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La edad de la novela

Setenta y cuatro primeras novelas se publicarán en Francia en la nueva temporada. Entre esos novelistas debutantes no faltan quienes aún no han cumplido los 30 años. También en España la temporada se anuncia novedosa en primeras novelas y en autores juveniles. La temporada pasada tuvimos incluso una novelista de 14, sin más recordación al presente que su dichosa edad de púber. Pero la novela es género de madurez, como se ha dicho siempre y es verdad. Con menos edad se puede ser un poeta genial y casos memorables hay, pero resulta difícil, por lo general, escribir una novela de excepción. Las grandes novelas exigen experiencia vital y conocimiento del mundo. Por eso no es extraño que los novelistas sexagenarios -o casi- puedan dar la campanada: 57 años tenía Cervantes cuando publicó la primera parte de El Quijote; a partir de los 60 ha publicado José Saramago sus novelas mayores.En todo caso, son muy pocas las grandes novelas que han producido los autores veinteañeros. Veintisiete años había cumplido Galdós al publicar La fontana de oro, que se deja leer pero que está lejos de, alcanzar la genialidad, que llegaría con los primeros Episodios Nacionales. Veintiséis, sí, tenía Cela cuando publicó La familia de Pascual Duarte, obra importante pero inferior a los títulos mayores de la madurez como San Camilo, 1963 y Mazurca para dos muertos. Flaubert contaba 36 cuando sacó Madame Bovary, y la primera novela de Joyce, Retrato del artista adolescente, salió teniendo el autor 34. En fin, Marcel Proust pergeñó su Jean Santeuil entre los 24 y los 29 años, sin decidirse a publicarla en vida; la Recherche comienza a escribirse cuando su creador rozaba ya la cuarentena.

No falta, desde luego, los ejemplos precoces: Dostoievski tenía sólo 25 años al publicar su primera novela, Pobres gentes, que es, con todo, inferior a sus obras posteriores; Camus dio a conocer El extranjero a los 29 y en este caso, raro caso, la edad no impidió la maestría absoluta, y a los 23 publicó Truman Capote Otras voces, otros ámbitos, que no iguala a su obra maestra, A sangre fría. La genialidad también asoma a veces durante la vejez: así con 68 años -de los de entonces- publicó Cervantes la segunda parte de El Quijote.

Pero quien no parece tener edad es la novela. Con más de cuatro siglos de existencia el género, que nació mecido por palabras españolas -las palabras de la picaresca, las palabras de El Quijote-, que parece más vivo que nunca. Durante mucho tiempo se ha dicho que el siglo de la novela fue el XIX; ahora que el nuestro declina debe decirse que no se ha quedado por detrás de su predecesor. La cantidad y calidad de novelistas de primer orden es abrumadora. El hombre narrativo palpita de vida, aunque sin duda tiene enemigos: el más grave es la producción en serie, el best seller, que pervierte a muchos lectores y les entrega productos inanes cuando no nauseabundos.' Hay un best seller comercial y hay otra especie si no tan peligrosa sí igualmente digna de vigilancia: el best seller culto, que si no me equivoco tiene su origen inmediato en Umberto Eco y El nombre de la rosa, verdadera apoteosis de lo que es dar gato por liebre narrativo y ofrecer vacuidades disfrazadas de mensajes metafísicos. Al semiótico metido a novelista le han seguido con fervor algunos escribidores, esto es, gentes que no . aman la literatura, que confunden la novela con las aventuras del capitán Trueno o con un mal sermón y que sólo aspiran a vender cuanto más mejor, aunque sea a costa de embaucar y engañar.

El comercialismo, con diferentes variantes, es hoy el principal y más poderoso enemigo de la novela. Si los profesores de literatura explicaran, y les dejaran explicar, cómo se debe leer, tendrían ante sí un programa infinito con sólo distinguir ante sus alumnos entre lo que son las narraciones nacidas de la pasión por la palabra, del propósito de enmendar el mundo y suplantar a Dios, y esos tristes productos fraudulentos que no persiguen más que matar el tiempo, como si no fuera el tiempo lo único que tenemos, y vender baratijas verbales a la mayor gloria del beneficio ciego y ramplón. Porque en modo alguno se trata de no vender, sino de no engañar. Con gozo dejo constancia aquí de que, según mis últimas informaciones, de Corazón tan blanco, de Javier Marías, se han vendido ya en Alemania 200.000 ejemplares: miles de lectores para una novela -de veras- de la madurez.

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