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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Atrapados en casa

EL NÚMERO de jóvenes que depende de su familia se ha duplicado en 10 años. Según un informe del Instituto de la Juventud, el 52% de las personas entre 25 y 29 años sigue viviendo con sus padres y el 64% carece de autonomía económica. A estos porcentajes se añade la evidencia estadística de que los matrimonios se celebran a edad más tardía. En la medida en que todavía en España la emancipación familiar se asocia a la boda, el cruce de datos refuerza mutuamente su credibilidad.No se trata de una repentina pasión por el hogar paterno. Hay una primera explicación obvia: la incertidumbre laboral y la falta de recursos económicos propios obligan al joven a permanecer bajo el techo familiar. De hecho, muchos mecanismos sociales se acomodan a esta prórroga de la dependencia juvenil. Los estudios, por ejemplo, se alargan, con lo que se aplaza la dificultosa incorporación al mundo laboral.

Aunque no haya certezas demoscópicas al respecto, no parece que el hogar paterno se haya hecho más inhóspito por esta prolongación forzosa de la convivencia, si bien siempre será más deseable una estancia voluntaria que una reclusión obligada por los acontecimientos. Comportamientos que antes eran impensables bajo el techo parental ahora son, como mínimo, tolerados. El modelo patriarcal lleva años resquebrajándose aunque sobrevivan conductas anacrónícas.

La emancipación, parcial, de la mujer ha hecho más costosa la decisión matrimonial para el muchacho, que los hay, acostumbrado a los servicios de una madre-chacha. Antes, cuando una pareja concurría al mercado matrimonial, él ofrecía la protección económica, y ella, la tutela de los hijos y el buen orden doméstico. Ahora ambas tareas deben compartirse, aunque sobre la maternidad recaen todavía unos injustos peajes laborales que empujan a su retraso.Todo ello ayuda a que el momento de la vida en común de la pareja se postergue. No se trata de que haya descendido el deseo emancipatorio de los jóvenes, sino que crece el coste y la dificultad de satisfacerlo. Por otra parte, la existencia de un horizonte tenebroso aumenta la responsabilidad sobre la futura paternidad o maternidad. La experiencia propia lleva a tener menos híjos y más tarde.

La emigración hacia la plena autonomía por parte de los jóvenes se retarda porque carecen de medios propios para conseguirla. Y precisamente porque se prolonga la estancia en el hogar de nacimiento aumenta la sobreprotección familiar. El hijo no es visto por los padres como un simple aprovechado, sino como víctima de una sociedad que no puede darle alternativas. Y los padres asumen, aunque sea de manera inconsciente, la resonsabilidad de haberlo puesto en este mundo.

El problema, obviamente, no es el mismo según el nivel económico y cultural de la familia. Un hogar inhabitable puede empujar a su abandono sin tener asegurada la supervivencia. Un hogar tolerante puede hacer más fácil el acomodo de los hijos mayores con hábitos no compartidos. En todo caso, la difícil incorporación del joven al trabajo no sólo supone un problema para la economía doméstica, sino una falta de alicientes para crecer como persona y en definitiva, una falta de libertad, siquiera para montar piso.

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