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Frederick Forsyth ve moverse en la Rusia actual la sombra amenazante de HitIer

En 'El manifiesto negro', su nueva novela, mezcla una vez más la realidad y la ficción

Amelia Castilla

Hace 18 meses, cuando el novelista británico Frederick Forsyth abandonó Moscú con toda la documentación para su nueva novela, El manifiesto negro, definió la situación del país y ahora insiste en ella: "No hay trabajo, la economía no marcha, el vacío de poder en el Kremlin es total y los criminales profesionales son gente rica. En tal situación, el pueblo ruso se mentaliza para en unos años votar a cualquier voz que prometa resolver sus problemas, igual que ocurrió en la Alemania de los años treinta, antes de la subida de Hitler al poder", dijo ayer el escritor en Madrid.

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El 'padrino' checheno

El manifiesto negro (Plaza & Janés) ha vendido 100.000 ejemplares en tres semanas. En el hotel madrileño donde Forsyth se aloja suena la banda sonora de la película Odessa. El escritor (Ashford, Inglaterra, 1938) la reconoce y sonríe. Su novela le gusta más que la película, pero no parece preocuparle ese detalle. Le encanta ser famoso y tener éxito; y una película siempre es un buen pasaporte para conseguirlo.Cuando llegó a Moscú en busca de contactos que le permitieran documentarse para El manifiesto negro, quien le abrió las puertas del mundo cerrado a cal y canto de la mafia chechena fue inesperadamente su Chacal. El corleone checheno no conocía la célebre novela, pero sí había visto la película y a partir de ahí todo le fue fácil.

Forsyth sitúa la acción de El manifiesto negro en el Moscú de 1999. La que fuera gran potencia se hunde en un mar de hiperinflación, en el caos económico y en la criminalidad. El presidente muere víctima de un ataque cardiaco e Ígor Komárov, líder ultraderechista, promete acabar con el crimen organizado y devolver a Rusia la gloria perdida.

Sobrevivir en la Rusia actual no es fácil ni para los antiguos coroneles del KGB. "Los despachos de los editores americanos están bombardeados de manuscritos. Todos los coroneles quieren escribir sus memorias y para ello han de decir cosas terribles".

Los rusos meten en la palabra chorni (negro) a los que no son de su raza. El escritor está convencido de que los rusos son tremendamente racistas. "Su odio al extranjero es total, y allí no sólo son extranjeros los británicos o los españoles, sino también sus propias minorías étnicas: 10 millones de ciudadanos no rusos acosados por la supremacía panrusa", recuerda. El racismo y el ascenso de la ultraderecha podrían convertirse, a su juicio, en una mecha encendida y conectada a una bomba que puede estallar de forma inminente.

Hay quienes toman muy en serio las predicciones de Forsyth. Vaticinó la caída del sha, predijo la invasión soviética de Afganistán y descubrió cómo blanquearon los nazis el oro judío. La situación actual de Rusia le recuerda a la Alemania previa a Hitler. El peligro no viene sólo de la extrema derecha, que está fraccionada en ocho o nueve grupos y carece de un líder indiscutible -"VIadímir Zhirinovski es excesivo en todo, hasta los rusos le creen un loco"-, sino que también podría llegar de los militares descontentos: "Los militares nunca resuelven nada, pero el problema está en que creen que pueden resolverlo todo".

No parece que Forsyth vaya a retirarse al pastoreo de ovejas en su granja de Hertfordshire. Insiste en que 10 libros es un número bonito y que no quiere escribir más: "No busco la fama, no escribo por compulsión, tengo bastante dinero y pronto cumpliré 60 años", anuncia para justificar su posible retirada de la escritura activa, pero deja claro también que tiene otras ideas en la cabeza para próximos relatos.

El autor de El negociador fusiona una vez más realidad y ficción. Muchos generales rusos buscan sus nombres en las páginas de El manuscrito negro, pero no hay ningún agente de la CIA como Monk, protagonista de su libro, capaz de rescatar a los rusos de las garras del fascismo. "Ningún espía podía reclutar y controlar a cuatro agentes dobles en la antigua Unión Soviética. Eso en la realidad sería imposible, pero rompí las reglas porque necesitaba un personaje que tuviera capacidad de venganza y llegara a afrontar un duelo personal con un antiguo general del KGB". Para Forsyth, maestro de la intriga de espionaje, el espectacular James Bond es una entelequia, porque las cualidades de un agente secreto son, sobre todo, "paciencia e invisibilidad".

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