_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Física, química, economía y política

Emilio Lamo de Espinosa

Como haciendo honor a Borges ("al destino le gustan las simetrías y las paradojas"), la caída del muro de Berlín pocos meses después de conmemorarse el bicentenario de la Revolución Francesa parecía señalar el fin de ese largo periodo del pensanúento occidental, que se inicia con la Ilustración, caracterizado por la creencia en la Razón (con mayúsculas y única) como instrumento de la Historia. El año de 1989 ce rraría así no el ciclo corto abierto por la Revolución Rusa, sino el bicentenario ciclo largo del utopismo racionalista occidental. Para algunos era el fin de la historia. Otros, menos osados, ven en ello el fin de la política como gran proyecto colectivo. Los más moderados hablan sólo del triunfo del pensamiento único.En todo caso, la consecuencia más inmediata de ese verdadero fin-de-siécle del corto siglo XX ha sido desbaratar los discursos políticos que articulaban las democracias occidentales dejando sin norte los programas de los principales partidos y entronizando el pragmatismo. No hay alternativas políticas, queda sólo la economía, y la convergencia económica es la útil etiqueta que encubre y tapa ese vacío. Que ello debe conducir a un desinterés por la política en el electorado y a una orientación tecnocrática en los políticos (caldo de cultivo de la patrimonialización del poder y la corrupción) es otra de las consecuencias de este aparente agotamiento de lo político, en absoluto privativo de España.

Aunque puede que sí lo sea su intensidad. El liberalismo no ha sido el fuerte de la derecha española, y su tradición real, conservadora, la franquista, no le es de mucha ayuda al PP. Ello, unido a la fuerte dispersión ideológica de su electorado, a la munición proporcionada por los escándalos durante los últimos años y a su pasión porgobernar a golpe de sondeo, llevó a una oposición centrada en cantar los males del enemigo sin avanzar alternativa alguna: "Váyase, señor González".

El reciente debate de los Presupuestos exhibe esa dificultad para articular políticamente un proyecto. No taxation without representation, de modo que la discusión acerca del Presupuesto debe mostrar la vitalidad del régimen parlamentario. No es, o no debería ser, un debate técnico, sino una confrontación política apoyada en números, el debate más importante, pues en él se establecen las prioridades de ingreso y gasto dé más de la mitad del PIB nacional.

Pues bien, ¿qué podemos decir de la vitalidad política y de la salud parlamentaria de un país cuando el presidente del Gobierno y el líder de la oposición asisten al debate presupuestario como espectadores? Y, sin embargo, esa ausencia puede que sea comprensible si, ciertamente, como ha dicho Aznar, "no hay alternativa". Que es otro modo de decir que no hay nada políticamente relevante que decir.

Y así, si el PSOE rescata (a regañadientes) restos de su viejo discurso político, apuntalados por la brillante retórica de Borrel (¿que asciende así a sucesor oficial?), el PP, carente de tradición política sobre la que asentarse, se limita a negociar apoyos parlamentarios y serenar los mercados.

Como todos los gobiernos, éste también tiene la sensación de que "vende" mal sus productos, se inquieta cuando baja su puntuación en los sondeos y culpa de ello a su portavoz o a los medios. Pero, también como siempre, cuando las ideas están claras se expresan con claridad. Su estilo de gobernar se construye así a partir de un confuso mensaje político más una práctica económica que suena bien, pero que no se atreve a transformar en proyecto, político. El resultado es que nadie habla al ciudadano. Y ese ninguneo es lo que traducen las encuestas: todo para el pueblo, pero sin el pueblo.

La política es el arte de la persuasión. Y para ello hay que saber de qué se va a persuadir a quién. El PP tiene serias dificultades para definir ambos elementos, pues ni sabe bien qué quiere decir ni sabe a quién. Puede que le funcione la física o la química, e incluso la economía pero le falla la política. Y es por ella por lo que es y será juzgado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_