Recordar el 'Maine'
Aun cuando "en algunos niveles las relaciones entre nuestros dos países son mejores que nunca", decía hace poco el embajador de Estados Unidos, Richard Gardner, "desafortunadamente, esa... cooperación política y económica sin precedentes... no refleja aún una profunda comprensión mutua entre nuestros pueblos".De hecho, datos recientes del CIS (junio, 2.493 entrevistas) muestran que los españoles sitúan a los norteamericanos en el penúltimo lugar en su lista de simpatías, justo por encima de los norteafricanos y por debajo (en orden ascendente) de centro y surafricanos, asiáticos, filipinos, rusos, portugueses y europeos del Este. En cabeza figuran, igualados, los europeos del Oeste y los latinoamericanos. Cierto que esa baja simpatía por los norteamericanos mejora sustancialmente entre los más jóvenes y los mejor educados -lo que parece augurar una buena tendencia-, pero el punto de partida es, como se ve, desastroso.
¿Por qué es esto así? La verdad es que no es fácil identificar las causas. La guerra hispano-norteamericana de 1898 fue la última que España ha tenido con otro país y puede que permanezca en algún lugar de la memoria colectiva. Sin duda, la imagen del presidente Eisenhower del brazo de Franco por la Castellana no ayuda, como tampoco la demagogia fácil y barata que ha rodeado nuestro progresivo ingreso en la OTAN, justo cuando este organismo se quedaba sin enemigo. España no ha participado en las guerras mundiales, por lo que puede que la visión que los españoles tienen de Estados Unidos se asemeje más a la de los latinoamericanos que a la de los europeos. Y es indiscutible que la política de la actual Administración estadounidense con Cuba no ayuda gran cosa.
Pero el hecho es que esa persistente mala imagen contrasta no sólo con la que tienen nuestros aliados europeos, sino con la propia realidad. Así, en Francia, Italia, Alemania o el Reino Unido, Estados Unidos figura en el primer o segundo lugar de sus simpatías; por cierto, justo detrás o delante de España. Y, de otra parte, las relaciones entre España y Estados Unidos son excelentes en muchos sentidos y la presencia científica y cultural de ese país en el nuestro es poderosísima, si bien, con frecuencia, la fuerza de su cultura popular -desde la música pop a los vaqueros o las hamburguesas- oculta la calidad y relevancia de su alta cultura. Puede que todo ello tenga que ver, finalmente, con una cierta reciprocidad. Pues, si nos preguntamos por la imagen que España tiene en Estados Unidos habrá que concluir -y fue tema de debate en el reciente segundo Foro de Amistad Hispano -Norteámericano- que ésta no es ni buena ni mala, sino inexistente. Y de nuevo emerge el contraste entre los hechos y sus representaciones, pues la presencia cultural española en Estados Unidos es tan abrumadora como ignorada. Casi las tres cuartas partes de su territorio fueron España, hay más de 20 millones de hispanos con una creciente y poderosa influencia en todos los ámbitos -incluido el electoral: los hispanos le han dado a Clinton los Estados de Florida y Arizona- y casi la mitad de los estudiantes de lenguas extranjeras eligen el castellano. Y, sin embargo, como reconoce con sinceridad el embajador Gardner, "muy pocos norteamericanos aprecian la contribución española a la historia o sus éxitos democráticos y algunos confunden España con países de Latinoamérica o piensan en ella como un viejo y romántico lugar donde los turistas pueden ver toros y flamenco". La imagen que, reconozcámoslo, les hemos vendido desde el Spain is different del señor Fraga.
Y, para colmo, tendremos que conmemorar 1898 y Cavite y Santiago y acordamos otra vez de "acordaos del Maine". ¿Cómo diablos hacerlo para que los Ciudadanos Kane de allí o de aquí no se regocijen de nuevo?
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