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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esplendor en la palabra

El perro del hortelanoDirección y guión: Pilar Miró. Adaptación de Lope de Vega: Pérez Sierra. Fotografia: Aguirresarobe. Música: Nieto. Montaje: Del Amo. Vestuario: Moreno. Decorados: Murcia. España, 1996. Intérpretes: Emma Suárez, Carmelo Gómez, Ana Duato, Fernando Conde, Miguel Rellán, Angel de Andrés, Rafael Alonso.

Cines Rialto, Paz, Cristal, Aluche.

La filmación de El perro del hortelano (tal como salió del esplendor de la palabra de Lope de Vega) por Pilar Miró, sus técnicos e intérpretes -Emma Suárez, que al parecer nunca había dicho verso escénico, hace un alarde de coordinación entre gesto natural y pie forzado de rima y ritmo; y Carmelo Gómez, Ana Duato, que aprende como una esponja, y el resto del reparto-, revive el chiste del huevo de Colón. Agarrar tal esplendor, limpiarle de polvo escénico y convertirlo en buenísimo cine es hacer algo obvio, que habría que seguir haciendo, pero que aquí parece (y es) una aventura temeraria. Y lo que debiera ser pan cotidiano se convierte en manjar exótico, sin antecedentes y nos tememos que (si se leen malévolamente los cuchicheos que provoca) sin consecuentes.

En el cine inglés y estadounidense las adaptaciones de Shakespeare abundan y se anuncia una oleada de filmaciones integrales. Con menor frecuencia, esto también ocurre en otros países, pero en España, donde contamos con un arsenal de dramas de hermosura incalculable, el recurso al clasicismo era hasta ayer tabú. Nadie daba de antemano una mala moneda por el destino de este enloquecido proyecto (así lo definió un experto); y tal vez esto sonó en su rodaje, pues éste vivió alteraciones que, vistas desde fuera, parecían contaminadas de derrotismo con olor a chamusquina, que tal vez llegó hasta la cocina del último festival de San Sebastián, donde el perro fue desviado de la sección oficial a la programación complementaria y así cercado por el silencio, en favor de otro filme dirigido por Miró, Tu nombre envenena mis sueños, con vaticinios bancarios más optimistas, pero de estatura artística muy inferior.

Han tenido que desvelar la belleza del perro en un festival argentino, donde ganó hace un par de semanas el gran premio, para que aquí, casi en sobresalto, nos percatemos de que es, además de una célebre leyenda de nuestro verbo escénico, una ágil, divertida y expertísima comedia, que pone en el espectador una sonrisa que no hay manera de quitarle hasta que lo que ha visto y oído en la pantalla se borra de su retina. Una delicia hecha por sus creadores en una, aparentemente suave, pero en realidad torrencial, conjunción de buen gusto, comedimiento y conocimiento de lo que hacen.

Oí hace poco refutar en mazazo la patraña con que un amo de Hollywood justificó que no se estrene en su país cine europeo. Dijo: "Al público americano no le gusta". "En América hay muchos públicos, ¿a cuál se refiere usted?". "Al de Minnesota, por ejemplo". "¿Cuántos filmes europeos se han estrenado en Minnesota los últimos 10 años?". "Ninguno, que yo sepa. Le he dicho que allí no gustan. Y el mazazo: "Si ustedes dejan que programemos en Minnesota 20 películas europeas dobladas y distribuidas bajo nuestra supervisión, como ustedes hacen en Europa, le convoco a que repita dentro de un año que en Minnesota no gusta el cine europeo". "No comment, respondió la boca, cerrada por una sonrisa helada, del capitoste californiano.

Tampoco habría nada que comentar si esa refutación se trasladase al vaticinio (como poco cavernícola) con que algunos entendidos amenazan a este apacible perro. Porque su, según ellos, seguro fracaso sería éxito seguro si cada año el público español fuera familiarizado por sus abastecedores de imágenes a ver y oír maravillas de nuestro idioma, a condición de que estén hechas y dichas como este prodigio de elocuencia de Lope, Suárez, Miró, Aguirresarobe, Gómez, Amo, Gea, Conde, Moreno, Alonso y demás bordadores del precioso juego que nos regalan y que, si aquí se reiterase y ritualizase, tendría más que garantizada audiencia propia y no propia.

Y queda agradecer a los creadores del esplendor de este perro su vivificador suicidio. Que cunda y que los cementerios de nuestro cine se llenen de cadáveres como éste, que revientan de vida.

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