Madrid, la nueva cuadricula regional
El Gobierno regional ha elaborado una nueva estrategia territorial, singular e insuficientemente conocida, con la que pretende afrontar los desafíos regionales de los próximos 20 años. Sus principales características podrían resumirse en, los siguientes puntos:-Pronostica una nueva explosión de crecimiento espacial en los próximos 20 años que, según los autores, va a exigir cambiar profundamente nuestro territorio. Dicha explosión, en los próximos 20 años, no tendría su principal origen en un crecimiento demográfico del 10% (500.000 personas), sino más bien en el previsible incremento de superficie de vivienda ocupada por cada madrileño (de 20 a 25 metros cuadrados cada persona), en la construcción de unas 400.000 nuevas viviendas y, sobre todo, en la necesidad de urbanizar un 50% más de suelo para poder desarrollar un modelo de ciudad extenso y de muy baja densidad. Para afrontar, dicho crecimiento, el plan considera necesario establecer un nuevo patrón espacial consistente en superponer sobre todo el territorio regional, excepto la sierra, una nueva retícula cuadrangular de unos cinco por cinco kilómetros. A su vez, cada manzana regional así configurada se concibe en base a tres elementos: el centro cívico-residencial; la nueva retícula de viario periférico, que articula las nuevas actividades comerciales, industriales..., y otra malla de transporte ferroviario, complementaria a la principal, que interconecta los centros de cada célula regional. Los interrogantes que plantea el nuevo plan son de envergadura. A continuación se plantean algunas preocupaciones sobre la, oportunidad y viabilidad del proyecto.
- Las contradicciones con el propio territorio existente. El territorio madrileño, resultado de la interacción histórica entre naturaleza y desarrollo humano, se configura como una geografía compleja, diversa y llena de asimetrías, que difícilmente puede asimilar sin violencia una retícula globalmente uniformadora como la propuesta. La realidad de nuestro sistema natural evoluciona del Noreste hacia el Sureste articulando las sierras, las campiñas y las cuencas fluviales, mientras que el sistema urbano se ha construido durante siglos con referencias asimétricas, de carácter radial y concéntrico, en relación al municipio de Madrid. Todo ello hace pensar que el reto de mejorar nuestro entorno espacial se cifra más en sacar el máximo partido a las muchas oportunidades del sistema territorial heredado que en reinventar uno nuevo, alternativo al actual, y tan distante de la propia base regional.
- Los riesgos de una expansión urbana desproporcionada. Aunque la estructura territorial de Madrid aún está en fase de maduración y puede requerir importantes remodelaciones en ciertas zonas, no parece que una evaluación de las necesidades espaciales de futuro justifiquen necesariamente un cambio del modelo territorial tan amplio y drástico. Las necesidades de suelo establecidas en el plan sólo, parecen entendibles desde una apuesta por un nuevo modelo de ciudad difusa y de muy baja densidad, extendida por todo el territorio regional. Sólo así se puede entender que un incremento de población del 10% pueda acarrear una expansión urbanizadora del 50%, o la implantación de una macroparcelación del espacio regional que va de norte a sur desde Torrelaguna a Aranjuez, y de este a oeste desde Villalba a Alcalá. De hecho existen inversiones en marcha, públicas y privadas, y reservas potenciales de suelo que permiten pensar que tales necesidades, de ser necesarias, podrían llegar a cubrirse sin tener que subvertir tan radical y extensamente la actual estructura territorial.
-Los riesgos de inviabilidad ambiental y económica. El signo de los tiempos aconseja que cualquier propuesta territorial en Madrid interiorice, también y desde un principio, el problema de los límites ambientales y las restricciones de inversión que los nuevos tiempos, nos exigen. Ello obliga a ser muy, prudente en relación a la preservación de unos ecosistemas regionales, muy valiosos y deteriorados, o en cuanto al consumo innecesario de nuevos recursos naturales o económicos. Y en este sentido, la generalización de la retícula propuesta en el nuevo plan podría comportar tres problemas de suma importancia: la previsible y posiblemente irreparable degradación, vía ocupación de suelo y fragmentación, de la biodiversidad y del paisaje regional; el incremento de la factura energética y de contaminación atmosférica, vía crecimiento del transporte; y el requerimiento de recursos económicos para su construcción, de tal magnitud, que la harían prácticamente desaconsejable, si no inviable, y, en todo caso, claramente inaccesible para las capacidades económicas de la mayoría de la población.
