Al Gore, nacido para ser número uno
El vicepresidente, que ha ejercido gran influencia en la Casa Blanca, emerge como el candidato dernócrata del 2000
"Me gustaría saber qué ha desayunado Al Gore esta mañana para empezar el día con tanta energía", se preguntaba el lunes por la mañana un Bill Clinton emocionado por la despedida de New Hampshire y agotado después de tres horas de sueño. El presidente era el que mejor conocía la respuesta a la demostración de entusiasmo y energía de Gore: el lunes era el último día de la última campaña de Clinton, y al mismo tiempo el primero, anticipado, de la campaña presidencial de Al bert Arnold Gore Jr., campaña que, si todo va como está previsto, arrancará en las primarias de New Hampshire del año 2000.Al Gore, 48 años, ha sido uno de los vicepresidentes con mayor peso e influencia en la política norteamericana, muy lejos de la figura de adorno que se adjudica al cargo. Al mismo tiempo que ha sugerido a Clinton importantes iniciativas políticas, especialmente las que más han centrado su figura, se ha encargado de delicadas misiones internacionales y ha estado presente en todas las decisiones importantes que se han tomado en la Casa Blanca en los últimos cuatro años. Y todo ello, sin hacer sombra al presidente.
Además de haber sido fiel al jefe, Gore ha construido una imagen que complementa bien la de Clinton: hombre de convicciones, de competencia reconocida en diversas áreas -telecomunicacienes, tecnología, medio ambiente-, de rancia estirpe política -su padre pasó más de 30 años en el Congreso-, estuvo en Vietnam, aunque no combatió, y, tiene una vida familiar ejemplar. Además, últimamente Gore ha explotado en su beneficio incluso uno de sus flancos más débiles: la rigidez. Ya es un rito que Al Gore comience sus mítines con bromas sobre ello: en Chicago, donde Macarena se convirtió en el himno oficioso de la Convención, el vicepresidente hizo la estatua para ofrecer su versión del baile.
Al Gore tiene libre acceso al Despacho Oval y se reúne con el presidente un par de veces a la semana. Clinton ha puesto en sus manos temas de peso político y económico, y en ninguno le ha defraudado: la liberalización de las telecomunicaciones, la rectificación de la política medioambiental y la reconquista del voto verde, la ofensiva contra la industria del tabaco y el programa Reinventar el Gobierno, que ha adelgazado la burocracia en 240.000 empleos, hasta dejarla en los mismos números que tenía en tiempos del presidente Kennedy, un récord que ningún líder republicano ha conseguido. Al Gore ha viajado más de 30 veces al extranjero y ha asumido personalmente las relaciones con Rusia, Suráfrica y Egipto.
Gore ha hecho todo esto sin si quiera mencionar sus claras ambiciones personales desde que ocupó el puesto de vicepresidente, y eso que toda su vida se ha preparado para ser el número uno. "Le educamos para ello", reconoció su padre, el senador Gore, hace cuatro años. Su carrera política empezó pronto, ganando un escaño en la Cámara a los 28 años, y su momento más duro fue el fracasado intento de conseguir la nominación en 1988. Gore aprendió mucho de aquella experiencia.
El hecho de que Gore sea el delfín de Clinton no significa que no vaya a tener dificultades para colocarse en buena posición en la carrera presidencial del 2000. En primer lugar, no es fácil que la situación económica se mantenga como ahora en los próximos cuatro años. Hay, además, en el horizonte decisiones impopulares que hay que tomar, relacionadas con el equilibrio presupuestario y con los recortes en la sanidad, sin olvidar la posibilidad de que los escándalos pendientes de investigación -ninguno de los cuales le afecta- podrían afectar a la imagen de Clinton e imponer una pesada carga a su heredero político.
Si, en cambio, las cosas salen bien en los próximos cuatro años, Gore tendrá la ventaja de poder reclamar buena parte del mérito, como protagonista de las grandes decisiones tomadas, y de contar con el apoyo de Clinton.
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