'Desokupación'
Cuando las fuerzas antidisturbios no tienen disturbios que disolver por la fuerza, fuerzan un poco las circunstancias y organizan una batalla campal con gran economía de medios, unos cuantos porrazos aquí y allá para desentumecer los músculos desentrenados y una manta de puñetazos, tirones de pelo y golpes bajos para azuzar el espíritu bélico de unos okupas pacifistas, pero insumisos y con la sangre caliente de la edad y el kalimotxo.Los okupas desalojados del centro de David Castilla pertenecen a esa etnia adolescente que las gentes de orden no quieren ver por las calles, lo que les hace cruzar de acera y pararse en la siguiente esquina a comentar con otra per sona de orden que: hasta donde vamos a llegar... que si habría que hacer algo... Nunca falta en estos conciliábulos el que concreta ese algo con propuestas cercanas al holocausto o, al menos, al internamiento en campos de trabajo forzados, donde los réprobos cambiarían el pico por el pico y la pala. La asociación joven estrafalario-toxicómano peligroso está muy extendida y son multitud los ciudadanos miopes que confunden una lata de cerveza con una hipodérmica y los síntomas de la euforia etílica del fin de semana con el muermo hipnótico de los adictos a la heroína. Si el centro Castilla, una antigua nave panificadora abandonada en el barrio de Tetuán de las Victorias, hubiera sido refugio de toxicómanos y pudridero de yonquis, sus okupantes no hubieran tenido ni tiempo ni ganas de montar un vivero, una biblioteca, una asesoría laboral, locales de ensayo y talleres de juegos de rol, flamenco e idiomas y, por supuesto, un bar. Si los okupantes de la fábrica de pan hubieran estado enganchados al anzuelo de la jeringuilla, las fuerzas de desokupación hubieran podido desalojarlos cargándoselos a los hombros como fardos, y, por tanto, su gesta no habría tenido nada de heroica ni hubiese merecido la efímera fama de los periódicos.
Dos fotografías de Ricardo Gutiérrez, publicadas el último sábado en estas páginas, reflejan en todo su esplendor guerrero la singular epopeya policial. En una de ellas, un grupo de okupas se apiña en el tejado de la fábrica, están sentados, casi acurrucados, para presentar el menor flanco posible a los ataques de ocho gladiadores provistos de escudos de plástico, cascos y porras. Uno de los héroes ha sido inmortalizado en pleno gesto de aporrear a un ciudadano que trata de protegerse, replegado a la posición fetal.
En la fotografía que abre la información, los cascos blancos han conseguido abrir brecha en la fortaleza y entrar en ella. Sobre la puerta descerrajada y en el resto de la fachada aparecen combativos mensajes de resistencia: "Esta puerta es alérgica a la injusticia", "No más solares para las ratas", impotentes consignas ante la dialéctica de los puños y de las porras, los propietarios de la nave han conseguido por fin permiso para edificar bloques de pisos y su desidia ha dado paso a una urgencia movida por la codicia y apoyada por la Justicia con mayúsculas, Justicia ministerial y ajena a las pequeñas injusticias cotidianas que cuentan con el apoyo de la ley.
Las gentes de ley y orden no quieren ver en sus calles a los miembros de esta tribu desharrapada y descreída, automarginada de las pautas de comportamiento socialmente aceptables. No les quieren ver en sus calles, pero tampoco les quieren ver okupando, enquistándose en viejos edificios abandonados, desplazando a las ratas que son sus más prolíficas y legítimas moradoras para poner en marcha precarias y espontáneas iniciativas culturales y sociales. El centro, social Víctor Castilla llevaba el nombre de uno de sus fundadores, fallecido después de la toma del edificio.
Incluso los vecinos de la zona, por definición alérgicos a las okupaciones, reconocían la buena voluntad de sus responsables y limitaban sus críticas al comportamiento del público que asistía a los conciertos de los fines de semana. Las ratas, desde luego, no arman tanto escándalo como los flautistas de Hamelín y no se dejan ver a la luz del día como los okupas. Las ratas son un vecindario más familiar, menos inquietante que el que conforman estos jugadores de rol, a los que siempre les toca desempeñar el papel de perdedores.
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