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Chirac prepara un cambio de Gobierno para intentar frenar el malestar social

Enric González

Francia ha alcanzado de nuevo el punto de ebullición. Como el año pasado por estas fechas, un conflicto social ha paralizado el país ante el aplauso o, al menos, la complacencia de la mayoría de los franceses. La brecha entre gobernantes y gobernados no deja de agrandarse, lo mismo que la impopularidad del presidente, Jacques Chirac, y la de su primer ministro, Alain Juppé. En plena tormenta, Francia pide una señal, una reacción, una palabra de su presidente. Pero Chirac guarda silencio, y con un cambio de Gobierno en la recámara prepara un esperado mensaje a los franceses con el que tratará de retomar la iniciativa.Chirac habló a los franceses por última vez el pasado 14 de julio. Su mensaje fue de relativa esperanza. Dijo que la durísima reacción de los sindicatos contra a reforma de la Seguridad Social, la larga huelga de los ferroviarios, las dudas sobre el franco, habían quedado atrás. "Hay que mantener el rumbo afirmó. Pero, casi cinco meses después, han regresado todos los fantasmas: la Seguridad Social vuelve a acumular una deuda de 1,2 billones de pesetas, los camioneros han bloqueado Francia durante 12 días, y gente tan significada como el ex presidente Giscard y algunos consejeros del Banco de Francia piden que el franco se devalúe para insuflar un poco de crecimiento a una economía casi estancada.

Hace un mes, Chirac tenía el propósito de comparecer a finales de noviembre ante las cámaras de televisión para hacer balance del último año y confirmar a Alain Juppé como jefe del Gobierno. Casi simultáneamente, iba a cambiar algunos ministros para dar entrada en el Gabinete a personalidades independientes y partidarios de Édouard Balladur (principalmente Nicolas Sarkozy en el Ministerio de Finanzas), con el fin de cerrar por fin la división que las elecciones presidenciales abrieron en las filas conservadoras.

Pero es muy dudoso que baste retocar el Gobierno para que éste recupere la credibilidad. Alain Juppé, al que Chirac no consigue encontrar un sustituto, permanece como simple mal menor. Y eso se nota. Por otra parte, el balance que puede presentar el presidente es forzosamente malo. Las buenas cifras de la balanza comercial pesan muy poco ante la falta de crecimiento económico, la necesidad de recurrir a trampas contables para maquillar el déficit, el rápido agravamiento del paro, el cerco judicial en torno a la financiación irregular del RPR (el partido gaullista) y la sensación generalizada de que el Gobierno no sabe qué hacer. Y, en fin, se mantiene un gran problema de fondo: Francia, el país del Estado-rey, no consigue digerir el liberalismo imperante en el mundo.El varias veces ex ministro Charles Pasqua, uno de los barones históricos del gaullismo, declaró hace unas semanas que Francia estaba "en l788", es decir, en vísperas de" una revolución. El director del diario conservador Le Figaro, FranzOlivier Giesbert, afirmaba ayer en primera página que Francia, "colérica, amarga y corporativa", se había convertido en "el país más ingobernable de Europa".

A un año y medio de las elecciones legislativas, los sondeos pronostican un resultado muy igualado entre derecha (gaullistas y liberales) e izquierda (socialistas y comunistas). Pocos creen que Juppé sea capaz de llevar a la victoria a los conservadores, pero Chirac no le encuentra alternativas. ¿Philippe Séguin? Se opone a Maastricht y a la política económica del franco fuerte. ¿Édouard Balladur? Su traición no ha sido perdonada. ¿Un gran empresario gaullista como Jeróme Monod? Es un desconocido para el gran público. Chirac tiene poco margen de maniobra, pero se le exige una reacción.

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