Garzón recibe datos sobre él único, cadaver anónimo enterrado en julio de 1988
El juez Baltasar Garzón recibió ayer datos sobre el único cadáver enterrado sin identificar en julio de 1988 en Madrid, por si pudiesen corresponder con los del cuerpo de un mendigo supuestamente utilizado como cobaya- humano para experimentos del Cesid. La pista de ese cadáver -conduce a una lápida perfectamente localizada en el cementerio sur de Carabanchel, un barrio de la capital, en la que figura inscrito: "Pablo Torrijos Plaza. 22-5-1988. Fallecido a los 41 años. Tu hermana no te olvida. DEP".El Juzgado de Instrucción número siete de Madrid envió ayer a la Audiencia Nacional los escasos datos de que dispone del único fallecido anónimo en Madrid en torno a julio de 1988. Esa es la fecha en que Garzón cree que- murió el mendigo que presuntamente sirvió de prueba para una droga que supuestamente iba a ser administrada., en un secuestro que no llegó a producirse, al dirigente de la banda terrorista ETA José Antonio Urrutikoetxea, Josu Ternera. El anterior fallecido anónimo quedó registrado el día 23 de abril de ese mismo año, y el siguiente, el día 27 de octubre.
Los datos que recibió ayer el juez Baltasar Garzón se corresponden al de un varón que murió en el hospital Gregorio Marañón de Madrid el 23 de mayo de 1988, a las 0. 15 horas, como consecuencia de una "hemorragia cerebral postraumática". El cuerpo de esa persona fue remitido al Instituto Anatómico Forense, donde lo examinó el médicó forense que estaba de guardia ese día.Sepelio de caridad
El juzgado fue el que ordenó el entierro de ese cadáver anónimo el 27 de julio de 1988, tras más de dos meses en la cámara del Anatómico Forense sin que nadie le identificase. La Funeraria Municipal se hizo cargo del cuerpo, que fue sepultado en un nicho individual del cementerio sur de Carabanchel, en Madrid.
Al muerto sin nombre, se le aplicaron todos los servicios gratuitos de caridad habituales para este tipo de fallecidos. Los más económicos para una estancia de 10, años: unas 160.000 pesetas de gastos, un ataúd de un aglomerado barato pero barnizado, y una placa sin ninguna leyenda. Allí sigue ahora el nicho, pero ya no es anónimo y está acompañado de un crucifijo.
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