturales o adoptivos, a mí ya ven que me está dejando en los huesos.

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