Una gran versión de 'Boris Godunov'
Una vez más, Mussorgski y su Boris Godunov conmocionaron a la audiencia que llenó el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián el jueves, y lo llenará hoy por segunda vez.Este montaje de la genial ópera del compositor más original entre, los del grupo de los cinco suponía para la quincena un verdadero desafío del que ha salido plenamente triunfadora. Puede obtenerse, aunque no sea fácil, un buen reparto para Boris, y el de esta vez fue de excelencia, pero queda luego una importantísima parte coral -el pueblo en la escena- y un trabajo orquestal de cuatro horas de duración. Todo se solventó con extraordinaria brillantez y autenticidad musical gracias a las calidades y la intrepidez del Orfeón Donostiarra, la Escolanía San Ignacio y la Sinfónica de Euskadi, y, como es natural, la categoría de sus maestros: José Antonio Sáinz, Iñaki Cárcamo y el actual titular de la orquesta vasca, Hans Graf.
Hijo de músico, este maestro de Grazse formó en su país, en Holanda y en Italia y posee un dominio y una rectitud de criterio gracias a los cuales logró una estupenda organización del complejo entramado de la ópera en un ejemplo tan señero y difícil como Boris Godunov.
Contó Hans Graf con un protagonista tan ilustre como el bajo moscovita Eugeni Nesterenko, premio Chaikovski 1970; su voz es grande, trágica a la vez que flexible, y su expresividad de tan larga eficacia que con él la ópera en concierto parece llenar la escena de valores dramatúrgicos. Tuvo a su lado un cuadro completo de artistas acreditados y galardonados, tal el varsoviano Bronikovsky y el ruso Vitali Taraschtscuenko. No fue menor la labor de Michail Krutikov, gran bajo de Moscú.
Una mezzo esplendorosa en sus valores musicales y teatrales, Luzmila Schemtschuk, hizo una Marina tan apasionada como lógica y racionalista, mientras el americano Roelof Oostwoud dio la respuesta como príncipe Chuiski. No debe quedar en el olvido Alexander Fedin en El idiota, con cuya cantinela fue capaz Mussorgski de cerrar su gran ópera, sin la cual difícilmente podríamos entender la evolución musical de parte del siglo XX.
Recordemos cómo a poco de llegar a París, Manuel de Falla, escaso de medios hasta bordear la pobreza, coincidió con una serie de representaciones de Boris y sacrificó cuanto tuvo que sacrificar para asistir a todas ellas. De día en día crecía su entusiasmo, y habría alcanzado mayor grado si hubiese asistido a la versión primitiva de 1874, que hemos escuchado ahora, anterior a la revisión de Rimsky. Difícil será negar al autor de Scherezade sabiduría y dominio orquestal pero de hecho desnaturalizó un tanto la osada partitura de Mussorgski. Buscó el autor de Boris Godunov la más exacta musicalización del texto, practicó un género de recitativo que, cuando lo considera adecuado, insiste sobre una o dos notas a manera de melopea y llenó de luces, oscuridades y claroscuros un tejido instrumental que rompía con todo convencionalismo.
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