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Solo para mayores

Enrique Gil Calvo

Cada vez es más frecuente la incidencia de noticias alarmantes que tienen como objeto los menores de edad: asesinatos en Bélgica para surtir con imágenes reales a redes de pederastas, turismo proxeneta que transporta varones a exóticos paraisos sexuales, movimientos nacionalistas que explotan la belicosidad adolescente, proyectos de ley que proponen la penalización de menores... Y aprovechando la ocasión, algunos tienden a confundir las cosas, haciendo pasar por corrupción de menores cualquier otra clase de material sensible, como sucede, por ejemplo, con el caso Arny. Aquí resulta preciso deunciar tamaña hipocresía, pues la homosexualidad es un derecho civil tan legítimo como de la heterosexualidad; y si es, legal casarse con menores de 18 años, aunque sea por interés, por que no lo es tener relacioes carnales con ellos, aunque haya que pagar? Otra cosa muy distinta es, por supuesto, la violencia física, el estupro y el acoso sexual, siempre punibles, y más cuando sus víctimas son menores situados en posición de inferioridad invencible. Pero confundir esos delitos con la prostitución o la libertad sexual es una falacia en la que incurren los intereses que se lucran traficando con obsesiones morbosas.Creo que aquí es donde está el problema: en este filón que escubre la prensa explotando al menor, presentándolo a veces como héroe maldito y otras omo víctima morbosa. ¿A qué viene esta obsesión de la opinión pública que permite hacer de los menores objeto predileco del deseo? Parece que nos hallamos ante una metamorfosis social, no por latente menos ominosa, que está trastocando las relaciones entre mayoria y minoría de edad. Pero la opacidad de su efecto retardado nos impide observar su transcurso sobre la marcha, por lo que aún no podemos imaginar sus orígenes ni sus resultados aplazados pero sí cabe intuir algunas de sus razones profundas.

Ante todo, es preciso advertir que ya no existe una frontera clara entre minoría y mayoría de edad. El proceso de emancipación personal sólo era súbito antaño, cuando se pasaba de niño a adulto de la -noche a la mañana, pero hoy cada vez dura más años, dada la creciente complejidad social. En su inicio, el proceso se adelanta con progresiva precocidad en la toma de libertades personales, mientras que su término se aplaza y pospone indefinidamente sin que se sepa cuándo puede darse por finafizado, pues la mayoría de edad real exige una ocupación estable que cada vez se adquiere más tardíamente. Por eso, durante un lapso de tiempo interminable, los jóvenes pasan por ser tanto menores tardíos, prematuramente disfrazados de mayores, como mayores tempranos que fingen ser eternamente menores.

Pero, sin embargo, las leyes imponen la ficción de que existe un umbral puntual: los 16 o los 18 años, digamos. Y aquí sucede como en las leyes de plazos que permiten suspender voluntariamente el embarazo: ¿a qué mes se convierte un 'nasciturus' en individuo con derecho a la vida? Pues bien, de igual modo: ¿a qué años se convierte un menor en ciudadano mayor de edad? La ficción jurídica dirá lo que quiera el legislador, pero cada joven experimenta su propia mayoría de edad como una promesa frustrada que siempre se le escapa. De ahí la paradoja- inherente a la condición juvenil, condenada a poner en escena una contradictona mascarada de carnaval que finge licencias o violencias gratuitas, para poder representar una fugitiva mayoría de edad. Y esta paradoja se expresa de muchas formas, pues hacerse mayor es asumir responsabilidades sin contenido del que responsabilizarse.

Así sucede hoy con la sexualidad, por ejemplo. La libertad para tener relaciones promiscuas es mayor que nunca, y de hecho cada año se adelanta la edad media en que se adquiere la primera experiencia precoz. Pero, paradójicamente, los jóvenes actuales tienen menos relaciones sexuales efectivas que nunca, dadas sus crecientes dificultades para independizarse. Cuando había represión sexual pero pleno empleo, todos se casaban muy pronto para poder tener parejas a mano. Hoy, en cambio, a pesar de la permisividad sexual, es difícil mantener relaciones frecuentes a causa del paro, pues sin casa propia no hay manera de emparejarse. De ahí la imagen ambigua de la sexualidad juvenil, que si por ún lado se presenta en sociedad de forma hipersexual, como si estuviese genitalmente sobresaturada, por otro resulla, sin embargo, ingenuamente inexperta, inocente y asexuada.

Esto explica en parte el creciente atractivo que para nuestra sociedad cobran los menores como objetos sexuales de deseo. De ahí que tanto la prensa y la publicidad como las demás artes narrativas y audiovisuales centren su atención preferente en objetos juveniles: seres inmaduros, formas andróginas, modelos esbeltos, sujetos frágiles. Pero esta progresiva fascinación que ejercen los menores es tan densa (en el sentido de su polisémica multiplicidad de significados contradictorios) que su explicación no parece suficiente si la reducimos a la paradójica posición que,ocupan los menores en nuestra cultura. Debe de haber algo más. Y puede que lo haya, pues cabe sospechar que además influyen algunos otros elementos externos, ajenos a los propios jóvenes. Una razón podría ser la disminución del número de menores, dada la caída de la natalidad, que les hace ser muy demandados como los bienes más escasos. Y otro factor posible es el temor creciente a envejecer, que se agudiza conforme aumenta nuestra longevidad: nos da tanto pánico hacermos mayores que corremos en busca del socorro carnal de los menores con la vana esperanza de salvamos (o al menos aminorar nuestra vejez) si logramos vampirizarles.

Y aún hay algo más, quizá no tan evidente, pero de indicios indudables. Y es el cambio de posición de las mujeres. Antaño, el género femenino desempeñaba el papel designado de sexo débil, proporcionando soporte a la fálica fantasía de supremacía masculina. Pero este complejo está pasando a la historia conforme las mujeres aprenden a responsabilizarse del pleno control sobre su propio destino personal. Así, desaparecen las mujeres-objeto y les suceden las mujéres-sujeto. Pero ¿quién ocupa la posición de objeto del deseo que han dejado vacante las mujeres al emanciparse?: los menores-objeto, evidentemente, a los que se impide emanciparse como sujetos para que acepten conformarse a su nuevo papel de andrógino sexo débil, apuntalando así la desfalleciente sexualidad masculina con morbosas fantasías que desmenuzan menores para reforzar la potencia fálica de los mayores.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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