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Tribuna:
Tribuna
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Nosotros

El terror se extiende en la zona de los Lagos de África ante la impasibilidad de las Naciones Unidas y asistimos al advenimiento de una tragedia, que nos han anunciado todavía mayor, sin saber muy bien cómo reaccionar y ayudar. Ni siquiera los que creen que por lo menos una parte de sus donativos llegará a su destino se atreven ahora a entregar el óbolo. Porque si los propios cooperantes y las monjas y las ONG han sido evacuadas de la zona, o ellos mismos han optado por retirarse ante el inminente desastre, ¿qué podemos hacer nosotros desde aquí?La verdad es que nada. Telediario tras telediario contemplamos trastornados las escenas de horror, de hambre y de muerte, y oímos a los presentadores anunciar matanzas masivas porque todavía no ha comenzado lo peor. Tras lo cual nos ameniza la velada la boda de alguna folclórica y se nos informa sobre las elecciones de Clinton. Y nosotros olvidamos que esos dos millones de personas, que morirán en los próximos días de hambre o a manos de los llamados ejércitos tutsis, hutus o zaireños, vagan sin rumbo noche y día con fardos en la cabeza, enfermos de disentería y de miedo, sin nada que llevarse a la boca, perseguidos por disparos y bombas, arrastrando niños y ancianos por la selva, sin saber si va a ser tras el próximo recodo del camino donde estalle la mina y encuentren la muerte. Hemos visto y olvidado también otras imágenes, las del' horror de los humanos cuando se convierten en bestias para lo cual, bien es verdad, no hace falta ir a África porque en nuestro país y en el mundo desarrollado asistimos a ello cada día. Los hemos visto bailar borrachos y desnudos, aferrados a sus armas mientras del otro lado de los montes huyen aterrorizados sus hermanos en busca de un refugio que no encontrarán.

Comparto el estupor de la inmensa mayoría de personas -y su inmediato olvido-, pero no comprendo por qué se escandalizan ante la actitud de los Gobiernos de Europa y América del Norte. De hecho, en las últimas décadas hemos visto repetirse hasta la saciedad su proverbial indiferencia ante pueblos asolados por la persecución, el hambre y la muerte.

Hay en el mundo, en este mismo momento, unas cien guerras que ya han dejado de preocuparnos, cada una de las cuales ocupó en su día las pantallas de las televisiones con sus horrores y sus paisajes exóticos. Sin embargo, esas guerras siguen, sus gentes continúan desperdigadas, humilladas, heridas, y ultrajadas, viviendo en el espanto y la miseria cuando no matándose o muriendo de hambre, pero ya no son noticia porque nos hastiamos de ellas. Pero aunque hayamos olvidado las imágenes alguien habrá que se pregunte: si todas estas guerras se perpetúan en países pobres que no pertenecen al mundo desarrollado y que por tanto no fabrican armas, ¿de dónde las sacan?, ¿quién se las vende? Y la respuesta no puede ser otra: nosotros, los que las fabricamos y las ' vendemos. ¿Quién si no? Nosotros, los mismos que nos lamentamos de que nadie intervenga para detener la masacre. ¿A quién le venderíamos armas si detuviéramos las guerras? Parece más adecuado a nuestros intereses no gastar nuestras propias armas que ya, tuvimos ocasión de probar en guerras anteriores y vendérselas a las distintas facciones que luchan entre sí, que para esto nuestros presupuestos contemplan partidas destinadas a investigación para que siga, siendo competitivo y aumente el poder mortífero de nuestro armamento. Desde nuestro sillón frente a la televisión apenas logramos comprender en qué consiste el intrincado galimatías de esos países, ni sabemos qué se proponen unos y otros. Algo nos suena a que los países francófonos y la Iglesia defienden a los hutus y los americanos a los tutsis. ¿0 es al revés? Qué más da, nosotros no lo sabemos pero los que trafican con armas, los que las fabrican, los agentes de los gobiernos y los gobiernos, sí lo saben: ¿quién ha fomentado y sigue fomentando en su propio beneficio esas carnicerías y los odios tribales o nacionales que las provocan? ¿Quién ordena la muerte de unos líderes para lograr la reacción de sus súbditos, o las de sus enemigos? ¿Quién hostiga las luchas entre facciones de un mismo pueblo, los alecciona y los enfrenta, para detentar y mantener un dominio en la zona, una influencia la llaman, y asegurarse entre otras cosas la venta de las armas y las minas que luego nos romperán el corazón cuando ante la televisión' veamos niños sin piernas, mujeres destrozadas, aldeas y ciudades destruidas y muchachos inservibles para la vida? Nosotros.

