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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esperando a Yeltsin

BORÍS YELTSIN comenzará de verdad su segundo mandato presidencial en las próximas semanas, cuando vuelva al Kremlin, cuyos muros apenas si ha visto en los últimos seis meses. El nerviosismo con que le espera la élite política es compartido por los principales actores de las intrigas palaciegas del último medio año, tanto por los ganadores -el jefe del gabinete presidencial, Anatoli Chubáis, y el grupo de siete banqueros que se coordinaron con él durante la campaña electoral de Yeltsin- como por los perdedores -el ex jefe del servicio de seguridad del presidente, Alexandr Korzhakov, y sus allegados-.La sensación de que las decisiones tomadas por Yeltsin desde que enfermó, en junio, pueden ser provisionales y enmendables es bastante generalizada en los cenáculos políticos de Moscú y se refleja también en las declaraciones del ex secretario del Consejo de Seguridad, general Alexandr Lébed, durante su estancia en EE UU.

Todos esperan a su Yeltsin, porque todos saben que en la cabeza del presidente coexisten diversas concepciones de la gestión pública y no saben cuál de ellas convendrá más a este líder pragmático que ha sabido evitar ser privatizado por los grupos que le han rodeado. No está claro si Yeltsin podrá jugar con la misma independencia ahora, dado el poder adquirido por quienes se atribuyen el mérito de su victoria electoral, y especialmente Borís Berezovski, el vicesecretario del Consejo de Seguridad y jefe de un imperio empresarial que va desde la banca al petróleo, pasando por la venta de coches.

Berezovski contó al Financial Times cómo un grupo de siete banqueros se habían asociado y habían reclutado a Chubáis para asegurar la reelección de Yeltsin.

Aquellos siete selectos empresarios capitalizan hoy su inversión política. Dominan dos importantes cadenas de televisión y otros medios informativos, tienen bancos que gozan de los favores de las instituciones oficiales, mueven el dinero del presupuesto estatal y se han beneficiado de truculentas subastas de privatización de los bienes del Estado. Los instrumentos de modelado de la política rusa no pasan hoy por las presiones sociales, escasas y desenfocadas, pese a la insatisfacción por los impagos salariales. En el momento actual, el rumbo hacia un régimen oligárquico o una democracia depende de las presiones de las nuevas élites. Aquellos empresarios que, también ayudaron a Yeltsin, pero que no se han beneficiado como los colegas del club de los siete, estarían molestos. Sin embargo, hacen más hincapié en tratar de conseguir para sí un puesto en el círculo de los elegidos que en cambiar las reglas del juego para hacer que éstas sean más democráticas y no dependan de la proximidad a la persona del máximo dirigente.

La insatisfacción por la gestión de Chubáis y el club de los siete reina hoy no sólo en los sectores de la élite excluidos del reparto de prebendas, sino también en algunos medios de comunicación prestigiosos que, desde los tiempos de Mijaíl Gorbachov, se habían acostumbrado a márgenes amplios de libertad y que se enfrentan ahora a presiones políticas ya olvidadas. En Rusia están en marcha hoy peligrosos procesos de restricción de la libertad informativa, que pasan por la manipulación de las cadenas de televisión y por planes para ahogar económicamente a los diarios hoy disidentes, como Izvestia, Komsomolskaia Pravda, y Moskovski Komsomolets. Todos ellos apoyaron la campaña presidencial de Yeltsin, pero han topado con los intereses de la nueva oligarquía, al tratar de recuperar un perfil más crítico, tras la victoria sobre los comunistas.

Esta semana, algunos de los presentes en una reunión entre Chubáis y los directores de los principales medios de comunicación de Rusia constataron que se había roto el espíritu de colaboración en pro de la democracia que reinó en otros encuentros con el cerebro del liberalismo ruso. Los directores querían información sobre la caja con medio millón de dólares que dos colaboradores de Chubáis sacaron de la sede del Gobierno el 19 de junio pasado, y algunos se percataron con alarma de que los intentos de ejercer la crítica puede ser castigado duramente por la nueva oligarquía, y sus representantes en el Kremlin.

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