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Espacios con tiempo

Aunque solemos atraparnos en las sugerencias de la estadística, la que tiene que ver con algunos aspectos de la conservación de la naturaleza resulta francamente engañosa. Por ejemplo recientemente el conjunto de espacios protegidos superó el -5% de la superficie del planeta. Dentro de ese porcentaje quedan incluidas unas 10.000 áreas amparadas entre las que figuran los parques nacionales, naturales y otros. Eso o que cubran varios cientos de millones de hectárea parece un gran logro.Luego descubrimos que cerca de la mitad de la superficie conservada está en las regiones circumpolares y que no hemos declarado fuera del área de conflicto ambiental a casi ninguna porción del mar. Tampoco las biológicamente más valiosas gozan de protección. No menos a considerar resulta el que tras esas declaraciones de paz con el paisaje demasiadas veces sólo hay una señalización a ras de tierra y unos falsos límites en un mapa.

Es más, las formas jurídicas que declaran fuera de lo devastador del presente a ciertas porciones de la Naturaleza son lábiles y por tanto fácilmente vulnerables.

Finalmente lo estadístico queda rebatido cuando llegamos a saber que la gestión de los espacios protegidos queda bajo mínimos al negársele recursos imprescindibles. Esto al menos está sucediendo últimamente en nuestro ámbito, donde el organismo encargado de los Parques Nacionales se enfrenta a una drástica caída, de su presupuesto: la mitad del que tenía hace sólo dos años. Entre las difíciles tareas pendientes de la nueva administración ambiental está el que por lo menos los Parques Nacionales cuenten con los medios necesarios para ser cuidados, estudiados, vigilados y sobre todo disfrutados por el conjunto de los ciudadanos a los que pertenecen.

Hoy apenas hay dinero para que los vehículos de la guardería puedan ser puestos en movimiento. Pero sobre todo no debemos olvidar que cierta amenaza de privatización planea también sobre ese patrimonio común que es el conjunto de la naturaleza ibérica conservada.

Delegar la tarea o que ésta propicie negocios privados puede hacer descarrilar al ya muy frágil proyecto de compatibilidad con el mundo al que pertenecemos. Que lideran los espacios naturales protegidos. Y es una torpe y muy parcial visión de lo que conlleva rescatar a un paisaje de esa arteriosclerosis que supone el degradarlo ambientalmente. Cuando un espacio es declarado, por ejemplo, Parque Nacional a través de leyes o decretos que lo contemplan como valioso para la sociedad generalmente interpretamos que estamos actuando sobre el territorio.

La conservación de la Naturaleza suele entenderse, por tanto, como algo tangible y concreto. En realidad sustraer porciones del paisaje de las más convencionales actividades especulativas, que no productivas entra de lleno en lo que solemos considerar como hacer política y hasta historia. Desde luego lo es pero tan sólo en una parte.

Un espacio protegido es un lugar único y sobre todo irrepetible al que le devolvemos su principal patrimonio, que no es precisamente lo que vemos, sino lo que pertenece al futuro. Porque la Naturaleza, y nosotros somos uno de sus componentes, lo que principalmente necesita es tiempo para seguir asegurando la continuidad de sus inquilinos y su propia belleza.

Probablemente si reconocemos nuestra vinculación con otras épocas, con lo que miramos y la responsabilidad que adquirimos cuando procedemos con actuaciones irreversibles sobre el espacio, es decir, cuando le negamos a un lugar su tiempo futuro, no seguiríamos poniendo en peligro los procesos ecológicos y sus irremplazables escenarios.

La unicidad de, cada paisaje y de cada uno de sus inquilinos, imbricada en la unidad del sistema, plantea un desafío a nuestra comprensión que afortunadamente llevamos bastante adelantada. Queda por entender que esos espacios con tiempo son nuestro regalo, tal vez el mejor, al futuro.

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