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Discreción y secreto

Emilio Lamo de Espinosa

La gravedad, el rigor incluso y, por supuesto, la austeridad y la discreción son algunas de las virtudes tradicionales del caballero español. De una parte, se ocultan o, al menos, se tamizan los sentimientos y, no digamos, las pasiones en aras de la moderación del gesto y la expresión. De otra, se separa claramente lo privado e íntimo de la pública representación, pues la gravedad la proporciona la dignidad externa, no la persona. No confundir lo que es particular e íntimo con lo que es público es así la esencia de la discreción privada no menos que de la probidad pública del funcionario. Y, por ello, si malo es privatizar lo público patrimonializando en propio beneficio lo que es de todos y que da lugar a la corrupción, no menos malo es publicar lo privado, exhibiendo hacia afuera lo que sólo en contextos íntimos puede tener valor, que da lugar a la impudicia, el exhibicionismo e incluso la obscenidad. Pues en ambos casos se altera el valor y sentido de las cosas: bien porque lo que es colectivo no admite uso particular, bien porque lo privado e íntimo se degrada en su uso público.La línea de demarcación entre lo uno y lo otro no es siempre la misma, ni lo es con las mismas personas. Pero existe, y la vida social reposa en el respeto de esa incierta frontera entre lo público y lo privado. Por ello, en un trabajo clásico sobre El secreto y la sociedad secreta, el sociólogo alemán Simmel mostraba que la vida social reposa en el secreto

una de las más grandes conquistas de la humanidad"-no menos que en la transparencia y la comunicación. Pues sería imposible si supiéramos todo de todos no menos que si lo ignoráramos todo de todos. Y ello a pesar de que lo que hoy es secreto debe ser público mañana, pues también viceversa -argumentaba Simmel- lo público deviene secreto. De modo y manera que, en última instancia, el volumen de secreto es casi constante

La época moderna no es proclive ni a, la intimidad, ni a la privacidad ni al secreto. Busca desesperadamente la transparencia quizá porque sospecha de todo y, más que nada, de lo que no es visible. Se supone que lo secreto es siempre importante. Simmel señalaba que el secreto es "la expresión sociológica de la maldad moral". Rousseau argumentó así frente a la hipocresía del antiguo régimen y el jacobinismo elevó la transparencia a principio de salud pública. Pero la transparencia en política es la antesala del despotismo y no es casual que un filósofo como K.O. Apel viera en el deseo marxista de construir una sociedad desalienada y transparente el germen del estalinismo. La total visibilidad es el proyecto central del panóptico de Bentham, modelo de estructura carcelaria. Sólo los esclavos están siempre visibles para el amo.

Y así, si las sectas no admiten privacidad, intimidad o secretos en sus miembros y practican la confesión pública, la autocrítica exhibicionista, los hombres libres tenemos secretos, pues "el sujeto destaca por aquello que oculta" (Simmel). Y no sólo secretos personales, pues el médico, el sacerdote, el abogado, el asesor fiscal o el periodista no podrían ejercer sin el derecho al secreto, y otro tanto les ocurre a empresas o personas jurídicas de todo tipo. Y, por supuesto, al Estado.

Hablamos de secretos oficiales, en el fondo los secretos menos secretos, pues son, al menos, conocidos como tal. Conocemos lo que conocemos, pero normalmente ignoramos lo que ignoramos. El proyecto de ley de secretos oficiales pretendía, por ello, rizar el rizo y declarar secreto el secreto. ¿Y por qué no declarar secreta la declaración que declara secreto el secreto? ¿Quién vigila al vigilante? El informe del Consejo del Poder Judicial parte, por el contrario, del principio de publicidad, pues lo oculto no es fiscalizable. Pero el secreto sólo existe de verdad cuando es comunicado y compartido con alguien, de modo que el problema es siempre quién tiene derecho a saber qué, ya que más importante que saber lo que debe saberse es ignorar lo que uno no debe saber. Ése es el secreto último de la vida social: ignorar muchas cosas y, sobre todo, ignorar que se ignoran.

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