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El huevo

Después de diez años de reprobación del huevo, ha llegado su rehabilitación. A comienzos de los ochenta había científicos que alertaban sobre el riesgo de comer más de un huevo por semana. Luego, la cosa se quedó en tres, pero de ahí ya no pasaron. Hace poco, nuevos investigadores de la Universidad de Washington aseguraban, sin embargo, que un huevo y hasta dos huevos diarios no son perjudiciales para la salud y refutaban las condenas que otros colegas colgaron sobre este alimento simple y tradicional. Lo malo no estaría ya, desde ahora, en el huevo, sino en las malas compañías del plato.En realidad, los cambios de la dietética siguen los pasos de la ideología; el pensamiento social se alimenta siempre tanto de lo que ingiere como de las metáforas que sugiere. En los ochenta, los yuppies apenas consumían huevos puesto que era una manera de representarse adscritos a una muy pegajosa y lenta cavidad. El repertorio de comidas orientales, más los pomelos, las sojas, los kiwis y otras ligerezas componían el breve equipaje en la agitada década anterior. El huevo es casero, conservador o familiar y en la volátil aceleración de los ochenta se consideraba la representación de una plomada. La voz del. padre y de la madre unidas y envasadas en la misma urna.

Los noventa, sin embargo, son de derechas de toda la vida y los dietólogos no son ajenos a la creciente idea de conservación. El antiguo colesterol asimilado a un peligro cierto reaparece redimido por el retorno de la mayor privacidad y lo que antes era una pequeña bomba para el corazón pasa a ser un bombón para el metabolismo. Así, junto al establecimiento de una existencia más doméstica, menos confiada en las afueras, recupera valor el emblema canónico del óvulo y su menudo claustro ancestral.

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