Madrid, Cuba, Miami
Tal como viene, es una mala noticia para tantos que deseamos que la democratización pacífica y el fin de la miseria alcancen de una vez a Cuba. No es preciso un adivino para profetizar que esos cambios no pueden llegar desde el numantinismo personificado en Fidel Castro, ni desde el resentimiento y el revanchismo que animaron y animan al lobby cubano de Miami, y que únicamente una opción democrática impulsada desde el interior, partidaria dé la reconciliación nacional, con el apoyo de los exiliados razonables y razonantes, y de los países amigos de la isla, ofrece una perspectiva de cambio político exenta de muerte y de hambre para quienes de veras importan, los hombres y las mujeres de Cuba.La receta no es fácil de aplicar, y menos para España, una ex metrópoli cuyos descendientes pueblan en gran proporción la isla, con lo cual siempre existe el riesgo de que cualquier intervención parainstitucional sea interpretada como signo de neocolonialismo. Esto ya sería bastante para desautorizar la puesta en marcha, con evidente apoyo gubernamental, de algo como la Fundación Hispano-Cubana en cuyo vértice están los hombres destacados del PP y que tiene por clara finalidad incidir sobre la política de Cuba. Venimos de una situación en que Felipe González jugó -sin éxito-, y con el inesperado auxilio de Fraga Iribarne, el papel de ángel bueno de la democracia ante Fidel, mientras Solchaga asumía el de consejero de unas inversiones que habían de arrastrar (y no arrastraron) cambios políticos; todo ello envuelto en una actitud de cordialidad oficial que avaló más que desacreditó a la dictadura. Pero ahora el péndulo ha cubierto todo su recorrido en sentido opuesto. Políticos próximos al Gobierno amparan una plataforma de oposición intransigente a Castro, que incluso en su titulación evoca al más duro de los socios de Miami en relación a la no menos dura política de "cuanto peor mejor" de Estados Unidos. Algo que es en principio positivo, coordinar los grupos de oposición (habría que añadir, los realmente democráticos y adversarios de la violencia), puede ir a parar a consecuencias poco deseables: control de la oposición desde el lobby; descrédito y riesgo aún mayor para los residentes en la isla -incluidos los grupos de defensa de los derechos del hombre- que pueden ser víctimas de una represión indiscriminada, y políticamente del "ni Castro ni Mas Canosa" que tienen en la cabeza y en la boca tantos cubanos; reducción en fin del papel efectivo que pudiera jugar España impulsando la transición.
Por parte del PP y del Gobierno que sostiene la aventura, sólo cabe pensar como explicación en el sometimiento a unas relaciones de poder económico que llevan desde luego al lobby y no a los intereses del pueblo cubano. Claro que aun así podrían haber actuado con algo más de disimulo, quitando el aire de sucursal que lleva hasta el rótulo. En cuanto a la operación en su conjunto, de momento es un triunfo para las tesis de los hermanos Castro, en el sentido de que todo opositor es un vehículo consciente o inconsciente de las fuerzas anticubanas que operan al dictado de Washington y de Miami. Resulta explicable la desolación de los demócratas cubanos ante el frenazo dado por Castro desde principios de año a todo intento de conciliación desde el interior, pero también hay que recordar que fue el régimen quien puso en marcha, con el derribo del avión pirata, la dinámica de la confrontación en que se mueve como pez en el agua. Castro eligió ese terreno, picó Clinton desde la tradicional prepotencia norteamericana, y ahora siguen otros, para mayor ventaja de los numantinos o baragüistas. Vale la pena evocar el antecedente de la dictadura franquista: fue superada a partir del incremento de relaciones con el exterior y de la consiguiente mejoría económica, no atendiendo las consignas de aislamiento y cerco que explicablemente sostenían políticos marcados por la tragedia de un prolongado exilio.
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