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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Zócalo de Oriente

Van y vienen ante el madrileño las opiniones de políticos, de científicos, de vecinos, sobre los, que se cuece en nuestra bendita Plaza de Oriente, otrora tiempo sinistra plaza. Discursos de denuncia, discurso de defensa de esas obras sobre las que sobrevuela un halo de misterio como sobre esos asuntos de los que nunca se llegará a saber toda la verdad. Informes contradictorios. Engaños.Pero uno va haciéndose su opinión. La mía es que el Ayuntamiento va a construir, pese a quien pese y pase lo que pase, un aparcamiento y un paso subterráneo. Superando cualquier inconveniente que se les resista, sea éste una moción opositora o el imprevisto y desgraciado hallazgo de un maldito residuo arqueológico. Y no me van a convencer de que sobre el negocio, sobre los intereses y, al fin, sobre el capricho de nuestro señor alcalde, quien le corresponda va a considerar el menor respeto a la gente ni al pasado de nuestra ciudad. ¡Penosa y triste urbe!

A mí la Plaza de Oriente de hoy me recuerda al Zócalo de México DF, y, al señor alcalde le corresponde, en paralelismo simbólico, la destructora figura de

Hernán Cortés. Y ya veo en el señor alcalde al mismísimo Cortés, acompañado de la traidora Malintzin, arrasando la que debió ser bellísima ciudad de Tenochtitlán según las crónicas y, con ella, a una cultura mil veces más superior en montones de facetas de la existencia y del entendimiento humano.

Con la leve diferencia de que hoy, en el Zócalo de una de las capitales de lo que parece ser el Tercer Mundo, se puede visitar gran parte de lo que fuera el Templo Mayor de los mexicas, así como otras edificaciones sin importancia de aquel 1521 cuando la ciudad quedó arrasada por la barbarie llegada de España y con sus restos se construyó, enterrando la anterior, una nueva con nuevos amos.

Mientras, nosotros termina remos viendo apenas la congoja de nuestra desmemoria en mal iluminados túneles y andenes donde aprenderemos demasiado tarde que derribar el tesoro es matar la historia y, por tanto, a nosotros mismos.- .

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