Las naciones de Occidente intervienen en los asuntos internos y externos de otros países siempre que les da la gana, es decir, siempre que con ello saquen algún beneficio. Los ejemplos de Chile, Granada, Vietnam, Angola, las escuelas de la muerte en Panamá, los agentes atrapados en la guerra de los kurdos, entre muchos otros ejemplos, son prueba de ello, por más escribidores que lo nieguen y nos llamen idiotas por ver lo evidente y anticipamos a lo que al cabo de los años acaba reconociendo la propia CIA. Nuestros Gobiernos intervienen, como siempre lo han hecho, en nombre de Dios, de los valores de la civilización e incluso de la democracia, siempre que estén en juego sus propios intereses, léase, la imposición de sus leyes económicas y de su comercio. En realidad la historia de los pueblos se ha construido precisamente sobre la base de una intervención constante en los asuntos y en los territorios de los demás para alcanzar la supremacía, sea territorial o económica, y con ella unos beneficios concretos que nada tienen que ver con los valores morales, éticos o democráticos: vías de comunicación, mano de obra, comercio, riquezas del subsuelo... Pero ¿qué beneficios se pueden obtener hoy de esos países de África? Ya se obtuvieron todos en su momento y ahora, que ya no hay nada que expoliar y que el fuego alcanza las fronteras, mejor es retirarse y salvaguardar la venta de armas, sin comprometer los bienes y los ejércitos propios. Y menos en época de elecciones. Por muchos que mueran, siempre quedarán unos cuantos jefes que, apoyados por Occidente, unos por Francia, otros por Estados Unidos, otros por Alemania y por los demás países que rondamos a su alrededor, seguirán extorsionando a sus súbditos para amasar una fortuna personal en fincas y palacios esparcidos por el mundo y míticas cuentas en Suiza, y con los últimos recursos de su pueblo comprarán armas que les aseguren su permanencia en el trono y el favor de sus protectores. Tal es el caso de Joseph Desiré, el decano de los dictadores africanos convaleciente en Lausana de un cáncer de próstata, que rige los destinos de Zaire con el nombre de Mobutu Sese Seko. ¿No hay petróleo, no hay oro, no hay riqueza?, pues no hay más ayuda que el suministro de armas o medicinas, el 70% de las cuales, por cierto, caducadas o falsificadas.

Y las Naciones Unidas ¿qué hacen las Naciones Unidas? ¡Qué van a hacer! Nada. Pelear se entre sí sus componentes en el Consejo de Seguridad y vetar cualquier resolución, no porque les parezca justa o injusta, que esto nunca importó demasiado, sino por oponerse a sus intereses. O permanecer impasibles ante resoluciones incumplidas que ellos mismos votaron en tiempos para no merecer el escarnio o perder el favor de otros países. Y si bien se mira, es normal que así sea. Porque: ¿que son las Naciones Unidas? Las Naciones Unidas son eso, naciones que están unidas, eso sí, bajo el dominio de unos países que ganaron la II Guerra Mundial -¿quién se acuerda de esto ya?- y Francia que no ganó, pero que allí está por méritos propios. Y ese Consejo de Seguridad es precisamente el que se ha limitado a pedir un alto el fuego a tutsis, hutus y zaireños en un momento en que la gran mayoría de países- están tan poco interesados en las decisiones que puedan adoptarse en el Consejo que ni siquiera pagan sus cuotas a la organización. Si los Estados Unidos, el más rico de ellos, que hoy está en una situación de crecimiento y estabilidad económicos sin precedentes, lleva varios años de atrasos, ¿cómo va a defender una intervención de este calibre sabiendo los gastos que conlleva, sin un beneficio claro a la vista? Hay quien dice que pasada la fiebre de las elecciones, Clinton tiene intención de intervenir, tal vez como hizo ya en Somalia cuando se despegó de las Naciones Unidas y actuó en solitario.

Fueron pocas las imágenes que vimos entonces, porque no sé en qué estarían pensando las agencias internacionales de noticias, pero sí las suficientes para asistir al brutal espectáculo de un ejército que dejó tras de sí más muerte, desolación y degradación que la que, según los portavoces de su Gobierno, había ido a detener, o por lo menos mitigar. Si éste ha de ser de nuevo el modelo de intervención, mejor será que se abstengan.

No son unos señores ajenos a nosotros los que en las Naciones Unidas se desentienden de lo que ocurre en África alegando que no quieren inmiscuirse en los asuntos internos de otros países, ni empresas de otro mundo las que aprueba el bloqueo hacia ciertos países caídos en desgracia aun a costa de ver morir millones de ciudadanos por hambre y falta de medicamentos, ni lejanas organizaciones secretas las que están dispuestas a dejar morir hombres, mujeres y niños a cambio de mantener su influencia en la zona. Los que así actúan y votan en las Naciones Unidas son representantes de los países miembros, nuestros países, una vez más, nosotros.

Pero a estas alturas, y menos desde donde lo vemos, no parece haber muchas soluciones. Tal vez la única, retomando las palabras de García Márquez respecto de América Latina, sea que les dejemos vivir en paz su propia Edad Media. Ya que no hemos sido capaces de sacarlos de ella tras un siglo de una colonización que dividió su geografia sin tener en cuenta las etnias que la habían ocupado durante siglos. En paz, sin venderles moralina democrática, ni falsos planes de desarrollo ni, por supuesto, armas.

Pero entonces, ¿de dónde sacaríamos la riqueza que nuestras fábricas de armamentos obtienen del caos y de la muerte?, ¿qué comercio alternativo nos quedaría para sustituir el negocio de las armas, el más productivo del mundo desarrollado? Sigamos, pues, mirando la televisión bien cómodos en nuestra butaca, y continuemos sin querer informarnos, sin creer lo que de verdad ocurre y sin crear problemas a nuestros gobernantes, mientras hacemos pucheros que tranquilicen nuestra conciencia maltratada con tantas imágenes salidas del horror y la barbarie. Así somos los humanos, es decir, nosotros. ¿Qué, otra cosa sabemos hacer?

Rosa Regás es escritora.

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