- ¿Un modelo de ciudad sostenible? Precisamente la consideración de los nuevos retos de futuro son los que abogan hoy por preservar los territoriales sistemas urbanos compactos, frente al riesgo de incrementar los desequilibrios espaciales generados por las tendencias a la dispersión demográfica de los perímetros urbanos, propios de la ciudad extensa y difusa. Ése es uno de los mensajes dominantes a nivel europeo desde la publicación de los Libros Verdes sobre medioambiente urbano y transporte, a principios de los noventa, el In forme Europa 2000 (1994) o las más recientes Recomendaciones del Grupo de Expertos sobre Ciudades Sostenibles de la Comisión Europea (Segunda Conferencia de Lisboa, 1996). Mientras los patrones urbanos compactos, propios de los países mediterráneos, ofrecen hoy ventajas socioeconómicas y ambientales, con valores estimables de proximidad, complejidad e interacción social, las estructuras territoriales dispersas tienden a identificarse más con la ciudad del automóvil, la lejanía, la des vertebración social y los altos costes ambientales y económicos, tanto en su fase de construcción como en la de posterior mantenimiento.
- El riesgo de descrédito institucional. Por otra parte, hay que constatar que el desafío espacial madrileño tiene un doble carácter: el de acertar con una buena orientación de fondo hacia el futuro y, a la vez, el de facilitar a los múltiples agentes que operan todos los días sobre el territorio, y a los ciudadanos, una propuesta creíble, clara y estable, que les permita orientar su actuación con mínimas perspectivas de futuro. Sin embargo, hay que reconocer que, en los últimos 20 años, los sucesivos Gobiernos regionales y los urbanistas hemos alumbrado hasta cuatro propuestas espaciales diferentes -además de un par de planes generales para, Madrid-, a una media de una cada cinco años, o si se prefiere, una por legislatura, la última de 1995. Todas han sido brillantes, todas han congregado a profesionales valiosos y todas han enmendado en mayor o menor medida a sus predecesoras; pero, sin embargo y hasta el momento, ninguna de ellas ha. calado socialmente, ha sido aprobada o siquiera ha sobrevivido a los propios equipos que las proyectaron. El riesgo que ya nos acecha es el del descrédito de las instituciones regionales en este campo y el del fortalecimiento de la idea de que el mejor plan regional es el que no existe, y la mejor práctica urbanística, la de sálvese quien pueda. Algo está fallando en el urbanismo madrileño desde hace años, reflejo tal vez de un cuerpo social sin objetivos regionales claros, y es posible que haya que empezar a reconocer que hoy no contamos con una cultura urbanística madura, contrastada y socialmente vertebrada, capaz de producir propuestas cuya imprescindible y permanente actualización nos presuponga su imnediata y global descalificación. Por ello parece razonable pensar que la elaboración del nuevo plan te rritorial debiera de superar las metodologías de trabajo tradicionales, desbordar los procedimientos reglados de participación, muy burocratizados, y propiciar con generosidad e imaginación nuevas vías y foros que posibiliten una reflexión sosegada y tranquila, no sólo entre las fuerzas políticas, sino también con los sectores privados y ciudadanos. Hay que multiplicar las posibilidades de poder discutir y consensuar con rigor una serie de ideas centrales sobre el futuro territorial de Madrid; de otra forma y nuevamente afrontaremos los riesgos de un triple fracaso: en el contenido, en la viabilidad y en la credibilidad de las instituciones.
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