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Las elecciones en Bosnia y la solución de Dayton

Francisco Veiga

El primer paso hacia la guerra en Bosnia-Herzegovina se dio antes de que los presidentes Milosevic y Tudjman se entrevistaran en secreto, en marzo de 1991, y mantuvieron inquietantes conversaciones sobre la cuestión bosnia. También precedió a la entrada de milicias serbias (y croatas) en la república. Ocurrió en noviembre de 1990, cuando aún faltaba un año y medio para que estallara la fatal contienda. Estrenando el pluripartidismo tras 45 años de comunismo, la población bosnia acudió a las urnas y cada etnia votó mayoritariamente por su respectivo partido nacionalista: los musulmanes por el Partido de Acción Democrática (SDA); los serbios por el Partido Democrático Serbio (SDS); y los croatas por la Comunidad Democrática Croata (HDZ). Hubieran podido entregar su voto a- algún partido cívico no nacionalista. Pero no lo hicieron. Y el resultado fue un desastre: ninguno de los vencedores tenía la mayoría suficiente como para gobernar en solitario. En consecuencia, se pusieron de acuerdo para repartirse el poder a la libanesa: desde la presidencia a los ayuntamientos.Ese interminable procedimiento fue cantonalizando la república entre las tres etnias que la componen y contribuyó a paralizar la labor de Gobierno en unos momentos extremadamente críticos para el futuro de Bosnia-Herzegovina. En 18 meses, por ejemplo, el Parlamento de Sarajevo no desarrolló ni un solo proyecto de ley. Mientras tanto, Yugoslavia se descomponía violentamente.

¿Por qué los -ciudadanos de Bosnia optaron por el voto nacionalista? El régimen comunista había sido especialmente duro en Bosnia, donde caciques locales construyeron sus propios feudos a lo largo de los años. Cuando en 1990 Ilegó la oportunidad de votar, la mayoría de la población bosnia no quería saber nada de ningún partido que oliese a continuismo: ni hablar de la apenas refundada Liga de los Comunistas. Ni siquiera de la Alianza de las Fuerzas Reformistas, cuasi social-demócrata, del primer ministro federal (todavía existía Yugoslavia), el croata Ante Markovic. No quedaba ninguna otra opción importante. No existían partidos interétnicos liberales o de centro derecha.

La única salida eran los partidos nacionalistas, cuyos programas eran muy parecidos entre sí, pero cuyos líderes no eran los viejos comunistas reciclados: en ese sentido, la casta política que ganó las elecciones bosnias de 1990 era una excepción en comparación con la del resto de las repúblicas yugoslavas. Pero también debe tenerse en cuenta que una parte de los serbios y los croatas de Bosnia votaron nacionalistas con la implícita intención de irse con Serbia o con Croacia. Qué proporción de votantes pensaba así es algo que las encuestas de entonces no lograron aclarar.

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Han pasado casi seis años y una terrible guerra interétnica que se ha cobrado muchas vidas. Ahora las posiciones están trágicamente claras y todo hace suponer que se pondrá de manifiesto una cierta relación entre las elecciones de 1990 y las que se celebrarán el próximo sábado, 14 de septiembre. Los partidos dominantes en cada zona siguen siendo los que ganaron las elecciones de 1990: el SDA, el SDS y el HDZ. Ahora, además, han logrado construir sus propios mini-Estados, administraciones y medios de comunicación, además de controlar las fuerzas armadas de cada zona: La oposición es débil y por si fuera poco, los partidos dominantes (especialmente el SDA y el SDS) se han cuidado de crear algunos partidos-submarino, falsamente opositores y destinados a evitar la consolidación de frentes unidos que pongan en peligro su hegemonía.

Y no pensemos en los líderes de esos grandes partidos como versiones bosnias de Fu Manchú, capaces de hipnotizar a los idiotizados ciudadanos a fin de llevarlos por la senda del fanatismo sin sentido. Ciertamente tienen muchos partidarios en el tejido social de las respectivas zonas, gentes que sueñan con obtener una plaza de funcionario, una licencia para montar algún negocio, una oportunidad para medrar socialmente o de sobrevivir, aparte de los convencidos de que el SDA, SDS o HDZ fueron los verdaderos vencedores de la guerra.

Fácil es adivinar lo que va a ocurrir en las elecciones de esta semana, máxime si se tiene en cuenta cómo ha ido el test de las municipales en Mostar. Ya nadie se hace ilusiones sobre los previsibles e incontables malentendidos, trucos y pucherazos. Pero aunque las elecciones fueran todo lo limpias que no van a ser, al final del camino estará la solución diseñada en Dayton: un Parlamento y una Presidencia para toda Bosnia, que funcionarán en base a un sistema de división y alternancia étnica en el poder que en esencia es el que ya fracasó en la antigua Yugoslavia en general, y en Bosnia-Herzegovina en particular, tras las elecciones de 1990. Dicho de otra manera, se va a intentar reconstruir Bosnia-Herzegovina como una Yugoslavia en miniatura basada en una especie de confederación entendida en sentido amplio. Una idea reforzada, también en Dayton, por el reconocimiento implícito de las partes como entidades estatales independientes, algo no sólo aplicable a la República Srpska: la Federación croato-musulmana puede optar por confederarse con Croacia. Todo un acontecimiento histórico para el ámbito de los Balcanes, y por tanto europeo, pues viene a significar el reconocimiento internacional de que la confederación, y no el Estado-nación, son la mejor solución para un Estado balcánico.

Lo malo del asunto es que Croacia y Serbia han estado luchando con las armas en la mano para constituirse, precisamente, en Estados-nación de y para una etnia dominante. De ahí que, inferminables consideraciones históricas al margen, ni a Zagreb ni a Belgrado les haga gracia el experimento bosnio puesto en marcha en Dayton: si funciona será la contraprueba de que las federaciones multiétnicas a la yugoslava son posibles. Es cierto que Tudjman y Milosevic accedieron en Dayton a esa fórmula, pero de una manera u otra intentarán dinamitar la experiencia y repartirse lo que puedan del pastel bosnio. Algo que la OTAN ya detuvo in extremis en febrero de 1994, cuando se perfilaba una aquiescencia militar serbo-croata para aplastar a las fuerzas obedientes a Sarajevo (la Armija). Sobran ejemplos de posteriores manipulaciones organizadas desde Belgrado y Zagreb.

Dado que el historicismo es el nuevo lenguaje de madera que ha sustituido al seudomarxista del régimen anterior, todos los bandos en Bosnia creen tener el tiempo y la historia de su lado y apuestan por esperar y ver pasar el cadáver del enemigo. Pero en realidad es al revés: el tiempo es el único factor que podría acabar cuarteando los partidos dominantes en Bosnia, dado que carecen de programas de gobierno eficaces y sus líderes políticos son más que mediocres. El tiempo también puede contribuir a demoler la mentalidad estatalista de muchos bosnios, herencia de casi medio siglo de régimen comunista: las sociedades civiles bien articuladas son más prometedoras que los partidos y los mini-Estados. Pero el factor tiempo sólo se conseguirá si se evita una nueva guerra o una ulsterización de Bosnia, objetivo que debe ser prioritario para las potencias intervinientes en la zona. En definitiva, no hay que tener prisa ni barajar soluciones súbitas y milagrosas para arreglarlo todo a la vez: lo duro comenzará precisamente a partir del 14 de septiembre.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa oriental en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de La trampa blacánica.

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