El mejor ecologista, el rey
El pinar de la Acebeda, Sitio de Interés Nacional, permanece intacto desde que lo expropió Carlos III
Cuando en un pueblo de España se barrunta que las autoridades en medio ambiente andan merodeando como lobos por el lugar con el propósito de declararlo, en todo o en parte, parque natural o algo por el estilo, no tarda en sonar la cuerna de la tradición y, todos a una, se manifiestan fuenteovejunamente en defensa de sus pastos, su leña, sus canteras, sus cotos de caza y pesca y sus..., ejem, -terrenos urbanizables. Este es el mayor nudo gordiano de la política ambiental: los menos interesados en que se proteja un espacio natural son sus habitantes. Sus razones tienen, sin duda.En el siglo XVIII, empero las autoridades eran absolutamente absolutistas y no se andaban en chiquitas. Así, cuando los ministros de Carlos III le hicieron ver que los muchos hornos de fundición del vidrio que había en su reino estaban dejando consumidos los montes de roble y pino, el rey, ni corto ni perezoso, abrió una ventana del ala sur de su palacio de La Granja y ordenó: "Éstos, nónes". Y expropiase a la Comunidad de Ciudad y Tierra y la Junta de Linajes de Segovia las matas de monte entre Navacerrada, La Saúca y Riofrío. Sus razones tenía el Borbón, sin duda: era cazador.
Al margen de las intenciones y los métodos empleados, justo es reconocer que la protección real de los pinares de San lldefonso -o La Granja, que tanto monta- y su próvida explotación -en los últimos tiempos, a cargo del Icona-, con turnos de corta de hasta 125 años, han deparado a las generaciones presentes unos bosques que no nos merecemos, sobre todo si los comparamos con los cerros pelados de ayuso. Si su suerte va, a depender en el futuro de la Junta de Castilla y León, lo cual es autonómicamente inevitable, el lector puede volver al inicio del artículo para imaginarse lo que les ocurrirá a estos montes. Sus razones tiene también la Junta, sin duda.
Declarado Sitio de Interés Nacional en 1930, cuando aún era propiedad del Real Patrimonio, el pinar de la Acebeda alfombra el valle más occidental del término de San Ildefonso, por cuyo seno baja el río Frío desde las faldas de la Pinareja -la cabeza yerta de la Mujer Muerta- hasta el embalse de Puente. Alta, a dos pasos del pueblecito segoviano de Revenga.
En su declaración oficial, el entonces ministro de Fomento encarecía, con prosa de la época, este paraje "donde la vegetación se manifiesta con máximo esplendor en el bosque exuberante y frondoso, creciendo entre los pinos los acebos [de ahí, su nombre] de verdes y lustrosas hojas, y en donde en los claros del bosque se muestran praderías placenteras por su amenidad y hermosura". Muy buenas razones, sin duda.
El agua de Segovia
El excursionista que desee conocer esta antigua joya de la corona deberá echarse a andar por la carretera de acceso al embalse de Puente Alta para alcanzar, en media horita, la cola de la represa y la desembocadura del río Frío (o río de la Aceveda, según qué mapas). Remontándolo en principio por la margen derecha, mas cambiando de orilla cuando sea menester, el caminante ascenderá hasta dar con la vieja toma de aguas del acueducto de Segovia y, poco más arriba, con una pista asfaltada que habrá de seguir a mano diestra. Cortejado por galanos ejemplares de pinus sylvestris y huérfanos acebos, el paseante avanzará por esta carreterilla hasta la vaguada del río Peces y luego por camino de tierra hasta la valla que delimita el pinar.
Mientras regresa al embalse rodeando los prados desnudos que cercan el bosque, el excursionista hará bien en evocar el venerable oficio de los gabarreros, aquellos bizarros hacheros que acarreaban los troncos monte abajo en sus carros de bueyes. Y recordando voces y expresiones que fueron suyas, como chamoso -para referirse al árbol enfermo- o amuerzagado -el que ha criado muérdago en su corteza- o hacer leña a boca cántaro, el pinar volverá a ser cosa de reyes.
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