"Legal o ilegal, me traigo a la niña rumana en cuanto me la den"
Una pareja narra su decisión de adoptar irregularmente tras cinco años de intentarlo por la vía oficial
Almudena F. G. entró por primera vez en el orfanato de Bucarest en mayo de 1996. Su marido, un hombretón aragonés poco proclive a la sensiblería, casi se desploma. Ella aguantó mientras la abogada rumana le enseñaba a su niña. Tenía sólo ocho meses, pero se le debían de haber hecho eternos. Pálida, sucia, demacrada, cubierta de costras de la cabeza a los pies, con la ropa pegada al cuerpo en el fermento de su propio pis. "Si todo va bien, será para ti", le dijo la abogada. Si todo va bien, Almudena F. G. se traerá la niña a España en diciembre. La adopción será ilegal, pero eso no la detendrá. "Me da igual legal o ilegal", dice la mujer con gesto de determinación. "En cuanto me la den, me la traigo; y si luego puedo traerme tres, me traigo tres". A través de ese despacho de abogados, cada niño cuesta tres millones de pesetas, pero no es un problema para Almudena F. G. (el nombre es falso), una mujer ya madura, que se autodefine como "burguesa" y a quien el dinero nunca ha preocupado.
Su marido añade: "No vamos a renunciar a Rumania por lo que no es más que incompetencia de la Administración española; si hace falta, nos iremos de España y nos haremos ciudadanos de un país normal, que ayude a los adoptantes en vez de criminalizarlos".
Certificado de idoneidad Almudena cuenta que la casa de la abogada rumana estaba llena de parejas españolas en la misma situación: tras cinco o seis años no habían podido obtener un certificado de idoneidad para Rumania. Desde la promulgación en enero de la Ley de Protección Jurídica del Menor, la única vía legal para adoptar un niño pasa por la obtención del certificado, expedido por cualquier Comunidad Autónoma para garantizar. que la pareja está preparada psicosocialmente.
Obtenerlo es siempre lento y difícil. Y a veces imposible: la Comunidad de Madrid no ha concedido ni uno solo para adopciones en Rumania, por considerar que ese país no garantiza los derechos del menor. "Es una actitud inquisitorial", dice el marido. "Las Administraciones españolas decidieron cortar con Rumania hace un año. Pues bien, si tienen constancia de que hay allí delito, o actúan o lo están encubriendo. Que Exteriores denuncie a Rumania en los foros internacionales. Que denuncien al despacho de abogados. Yo seré el primero en colaborar".
Por un despacho de abogados de Bucarest, cuyo número, de teléfono corre de boca a oreja entre los adoptantes, es posible, eludir la tramitación de la idoneidad y conseguir un niño aprobado por el Comité de Adopción de aquel país y con el pasaporte rumano en regla. El año pasado, la adopción podía culminarse en sólo dos meses. Ahora lleva ocho o más. La Administración española ha advertido que no reconoce esas adopciones y que rehusará inscribir a los niños en el Registro Civil.
"No pueden amenazarnos con eso", dice el marido. "No, pueden negarse a registrar a la niña aduciendo que saben, sin conocernos, que no somos idóneos. El rechazo carece de base legal, y es obviamente recurrible".
La pareja se dirigió a la Comunidad de Madrid en 1991.En 1993 lograron la primera entrevista con el psicólogo. En 1994 obtuvieron el certificado de idoneidad para un país latinoamericano. El centro de adopciones de ese país les ofreció dos niños, de 8 y 9 años.
"Nos dirigimos a la Comunidad de Madrid", cuenta Almudena F. G: "La oferta latinoamericana no especificaba el sexo ni la raza, y sugerimos que queríamos una niña pequeña, y si podía ser blanca. En la Comunidad nos llamaron racistas y nos dijeron: 'Si no queréis esto, se acabó'. Fue muy desagradable. Entiéndame, una cosa es ser racista y otra no querer adoptar un niño al que luego no podría integrar. Si pudiera elegir uno rubio con ojos azules como yo, lo haría". La pareja intentó entonces iniciar trámites con Moscú, pero se encontró con que la Comunidad de Madrid rehusaba cambiar su certificado de idoneidad para hacerlo válido en Rusia. "Finalmente, le dije a mi marido: 'Vamos a adoptar en Rumania, aunque sea ilegal-'".
Contra otras versiones (ver EL PAÍS del 1 de noviembre), Almudena y otros seis adoptantes aseguran que no hay en Bucarest posibilidad de elegir un niño u otro, pagando distintos precios. Según una de estas personas, esa práctica existía hasta hace un año. Admiten que se puede sugerir el sexo, y que se entiende que los niños deben ser pequeños. El precio es, siempre, tres millones de pesetas.
"Controlar o entorpecer"
"Todos estamos contra el tráfico de niños", señala una adoptante, "pero una cosa es controlar y otra entorpecer". Las parejas que andan en trámites con Bucarest dicen no entender los impedimentos de las Administraciones españolas. Se quejan de haber perdido cinco años en vías oficiales, recuerdan que otros países de la UE no ponen tantos reparos, y que los criterios para dar, luz verde a las adopciones rumanas difieren según la Comunidad Autónoma. "Nos están criminalizando", dicen, "cuando somos gente de buena fe que queremos adoptar unos niños sin futuro en su país". Agueda Lafora, presidente de la Asociación Española de Adopción Internacional (ADAI), rechaza casi todos esos argumentos. "Los que adoptamos lo hacemos porque queremos ser padres", dice, "y no para ayudar a los niños de otros países; para eso ya están las ONG".
La ADAI, que agrupa y asesora a 350 adoptantes internacionales, insiste en los argumentos de la Administración: la vía oficial, por difícil que sea, garantizar que el país de origen es escrupuloso con los derechos del menor. También resalta que "las parejas que se salen de la vía legal son una minoría".
Pero sobre la duración, la asociación es igual de crítica con las autoridades. "La Administración española es increíblemente lenta", señala Lafora. "Se supone que los trámites se agilizarán, con las agencias, pero la Comunidad de Madrid, que es la que tiene el mayor número de solicitantes, ni siquiera ha desarrollado la regulación".
Una adopción internacional supone hoy un mínimo de dos años y medio. Las agencias permitirán acortar el periodo en un año. Hasta ahora están reguladas en Navarra, Extremadura, Castilla y León, Galicia, Cataluña y Valencia, y sólo funcionan en las dos últimas.
Según la ADAI, una adopción por la vía oficial cuesta 1,3 millones de pesetas, con viajes al país de origen. La asociación estima que las agencias -por ley con carácter no lucrativo- encarecerán el proceso hasta los 1,5 millones.
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