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FERIA DE GUADALAJARA

Joselito coge un globo

Joselito cogió un globo. Quiere decirse que se enfadó. "Está cabreao", comentaban por el tendido. El motivo no se sabe. Hay quien sale de casa por la mañana cabreao con la Humanidad entera y se pegaría con su padre.Si Joselito se encontraba en este caso era imposible saberlo. Que se había cabreao, era evidente. Recibió de capa al toro poniendo cara de pocos amigos, no dio pie con bola en el primer tercio y al tomar los trastos toricidas le pegó una bronca al mozo de espadas. Joselito en la parte de allá de la barrera, el mozo de espadas en la de acá. La bronca fue sostenida y la gente, que había ido a ver derechazos y dar orejas, se quedó perpleja.

Una bronca siempre es desagradable para quien la recibe, pero si se produce en público, el desagrado adquiere caracteres de universalidad. Uno, sin entrar en el fondo de la cuestión, estaba con el mozo de espadas, que aguantó marea sin pestañear.

Núñez / Joselito, Ponce, Barrera

Toros de Joaquín Núñez, terciados -5º -, impresentable-, flojos, encastados, de excelente juego.Joselito: cuatro pinchazos -aviso con retraso-, golletazo infamante y rueda insistente de peones (bronca); estocada caída y rueda desaforada de peones (dos orejas). Enrique Ponce: bajonazo (oreja); estocada corta trasera caída, rueda insistente de peones -aviso- y descabello (dos orejas). Vicente Barrera: estocada muy trasera -aviso con dos minutos de retraso-, rueda de peones y descabello (oreja); pinchazo saliendo volteado, media atravesada -aviso con retraso-, media atravesada, rueda insistente de peones y dos descabellos (oreja). Plaza de Guadalajara, 21 de septiembre. 3ª corrida de feria. Lleno.

Si el presidente hubiera tenido un mínimo sentido de la justicia distributiva y de la equidad bien entendida en vez de ser un verbenas, le habría dado al mozo de espadas una oreja. Acabó dando siete y qué le importaba ya dar ocho. El mozo de espadas habría visto compensada su dignidad herida y el público satisfecha su ansia orejil, en cuya consecución tiene cifrada la felicidad cuando acude a una plaza de toros.

Precisamente lo que más le disgustó de Joselito al público fue que no aportara justificación alguna para darle la oreja. Antes al contrario, Joselito hizo todo lo imaginable para que no se la dieran. Joselito tomó la pañosa, citó al toro y no paró de correr. Cinco minutos llevaba pegando mantazos y aún no había conseguido instrumentar dos pases seguidos. Se cumplían diez y aún no había conseguido matarlo. La casta del toro le desbordaba y se vengó reventándolo de un infamante golletazo. El as de espadas arreando golletazos: vivir para ver.

A lo mejor era la casta del toro lo que tenía cabreao a Joselito. A los toreros malos o a los que exigen comodidad (a veces una cosa trae la otra), la casta de los toros les cabrea mucho. Un toro con casta presenta serios problemas y es preciso poderle o no hay tu tia.

Joselito se desquitó con el cuarto. No es que el toro careciera de casta ni que él se quedara quieto para torearlo -antes al contrario, se quitaba de en medio al rematar los pases-, pero le echó dos veces las rodillas a tierra. Primero, al recibirlo con una larga cambiada; luego, al principio de la faena de muleta, que inició sentado en el estribo. Quedó redimido con estos alardes del golletazo y las inhibiciones anteriores, y le dieron las dos orejas.

Incrementó Joselito la racha orejera, que ya venía esplendorosa desde el segundo toro. A ése Enrique Ponce le cortó una oreja, Vicente Barrera otra al tercero -ya iban cuatro- y ascendió a seis mediante la suma. de las dos que Ponce le cortó al quinto. Ambos orejeados diestros se afanaron para lograrlo y, al efecto, se pusieron a pegar pases como si les hubiera sobrevenido un arrebato.

Rápido, menudeando derechazos fuera cacho y naturales sin. templarlos Enrique Ponce, ciñéndolos juntas las zapatillas y de costadillo Vicente Barrera, las respectivas faenas duraban diez minutos, podrían ser quince, y no cabe duda de que ambos diestros tenían ganada con creces la prima a la productividad.

Vicente Barrera, al sexto, era incapaz de templarle los pases, se sucedían los banderazos, cayó la noche y no paraba de producir derechazos, naturales y enganchones. Parecía que le habían dado cuerda. Entró a matar, ¡al fin!, rebotó en el cruce, perdió pie, y el toro hizo por él, volteándole de mala manera. La cogida fue impresionante; y, aunque mató mal, obtuvo, previa petición clamorosa, la séptima oreja. Siete orejas no son muchas y la verdad es que pudieron ser ocho si el presidente llega a dar la que merecía el mozo de espadas cuando aguantó el globo de Joselito, como un señor.

Esta corrida fue una oreja más buena que la del día anterior, en la que sólo dieron seis. Esta corrida fue mejor que la de ayer pero peor que la de mañana.

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