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Tribuna
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Congreso de psiquiatras

Juan José Millás

Señor director: en una ciudad en la que ya sólo organiza congresos el Fondo Monetario Internacional, y en cuyas instalaciones feriales se llevan a cabo horteradas tipo Expoocio o Fitur, no tiene ningún sentido que se reúnan tantos psiquiatras en pleno mes de agosto, a menos que sea porque me persiguen. De hecho, el presidente de este congreso es Juan José López Ibor, cuyo padre ya me hostigó durante la adolescencia con el único libro sobre sexualidad autorizado en la época y al que debo, además de un sinfín de desviaciones venéreas, una fobia sin límites hacia la educación sexual.Aún hoy, cuando copulo en posturas homologadas o simplemente me masturbo, oigo voces que, según un jesuita amigo de la familia, vienen de mi cerebro, aunque yo estoy seguro de que proceden de aquel libro terrible que cuando voy a casa de mis ancianos padres me bisbisea obscenidades desde la librería del salón, flanqueado por una Biblia en pasta y una biografía de monseñor Escrivá, fundador de Federico Trillo.

Y no continúo hablando del tema, porque en seguida me excito y tengo que violar algo, aunque sea una ley.

Me he documentado y puedo demostrar que los médicos, desde los dentistas a los cardiólogos, ya sean tradicionales u homeópatas, siempre eligen para sus congresos lugares de atractivo turístico, pues son muy dados a salir de juerga por la noche. ¿Qué puede ofrecerles una ciudad tan áspera como Madrid y en plena canícula estival? Yo se lo diré: mi presencia.

He vivido en Barcelona, Sidney, Nueva York, Bruselas, Sevilla, Bilbao, Guadalajara, huyendo de los psiquiatras, que tienen una excelente red de informadores (sin duda trabajan en contacto con la policía), pues tarde o temprano dan conmigo donde quiera que esté e intentan someterme a tratamiento. Hace poco, en Guadalajara, fui al médico de cabecera de la Seguridad Social, con un simple resfriado, y salí de la consulta con un volante para el psiquiatra.

Huí, naturalmente, en cuanto pude, con una documentación falsa, y me oculté en Madrid, donde con la ayuda de la cirugía estética me hice algunos cambios en la cara. Pero el experto plástico estaba sin duda al servicio de la psiquiatría y me delató, de ahí que hayan organizado este congreso absurdo, tanto desde el punto de vista de la estación del año como del lugar elegido.

Dirá usted que por qué han enviado a tantos psiquiatras para perseguir a una persona. Buena pregunta: para disimular. Si sólo me persiguieran uno o dos, podría denunciarlos y desmontar de una vez por todas esa organización criminal. Pero ¿cómo denunciar a un congreso entero sin ser acusado a mi vez de paranoico? ¡Qué astutos!

¿Que por qué me persiguen? Ellos dicen que que, además de oír voces, padezco un delirio de persecución que hay que tratar para que no degenere en manía persecutoria. Pero lo de las voces es verdad: todavía puede escucharlas cualquiera que copule, o simplemente se masturbe, a menos de 50 metros del libro sexual de López Ibor padre. Y lo de la persecución también. Precisamente, López Ibor hijo ha hecho unas declaraciones según las cuales pueden ser reos de psiquiatría las personas muy adaptadas al sistema, porque no es normal, y las marginadas del sistema, porque tampoco es normal.

De este modo intentan confundir a la población para que llegue un momento en que nadie sepa a qué atenerse, o. peor aún, para que piense que el modelo de normalidad es Isabel Tocino, y caer luego sobre ellos con sus catéteres y risas.

Las víctimas, de momento, son selectivas: yo y otros pocos elegidos que oímos voces susurradoras de obscenidades normales por culpa de López Ibor padre, a quien Dios tenga en gloria, pero pronto el objeto de su persecución será toda la humanidad, sin distinción de razas o de credos. De ahí que en el congreso, no sé si alguno de sus periodistas lo notó, ofrecieran a los niños caramelos que al desenvolverlos eran en realidad ansiolíticos, neurolépticos y estimulantes que les hacen adictos desde pequeños a los trastornos nerviosos.

Hagan algo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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