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Reportaje:EXCURSIONES: DEL HAYEDO A LA HIRUELA

¿Natural o en conserva?

Un paseo por el río Jarama abajo, huyendo de la multitud que visita el bosque 'enlatado' de Montejo

El pardillo es un ave paseriforme de la familia de los fringílidos de unos quince centímetros de longitud, plumaje pardo en el dorso y rojo en el pecho, granívora y canora. El pardillo es también un niñato de Serrano que llega a un restaurante montano con ínfulas de gourmet y, mientras se zampa como lo que es unas alubias de bote, lisonjea a la cocinera vociferando con la boca llena: "¡Abuela, esta fabada está de muerte!". A mediados de otoño, el pardillo es el pájaro que más abunda en el hayedo de Montejo. Atraído al parecer por su cromatismo (palabra que no significa lo que él imagina), arriba en grandes bandadas de todoterrenos, se pasea media hora por el bosque de la manita de los guías allí instalados y, cuando regresa a su nido de Hormigón, pía ufano: "Yo conozco el auténtico hayedo de Montejo, el más meridional de Europa y tal vez del universo".El pardillo, empero, no tiene la culpa de serlo. Al pardillo nadie le ha explicado que las hayas de Montejo no son las más meridionales de Europa, salvo que a las de Beceite (sur de Tarragona) y Sicilia las consideremos africanas. Al pardillo lo han engañado haciéndole creer que un paseo guiado -previa cita telefónica- por una parcela vallada es una forma cabal de acercarse a la naturaleza. Al pardillo, en fin, le han vendido la burra de que el hayedo de Montejo es el único enclave digno de admiración y protección en diez leguas a la redonda, tanto que las autoridades locales y regionales no pegan ojo por la noche pensando en los pobres hayucos, tan solitos en el monte, sin un chaparrón que los haga germinar, snif...

Prueba de que a la Comunidad y a los Ayuntamientos vecinos el hayedo en sí les importa un bledo (si de verdad les importara, hace años que habrían cortado la carretera de acceso, pues no hay medida más ecológica que obligar a un madrileño a caminar 10 kilómetros) es que ahora andan a la greña por ver quién gestiona su explotación turística, que es lo único que les quita el sueño. Al excursionista de pro, el verbo gestionar le huele como a fabada de lata, eso por no hablar del sustantivo explotación y del adjetivo turística, de modo que, dando la espalda al hayedo y a la grey que hace cola a su puerta -puertas al campo, ¡quién lo dijera!-, se echa a andar Jarama abajo siguiendo la solitaria senda de los pescadores, de los molineros y de todos los robinsones que en el mundo han sido.

Es el joven Jarama un río brioso y truchero al que acompañan en su discurrir por entre pinas laderas de gneis, melojos, álamos y sauces; escaramujos, brezos y majuelos. No tienen éstos, ni mucho menos, el porte y la color de las hayas, pero el otoño también pinta estas riberas del oro viejo de los robles y del amarillo vibrante de las alamedas, tan altas como las hayas, hermosas donde las haya.Por aquí anduvo don Casiano del Prado, coetáneo de Livingstone, cuando vino a descubrir las fuentes del Jarama, y de su temprana exploración del río (Descripción física y geológica de la provincia de Madrid, 1864), nos queda la certeza de que no había en esta garganta del macizo de Ayllón otra cosa que un par de molinos. Un siglo y cuarto más tarde, el Jarama sigue siendo el límite escurridizo entre las tierras de Madrid y Guadalajara, tierras de nadie, o casi nadie, pues el pueblo más cercano queda a varias montañas de distancia, sin camino bueno y sin esperanza de hallarlo.

Con el pico del Lobo (2.262 metros) aullándole en el cogote, el excursionista baja Más solo que la una por la vera del Jarama -en principio por la margen derecha y luego cambiando de orilla en los tres primeros puentes que le salen al paso- hasta llegar, tras dos horas y media de paseaba, al viejo molino de La Hiruela. A través de la techumbre vencida, el caminante reconoce la piedra de moler, la maquinaria herrumbrosa y ese abandono sin nostalgia que es una zarza trepando por las cuatro paredes. Todo un signo de los tiempos: pequeños hayedos con encanto y auténtica fabada... de bote.

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