La espiral de las baronías
A la vista de cómo van las relaciones entre las diferentes comunidades autónomas, cabría pensar si lo que viene sucediendo no es todavía peor que la alternativa que aparecía en el horizonte antes de las elecciones. Si el PP las hubiera ganado por mayoría absoluta y mantenido su posición respecto del catalanismo, lo más probable habría sido una confrontación agónica e irresponsable. Ahora el viraje más positivo y responsable del Gobierno respecto de su programa original está lejos de haber resuelto el importante problema de identidad que tiene España en el final de siglo. La solución dada a la financiación de las comunidades autónomas no sólo no ha tenido un efecto pacificador, sino que éste ha sido el exacta mente contrario.Con esta cuestión sucede que ante el ciudadano de a pie se plantea de forma inevitable como un galimatías no sólo por los rápidos cambios de posición de los distintos partidos, sino también porque es difícil prever cuáles serán en un futuro inmediato y el mismo resultado final del reparto de las cargas. De esa manera, la financiación de las autonomias viene a ser algo parecido a los ducados daneses en el siglo XIX: sobré ellos había una disputa tan complicada -dijo un político inglés- que nadie la entendía excepto dos personas" de las que una murió y otra se había vuelto loca.
Sí que está bien. claro, al menos, quién tiene menos razón: aquél que hace más demagogia. El presidente extremeño, al proponer un referéndum en su comunidad, no trata de preguntar a sus conciudadanos sobre algo que ignora. Hay en todo el mundo una cierta vuelta a la democracia directa hasta tal extremo que en los Estados Unidos la última elección presidencial fue empleada también para 150 referéndums, de los que 19 se celebraron en un solo Estado. Pero en España ese género de consultas se ha empleado tan sólo para ratificar una posición ya tomada" en el caso de la OTAN. Ahora, además, una medida como esa serviría sólo para borrar las diferencias entre los partidos y exaltar un liderazgo individual. Además, la misma formulación de la pregunta equivale en la práctica a poder insultar a Pujol y los catalanes en general. Queda, en fin, claro que el procedimiento de Rodríguez Ibarra para elevar la conciencia regional es el miserabilismo. No consiste en decir qué se va a hacer como en acusar a los demás de persecución.
La pretensión de Pujol de recurrir al cupo concertado, al modo vasco o navarro, puede haber sido defendida en otras ocasiones, pero, de entrada, resulta muy desafortunado esgrimirla tras un pacto tan reciente, frágil y complicado. El presidente de la Generalitat debe ser consciente de la profunda animadversión que causa en muchos españoles su perpetuo deslizamiento de Lituania a Quebec y del 15% del IRPF al concierto. Más de fondo resulta, todavía, otro inconveniente. El concierto es válido tan sólo como excepción. Si Cataluña obtuviera un procedimiento de financiación como ése, de modo inevitable, dado su peso demográfico y económico, convertiría el cupo no tanto en testimonio de solidaridad como de caridad limosnera. Cada negociación del mismo se convertiría en una especie de reedición del rosario de la aurora y deterioraría más y más la imagen de la política. Esa es una amenaza que, por desgracia, no está tan lejana. La cacofonía de los enfrentamientos estériles y nada constructivos que se viene prolongando desde 1993 por otras razones puede arreciar por esta cuestión hasta extremos imprevisibles. Sería, pues, necesario un esfuerzo de sensatez y de consenso en beneficio de todos. Hasta el momento, las comunidades autónomas se han librado en parte del descrédito general de la clase política, pero, si se presentan como baronías encrespadas por un reparto de bienes cuyos beneficios el ciudadano no acaba de ver, es probable que recaiga sobre ellas en mayor grado aún. De hecho, así ha sucedido en un país con problemas similares, como Bélgica.
Habría que animar a los dirigentes políticos regionales a evitar que esta espiral de reproches prosiga. Josep Pla se quejaba de que en ocasiones el afecto por lo propio se quedaba en "vuelo gallináceo" y Ferrater Mora decía que el catalanismo en ocasiones creaba una Cataluña "emprenyadoreta", es decir, molesta por lo minúscula. Entre unos y otros están reproduciendo esta situación para la totalidad de España.
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