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Crítica:FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Noches de belleza y jondura

El cante de Cádiz es especial, no corto, a trocitos, como dicen que decía un famoso cantaor, pero sí recortao, que es distinto. Chaquetón, cuando habla de ello, pone buen cuidado en marcar la diferencia. Y Rancapino hace a veces unos recortes que quitan el aliento: del grito al susurro sin transición, pero armoniosamente, sin romper la melodía, recreándose en la suerte.Chaquetón y Rancapino, dos maestros de los cantes gaditanos. Oírles juntos es una experiencia del mayor interés. Dejando a un lado la inevitable duplicación de estilos -la malagueña, cantiñas, Fandangos, bulerías-, puede ser apasionante contrastar las diferencias interpretativas de cada cantaor. Rancapino, que canta a golpes de corazón, llega a acariciar los tercios, hasta darles recogimiento e intimidad conmovedores. Chaquetón es más cerebral, estructura los cantes y desentraña su sentido último, amplía el arco melódico de acuerdo con una voz y unas facultades que le permiten llegar a donde quiera llegar. Uno y otro, Rancapino y Chaquetón, nos devuelven con extremado respeto el cante ortodoxo sin contaminar.

Rancapino y Chaquetón

Con las guitarras de Moraíto y Paco Cepero.Madrid, Círculo de Bellas Artes, 28 de noviembre. Carmen (ópera andaluza de cornetas y tambores). Autor y director: Salvador Távora. Bailaores: Juana Amaya, El Mistela. Caballo de alta escuela montado por Jesús Piris. Cantaoras, guitarristas, bailarines, banda de cornetas y tambores, coros. Alcorcón, teatro Buero Vallejo, 29 de noviembre.

Una ópera sin tópicos

Salvador Távora no lo tenía fácil con Carmen. Pero con Távora jamás se puede decir imposible. La idea de colocar durante toda la representación esa banda de cometas y tambores en el escenario, y hacer de su música un elemento esencial en el desarrollo de la trama, y convertir al torero Escamillo en un picador para dar lugar a la espectacular, y bellísima, intervención del caballo con la bailaora, transforman sustancialmente una historia tópica de puro conocida en una permanente y gratísima sorpresa.En todo ello se reconoce el genio de Távora, un hombre con un singular instinto teatral para añadir originalidad y una pecular intuición para el acierto plástico en la composición escenográfica. Se excede, como casi siempre, por una demasía en la carga ideológica -el episodio de Riego además de postizo es larguísimo- o por pecar de reiterativo en recursos expresivos tan repetidos y duraderos como los zapateados de los bailaores. Pero son reparos menores en una obra de belleza fascinante, que impacta en todo momento.

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