_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tías

El aspecto de la cola era . magnífico, satisfactorio, reconfortante; de las que se forman en Madrid cuando el tiempo es clemente y el pretexto, gratuito. El cálido otoño invita a saborear la espera en la calle mientras la convocatoria engulle cupos de 20 personas. Familias al completo, niños incluidos, incubando la impaciente cólera que estallará en el interior. Puede ser en el Prado, día de entrada libre, o en beneméritas fundaciones semipúblicas o privadas cuyo esfuerzo es muy débilmente secundado por el mundo oficial. Cuando el arte que cuelga. de las paredes ha sido jaleado por la tele, la afluencia está garantizada, si el tiempo no lo impide y no se paga entrada.En Moscú, en Londres, dicen, dos personas paradas son el principio de una cola y una expectación no siempre motivada. En Madrid exigimos información previa, por mínima y comprensible quesea. Este domingo pasado, enfilaba yo la tranquila calle del barrio de Salamanca, con el tiempo previsto para contemplar una espléndida muestra de pintura.Dos chicas jóvenes encaminaban los pasos hacia el mismo destino. No sería aventurado situarlas entre los 15 y los 17 años, edad difícil de determinar, por la vestimenta unisex, la mochilita a lomos, sin maquillar y con las uñas sucias. En el tramo desierto se escuchaba con nitidez lo que podría definirse como conversación, a falta de otra referencia más concisa. "Oye, tía, ¿cómo dices que se llama el tío que vamos a ver, tía?". "Te lo he dicho once, veces, tía: Toulousse-Lautrec, tía, no te jode, tía...". "Es verdad, tía; perdona, tía, me pillas en bragas, tía".

Uno poco más arriba alcanzamos, casi al tiempo, el extremo de la fila, que fue nutriéndose tras nosotros. Las muchachas ocupan el lugar inmediato. Delante, una pareja de niños, apenas adolescentes, miembros de una dilatada célula que, en ese lugar y ocasión, se han dado cita, procedentes de distintos orígenes: la hermana mayor, el marido y dos retoños, de una urbanización periférica. La mamá, con una cuñada, de los almacenes cercanos, abiertos ese día de fiesta. El presunto cabeza de familia, a la descubierta de una pastelería para el postre dominical. Otros parientes acudían, se marchaban, calculando el tiempo de espera, como en el aeropuerto. Los pequeños montan la guardia, custodian el sitio al resto de la atareada tribu.

Las dos mozas primitivas se expresan con la mayor libertad y candor, emitiendo sonidos, punteados y enhebra dos por el sustantivo monosílabo, que parece ser el complemento directo de una variada sarta de tacos y expresiones, antaño extendidas entre los arrieros y los legionarios, en el momento de pillarse un dedo con el cerrojo del cetme. Pasaban de un tema a otro, sin ilación para oídos extraños. "Tía, la clase de ballet me la jodió la tía cerda ésa, que. putada, tía, me dio la tarde, tía, la muy hija" de la gran puta". No cabía duda de que aquello encerraba un claro sentido, si bien las palabras carecían de tono iracundo. La otra intenta, con poco éxito, meter baza, en la misma onda. Parecía preocupada por. el, futuro inmediato. "Oyes, tía, este tío que vamos a ver, ¿no es uno que pinta rayitas y puntos, el Dalí ése?". "No, tía, cuidado que eres gilipollas. El de las rayas es Miró, tía. Éste es más chungo,tía, me lo ha dicho mi madre, que está muy puesta, tía. Este es un tarado que pintaba putas francesas y borrachos, tía. Hizo una peli el tío, tía. Creo que te cagas de bueno que es, tía".

He reducido la mayor parte de los "tía" que prodigaron, ambas señoritas, a lo largo de los 60 o 70 metros que nos separaban del acceso a la exposición. El sordo impulso homicida fue pasajero y, ya dentro, observé de lejos que un aliento íntimo y profundo las tenía enmudecidas, ésa era la apariencia. No así la de un joven alto, con arete en la oreja, especie de percha para prendas de Armani, Tucci y Alfredo Domínguez, acompañante de una dama de media edad. Andaba, el hombre, de costado, paralelo a los cuadros hacia los que no dirigió una sola mirada, empeñado -eso deduje del breve retazo escuchado, sin dato fidedigno que lo apoye- en la fervo rosa pretensión de que la señora le comprara una Harley Davidson.

A través de un espejo, que no la reflejaba, La Goulue me hizo un guiño imperceptible que he sido capaz de interpretar. ¡La tía!

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_