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Jorobados y congelados

Los milaneses matan los sábados, titulaba Giorgio Scerbanenco una de sus más negras y magistrales novelas. Los milaneses, según el autor, esperan pacientemente a que lleguen los fines de semana para solventar sus cuestiones personales, por urgentes que sean, porque los demás días están demasiado concentrados en su trabajo. Los funcionarios congelados también decidieron rebelarse pacíficamente en Madrid un desapacible sábado, aprovechando el fin de semana para desahogarse a su aire sin vulnerar la rutina laboral y luego reintegrarse a sus gélidos destinos oficinescos el lunes, desentumecidos tras su reivindicativa caminata, reanimados después de haber pasado unas horas al abrigo de una multitud solidaria, desintoxicados de todas las toxinas acumuladas en los últimos meses, desde que fueron marcados como chivos expiatorios de los presupuestos del Estado.Parafraseando a Oscar Wilde, si es así como el Estado trata a sus funcionarios, no merecería tener ninguno, por que los funcionarios con la columna vertebral del Estado y ningún Estado en su sano juicio atentaría contra su propia columna vertebral, y menos aún si ese Estado está en manos de un Gobierno de funcionarios, como éste, un gabinete liderado por un ex inspector de Hacienda que debería saber lo que es un sueldo congelado. Claro que también cabría preguntarse: ¿Qué razones han podido llevar a un electorado en su sano juicio a depositar su confianza en un inspector de Hacienda?, ¿existe un competente masoquista en el subconsciente colectivo de la banda electoral? El conflicto funcionarial es una guerra fratricida porque los mentores de los presupuestos y los congeladores de salarios son mayoritariamente funcionarios, o ex funcionarios traidores a su estirpe que han vendido su primogenitura por una promoción en los escalafones.

Madrid le parecía a Camilo José Cela un híbrido de Navalcarnero y Kansas City habitado por subsecretarios, una ciudad funcionarial que no funcional, condenada a ser la meca de todas las burocracias en un Estado fuertemente centralizado. Con el nacimiento del Estado de las autonomías el paisaje cambió, la descentralización administrativa impulsó una multitudinaria emigración de funcionarios que muchas veces retornaban a sus comunidades de origen para poner en marcha las nuevas burocracias. Algunos habrán vuelto este pasado fin de semana al escenario de sus primeras pólizas para encontrarse con una ciudad distinta, un híbrido entre Valdemingómez y Manhattan paseado por manifestantes, vertedero de todas las Españas agraviadas, amurallado por orgullosos menhires inteligentes edificados por voraces constructores faraónicos, una ciudadela fantasma que espera el feliz advenimiento de una etapa de prosperidad que encarne en sus desérticas torres nuevas empresas y nuevos empleados.

La respetuosa concentración de funcionarios en reivindicativo pic-nic no ha perturbado en exceso la vida ciudadana al celebrarse durante el fin de semana. La perturbación más significativa, provocada por su presencia en las calles de la capital, ha sido de tipo anímico pues han sido muchos los madrileños que han visto en ella un augurio de lo que se nos avecina en los próximos días.

Más de un taxista debe estar pensando seriamente hacerse adicto al Prozac o a cualquier tranquilizante de nuevo diseño para afrontar serenamente las postrimerías de, diciembre, la cataclísmica conjunción de las Navidades y sus atascos con la previsible oleada de huelgas y reivindicaciones públicas de los más diversos colectivos sociales. Un nutridísimo programa de actos festivos o reivindicativos al aire libre, bajo los arcos voltaicos de la iluminación navideña y con acompañamiento de villancicos con el texto cambiado, manifestaciones de bomberos y de papanoeles, concentraciones humanitarias o publicitarias. Todo bajo la mirada estrábica del oportuno icono diseñado por la factoría Disney para estas fechas. Un jorobado feliz de compartir su jorobamiento con una multitud de ciudadanos jorobados y agraviados. ¡Feliz Navidad!

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